Hoy vence el plazo para que los consejeros presenten sus enmiendas al anteproyecto elaborado por los expertos. El trabajo silencioso de los sectores, salvo declaraciones casuales a los medios, ha impedido conocer con detalle en qué dirección apuntarán las indicaciones.
De aquí en adelante, las posibilidades de modificar el texto, como un embudo, sólo comienzan a reducirse. Los acuerdos entre los partidos respecto a los temas más importantes tendrán que reflejarse en las enmiendas de unidad de propósitos antes de comenzar las votaciones en las comisiones. En el Pleno, sólo se podrán renovar las enmiendas rechazadas en la comisión. Ya en la última etapa, el espectro de materias que puedan revisarse se reducirá aún más, pues las observaciones de los expertos implican volver a la lógica de negociación propia de esa etapa, aunque la última palabra la tendrán los consejeros.
Con las enmiendas no sólo se ponen las cartas sobre la mesa, sino que las miradas se volcaran a las encuestas al término de esta semana. En ellas, más de uno espera descubrir el resultado del segundo plebiscito de salida. Dependerá de su contenido comprensible e inequívoco que se inviertan las tendencias para aprobar o rechazar.
La izquierda, por primera vez, podrá comparar las enmiendas de la derecha y la Constitución de 1980… y tendrá que elegir. Herederos del fracaso histórico de la Convención y víctimas de su despilfarro, podrán refugiarse en las enmiendas testimoniales, discursos incendiarios o amenazas de bajarse del proceso. ¿Toda la izquierda? Probablemente no. La caída libre del Gobierno provocada por comunistas y frenteamplistas le dará una oportunidad a los socialistas de diferenciarse… y tienen buenas razones para hacerlo. La más obvia es que no pueden apoyar una Constitución que han llamado a eliminar por más de 40 años. Los comunistas son capaces de permitirse una voltereta monumental si es que consideran que el segundo borrador es un retroceso para sus objetivos a largo plazo. Por otro lado, hay cuentas pendientes: con los comunistas, por la salida de Patricio Fernández y con frenteamplistas, por arrastrarlos en el Caso Convenios.
Sin embargo, no es una cuestión fácil. La firma del Partido Comunista, Convergencia Social y Revolución Democrática los obliga a cumplir su palabra. ¿Podrá llamar a rechazar el partido del Presidente de Chile? Si no lo hacen, ¿los comunistas podrán tener un pie en la calle llamando a rechazar y provocando desórdenes, y otro en el Segundo Piso compartiendo techo con los apruebistas y controlando la seguridad pública? Paradójico, si es que no peligroso. ¿Y el Presidente y sus ministros lograrán mantener la imparcialidad o tendremos nuevos episodios de intervencionismo electoral? A lo mejor guarda silencio y ni siquiera se molestan en llamar a votar -como ocurrió en las elecciones de consejeros-, ya que hay voto obligatorio.
La pregunta es ¿cómo la izquierda logrará su objetivo de tener una nueva Constitución, cuando no hay ninguna garantía de que alguna de sus demandas se incluya? ¿Cómo se opondrán a lo que presente la derecha y al mismo tiempo cumplir su palabra? ¿Hasta dónde podrán tensionar el proceso sin provocar que fracase? El último paso antes del plebiscito es que los consejeros, en una sesión especial, voten la totalidad del texto en una única votación… ¿Cómo votarán? Quizás Apruebo Dignidad deba cambiarse su nombre y dejarlo sólo en Dignidad… aunque no les queda mucha.
Con la presentación de las enmiendas, comenzarán a aparecer las respuestas a estas preguntas.