Los cinco años del 18-O fueron opacados por el punto de prensa del Presidente Gabriel Boric sobre la denuncia contra el ex subsecretario Monsalve, y el escándalo será aprovechado con fines electorales. Mucho se ha escrito sobre lo que ocurrió el 18-O así como los posteriores, pero poco se ha dicho sobre la autocrítica de la derecha por las causas del mismo.
Por supuesto, no nos referimos a las causas materiales del 18-O, sino a algo anterior y más remoto, a la pérdida de un norte político, de un reaccionismo mezclado con acuerdismo. ¿Acaso el horizonte político de la derecha es volver al día anterior al 18-O? Ad portas de las elecciones municipales, ¿qué ofrece la derecha que no sea solucionar crisis? Porque no es suficiente gestionar… ¿ser un “país desarrollado”? ¿Qué es eso? ¿Basta ver ciertos números azules asociados al PIB en la encuesta dominguera para relajarse? ¿Un Estado moderno y eficiente?
En cierto sentido, la derecha chilena hasta el 2019, mantuvo un discurso que no se distanciaba mucho de mantener las premisas del libre mercado y la visión liberal del principio de subsidiariedad. La economía se convirtió en el todo y en lo único. Atrás fue quedando la claridad sobre el concepto de persona, de matrimonio, de Estado de Derecho, de salario familiar, de cuerpos intermedios, de fe, de educación, de deberes, de dignidad, de uso legítimo de la fuerza, de autoridad, de verdadera subsidiariedad y solidaridad. La crisis del 18-O y la Convención Constitucional obligaron a la derecha, sólo ante el grave peligro, a desempolvar los conceptos de patria y de servicialidad. Porque estaban de acuerdo en que la dignidad era autonomía, en que la educación fuese homogénea, en que hay derechos y no deberes, en que hay libertad sin verdad, en que el consentimiento entre privados todo lo valida.
La ausencia de conocimiento y defensa de estos principios y conceptos básicos se manifestó en un derrotismo irreversible. Si la democracia se arregla con más democracia, no se insistió en revertir malas leyes y políticas públicas, aunque se hubiesen aprobado o implementado el día anterior. No hubo una apuesta a largo plazo. No hubo, ni hay, un programa que fuese incluso más allá de las victorias presidenciales que se podrían alcanzar, para que un padre alentara a sus hijos a que “voten por ellos, porque tienen claro qué es lo que quieren y hacia dónde quieren llevar a Chile”. Esa falta de objetivos impedía un discernimiento sobre los medios. Perdidos, veían en la política de los acuerdos una garantía para su supervivencia.
Así, es necesario que la derecha se pregunte: ¿Qué hicimos y que no hicimos? ¿Qué haremos y qué no haremos para que no vuelva a ocurrir? Pero la pregunta no es sobre el 18-O, sino por las causas que llevaron a él y que se relacionan con la ausencia de un proyecto político sólido y permanente que se debe defender en las buenas y en las malas, y que no es simplemente el relato para una campaña electoral ni el estatuto de principios de un partido.
Si está clara la crítica a la izquierda por la validación de lo ocurrido el 18-O y posterior a él, no ocurre lo mismo con la autocrítica de la derecha política por las causas que llevaron al 18-O. La tentación de ver en el 18-O o el 4-S una especie de borrón y cuenta nueva tendrá un costo. Y la respuesta no puede agotarse en seguridad, economía, probidad y modernización.