Roberto Astaburuaga: “El año negro del lobby trans que experimenta con niños”

El 2024 no será recordado con alegría por el lobby trans, tanto en Chile como en otros países. Por supuesto que la victimización, la negación y la mentira han sido su principal respuesta, pero es imposible que sigan ocultando un escándalo médico sin precedentes en la historia y una violación sistemática de los derechos de los niños al someterlos a tratamientos experimentales y sin evidencia científica que provocan daños irreversibles. La verdad ha comenzado a salir a la luz.

La publicación del Informe Cass, por su irrefutable contundencia y seriedad, sólo aceleró un efecto dominó que comenzó en Europa a mediados de 2019. Pronto, los Estados europeos comenzaron a restringir o eliminar la posibilidad de que los niños autopercibidos trans puedan acceder a tratamientos hormonales. En esta línea se encuentran Finlandia, Dinamarca, Reino Unido, Italia, Francia, Suecia y Noruega. En otros países, el tema está siendo fuertemente discutido y puede ser que en 2025 existan avances, como en Alemania y Bélgica. Lo mismo ocurre en varios lugares de Estados Unidos, donde además hay casos de demandas que están siendo conocidas por la Corte Suprema. Sin embargo, Canadá, España, Australia y Nueva Zelandia insisten en mantener un enfoque afirmativo que es sólo ideología. A nivel latinoamericano, Chile destaca por liderar la ofensiva para salvar a los niños.

El caso chileno es similar al de David contra Goliat. Quienes defienden el enfoque afirmativo -comenzar a hormonizar y mutilar por la sola autopercepción del niño- encuentran apoyo en las universidades, asociaciones gremiales, clínicas, jueces, políticos, empresas farmacéuticas, medios de comunicación, municipalidades, instituciones estatales, redes de poderosos activistas y lobistas, etc. Contra ellos se enfrentan padres que han sido amedrentados por el chantaje emocional “hijo trans o hijo muerto”, e incluso a algunos les han quitado, por orden judicial, a sus hijos al oponerse a que ingresen a programas como el PAIG, como consta en un testimonio; doctores que han sido amedrentados; testimonios de detransicionadores que han sido perseguidos y acosados; etc.

Pero el mayor enemigo es el silencio cómplice: aquellos que teniendo el deber y la posibilidad de denunciar esta macabra situación se quedan callados, por temor a la funa de soltarse del yugo identitario, o a los doctores y funcionarios de salud que saben lo que está ocurriendo. Ellos, que saben lo que le está pasando a miles de niños confundidos y a padres angustiados, y que no están de acuerdo, prefieren mirar para otro lado. A la izquierda y a la derecha progresista les corresponde, como primera medida para comenzar a reparar el mal causado, alzar la voz y denunciar las barbaridades que ocurren en el sistema de salud, público y privado.

A pesar de lo anterior, ¿por qué, entonces, ha sido un año negro para el lobby trans?

Porque gracias a Sabine Drysdale, a Santiago Pavlovic y a la Agrupación Kairos conocimos la existencia de casos reales de padres a los que les han quitado a sus hijos y de las presiones a las que se ven sometidos para iniciar tratamientos hormonales en la primera consulta.

Porque gracias a testimonios como el de Santiago HormazabalNicolás Raveau y Nael Condell se supo, de primera fuente, cuáles son los efectos de las hormonas y los daños y peligros del enfoque afirmativo.

Porque diputados y senadores, de distintos colores políticos, comprometidos con buscar el mayor bien de los niños, crearon una Comisión Investigadora en la que se supo cómo el PAIG, ese programa para niños entre 3 a 17 años, cual parásito, esta enquistado en el Estado y absorbe casos de menores que supuestamente son trans; que hay al menos 600 niños recibiendo hormonas; que existe, al menos, una derivación al PAIG de un niño desde un jardín infantil; que hay un número desconocido de municipalidades que entregan este tipo de “atención”, incluso medicamentos a través de las Farmacias Populares. Porque esos parlamentarios también recibieron, en la Comisión de Familia del Senado, a expertos que alertaron sobre el bajísimo y paupérrimo nivel de evidencia científica que respalda estos programas; y denunciaron ante la Fiscalía las decenas de operaciones de reasignación de sexo a menores de edad;  impulsaron normas en la Ley de Presupuestos para disminuir el gasto público mediante la prohibición de las terapias  hormonales y cirugías transafirmativas a menores de edad; y recurrieron ante el Tribunal Constitucional para defender dichas normas cuando el Gobierno solicitó que fuesen declaradas inconstitucionales.

Porque distintas organizaciones socialescentros de estudios y fundaciones alertaron y denunciaron lo que ocurría en Chile, informaron y pusieron el tema en la opinión pública.

Porque personas e instituciones, desinteresadamente y según sus especialidades y conocimientos, defendieron la idea de que la medicina está al servicio de la razón, no de la ideología, y debe curar, no dañar; que los niños son sagrados y no están para ponerlos primeros en la fila de la hormonación.

Falta mucho por conocer y responsabilizar. Ante el desorden provocado, la restauración se vuelve inevitable, y así ocurre en los países pioneros en estos “tratamientos”. Pero se requiere perseverar para que nunca más se experimente con niños, ni se chantajee a los padres, ni que el Estado imponga su visión ideológica. Ese es el trabajo que nos espera para el 2025: que los silentes, de todo tipo, saquen la voz y los que ya han hablado no se desanimen y persistan en luchar por salvar a nuestros niños.

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