
Abro la puerta y escucho que mis dos hijos gritan, ¡Papá, llegaste! Instantáneamente, de forma inevitable, una sonrisa aparece y crece. El tercero, si Dios quiere, nace esta semana. Soy un privilegiado, al igual que otros millones de padres. Pero es un número que desciende. Cada vez más hombres no quieren ser padres. Hay buenas razones para asustarse por lo que implica la decisión, pero no pueden inmovilizar ni cerrar la puerta.
Si bien la crisis de natalidad pone gran atención en las razones de las mujeres, una investigación chilena, de diciembre de 2024, busca conocer las razones de los hombres chilenos que ya no quieren tener hijos: la paternidad está asociada a altos costos y sacrificios en distintos ámbitos de la vida como el trabajo, la vida social, la vida de pareja y el tiempo libre. Quizás esto explica el gran aumento de las vasectomías en Chile (de 768 en 2013 a 7.480 en 2023) y que cada vez menos jóvenes se proyecten como padres (según datos del INJUV, de 2023, más de un 35% de los hombres que tienen entre 15 y 29 años, sin hijos, declara no querer ser padre).
Conviene, entonces, invertir la pregunta: ¿por qué, a pesar de todas las razones señaladas, hay jóvenes que sí quieren ser padres? En lugar de inventar la rueda para incentivar el número de nacimientos, una investigación podría conocer por qué sí hay hombres que quieren tener hijos y cómo lo hacen para vencer los problemas propios de la crianza y mantención. La experiencia puede ser una muy buena consejera.
Es evidente que un hijo implica gastos y sacrificios, y son cada vez más los que no están dispuestos a asumirlos, a pesar de que sus padres sí lo hicieron por ellos. No ven en la paternidad una realización personal. Ven un balance negativo, números rojos, como si fuese solo un negocio o una inversión. Aunque no tenerlos si es un mal negocio a largo plazo: probablemente, se quedaran solos en la vejez. Asustados del futuro, del sacrificio y de la falta de apoyo, renuncian a un mundo que también está lleno de alegrías y sorpresas. Porque la paternidad es una mezcla de las dos cosas. Películas como En búsqueda de la felicidad y Cinderella Man muestran los dos lados de la moneda. Inolvidables las escenas de Russel Crowe renunciando a su desayuno para dárselo a su hija o de Will Smith estudiando, mientras su hijo duerme.
El temor a no ser un buen padre es natural, e incluso, puede ser bueno, si no inmoviliza. El desafío no es tanto por perder libertad, sino en como la entendemos. No quieren tener hijos por querer dedicarse a sus hobbies, en lugar de pensar en cómo compartir esos hobbies con los hijos. La felicidad de la paternidad es inmaterial e inmedible. Temer a la paternidad por no querer ser malos padres o poco presentes o una mayor participación en las responsabilidades de cuidado y crianza es casi como no querer trabajar por el temor a ser despedido o a la probabilidad de fracasar en un emprendimiento. Piensan que la paternidad es sólo cambiar pañales, desvelarse todas las noches, soportar gritos y peleas, endeudarse y revisar cuentas.
Pero la vida muestra otra cosa. En el trabajo hay fotos de la familia y los hijos, pero en las casas no hay fotos del trabajo. Los hijos y la familia están en los fondos de pantalla de los celulares y de WhatsApp. Está el gozo de verlos caminar y decir sus palabras por primera vez, verlos jugar, la risa que provocan muchas de descabelladas explicaciones sobre la realidad, recibir sus dibujos inentendibles, la perplejidad el poder de su imaginación, la alegría al recibir sus regalos y abrazos, el orgullo al ver que crecen, entienden y maduran, el reconocimiento por sus logros y victorias, jugar y conversar con ellos, tener panoramas familiares simples y entretenidos, escuchar las historias con sus amigos, y tantos detalles de la vida cotidiana que solo los hijos pueden regalar.