Hoy leímos esta breve pero impactante reflexión sobre Santo Tomás Moro que no queremos dejar de compartir con ustedes. Recomendamos especialmente leer los comentarios al final de esta entrada, pues se da un intercambio de citas y reflexiones tremendamente edificantes.
Cuando era más joven, la figura de Santo Tomás Moro no me terminaba de simpatizar. La asociaba –erróneamente de mi parte-, con el humanismo renacentista y cuasi pagano que, en esos momentos, agotaba mi comprensión del concepto humanismo. Hizo falta leer el libro de Bouyer sobre Erasmo y su breve semblanza de Tomás Moro para que cambiara de opinión.
Justamente en este último librito, Bouyer describe una escena terrible y, a la vez, oportuna, cuando no premonitoria, de los tiempos que nos tocan vivir y que se avecinan.
El 11 de mayo de 1534 Tomás Moro es el único laico convocado a Lambeth para prestar juramento, junto con el clero de la ciudad y de Westminster, del acta por la cual se reconocen como legítimos herederos del reino a los hijos de Enrique VIII y Ana Bolena y la aceptación formal del cisma que reconoce al rey como cabeza de la Iglesia.
Los tres jueces le piden que firme el acta, a lo que él se niega, como había hecho en otra ocasión, un mes antes. Le ordenan entonces que se retire a una sala contigua del palacio de Lambeth a fin de que reflexione acerca de su decisión, mientras los jueces toman el juramento al resto de los convocados. Tomás Moro prevé que su negativa equivaldrá ya no sólo a la pérdida de su posición y de parte de su fortuna –como antes había ocurrido- sino a su prisión y, luego, a su muerte.
Mientras piensa en todo esto, ve por la ventana de la sala en la que se encuentra, a toda la clerecía londinense, rivalizando en servilismo, que hace cola para firmar el acta. Sabe, o sabrá, que todos los obispos del reino también la firmarán, excepto uno, John Fisher, obispo de Rochester, que lo acompañará más tarde en la prisión. Es más, los únicos que morirán en esa etapa de la persecución, serán él, Fisher y una comunidad de cartujos. El resto, todo el resto, de los obispos, sacerdotes y religiosos, prefieran aceptar el acta.
Posiblemente habrán hecho algún vericueto en su conciencia: en definitiva –habrán pensado-, se trata de una cuestión jurídica, y no es cosa de andar arriesgando las prebendas y la misma vida.
Y Tomás, un simple laico, los mira desde su ventana. Da escalofríos pensar en la soledad de ese hombre. ¿Dónde se apoya? ¿En la Iglesia? Sus representantes más conspicuos están allí abajo, peleándose por ser los primeros en firmar. Y él va a morir por no firmar. ¿Hasta dónde su conciencia le indica lo correcto? ¿No será que se equivoca? ¿Hasta dónde es necesario ser fiel a ella?
No sé por qué, pero hace unos días esta escena me ronda por la cabeza. Como dice un amigo –y todos lo tomamos en broma-, “Estamos rodeados”. Creo que tiene razón. Estamos rodeados y, por eso mismo, estamos solos.
FUENTE: Blog Caminante Wanderer. «Rodeados». 15 de junio del 2010. Consultado 22 de junio del 2020. http://caminante-wanderer.blogspot.com/2010/06/rodeados.html?m=1