Los invitamos a leer esta segunda réplica a Consuelo Contreras, publicada por El Mercurio este domingo 28 de de junio en la sección de Cartas al Director.
Señor Director:
Consuelo Contreras responde mi carta volviendo a su argumento central, el cual apunta a tensionar la relación filial. En efecto, Consuelo juzga —en coherencia con el proyecto de garantías de la niñez— la labor de los padres con desconfianza, pues supone que ella implica necesariamente la vulneración de los derechos de los niños.
Lo anterior explica el modo en que razona, y el que intente llenar de contenido ideológico frases que el sentido común sugiere tan sencillas, como que los niños son niños. Por supuesto que los niños crecen (¿quién si no los padres nos sorprendemos y maravillamos de esto?) y parte de su educación implica el que ejerzan su libertad con responsabilidad, de modo que sus actos se orienten a la virtud. Sin embargo, los encargados de esa educación, de conducir, promover y orientar todo aquello son los padres. En definitiva, son los padres los que tienen el derecho preferente y el deber de asumir la ardua, pero hermosa, tarea de colaborar con la formación de la personalidad de los niños: ¡sus hijos!
Aludir a la violencia y maltrato es desviar —y Consuelo lo sabe— la discusión a un plano diferente del que la originó, que se refería al derecho a la manifestación. No hay duda de que el Estado debe erradicar la violencia y maltrato, pero eso no es el objeto de este debate ni el fin del proyecto de garantías de la niñez. El objeto es el debilitamiento de la autoridad educativa de los padres, como si ello fuese necesario para garantizar los derechos de los niños. Y, en este contexto, podemos volver a la tesis principal: fortalecer la autoridad de los padres y la unidad familiar es resguardar, en último término, el interés superior de los niños.
Cristóbal Aguilera
Profesor de Derecho Universidad Finis Terrae
Director Corporación Comunidad y Justicia