La virtud personal es indisociable de un orden social más justo y una relación equilibrada con el medio ambiente. Esta tesis, tan presente en Laudato Si, es desarrollada de forma certera por Patrick Deneen en ‘¿Por qué ha fracasado el liberalismo?’ (‘Why liberalism failed’). Para profundizar en esta idea, les dejamos una breve reflexión de nuestro investigador, Ignacio Suazo.
A medida que el liberalismo “se ha convertido en una versión más auténtica de sí mismo”, a medida que su lógica interna se ha vuelto más evidente y sus contradicciones internas más palmarias, ha generado patologías que son a un tiempo deformaciones de aquellas pretensiones y realizaciones de la ideología liberal.
Patrick Deneen. «Por qué ha fracasado el liberalismo», p 23.
Si hay algo propio de la Laudato Si (y de paso, de toda la Doctrina Social de la Iglesia) que Deneen hace suyo en este libro es la unidad entre la dimensión social e individual de la persona humana y de esta con el medio ambiente. En otras palabras: los desórdenes en el plano individual tienen consecuencias en el plano ecológico, social y vice versa. La clave para asegurar esta unidad sería la adecuada comprensión de la naturaleza propia de cada cosa: qué es y hacia qué tiende. Despreciar esta actitud fundamental que la sabiduría humana ha cultivado por siglos es justamente lo que tiene efectos catastróficos en lo planos ya descritos.
En este sentido, decir que el liberalismo ha fracasado es hacer la misma clase de denuncia que hace Laudato Si. Y es que cuando Deenen dice “liberalismo” lo que nos quiere dar a entender es: el desprecio de cualquier consideración moral objetiva derivada de la condición humana.
En ese sentido, “liberalismo” para Deneen es equivalente a lo que el Papa Francisco llama “paradigma tecnocrático”:
“ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados.” (Parr. 106)
Para entender hasta qué punto esta comprensión limitada e incompleta del ser humano afecta todos los ámbitos de su existencia, haría falta analizar las distintas esferas sociales una por una: familia, política, educación, etc. Y Deneen lo hace de modo notable. No obstante, para hacerse eco de las palabras de esta Encíclica dedicada al cuidado de la casa común basta con remitirse al análisis de dos de ellas: la economía y la tecnología.
Respecto al ámbito económico, el libro destaca el rol preponderante que tiene hoy el consumo. Efectivamente, en la actualidad tenemos una oferta (y una capacidad de demandarla) como nunca había conocido la humanidad. Esta expansión del consumo, sin embargo, se ha logrado al costo de una creciente desigualdad y una separación –incluso geográfica– entre quienes consumen mucho y quienes consumen comparativamente poco.
La desigualdad no es el peor de los males en este escenario, sino lo que Marx llamó “alienación”: la disociación ente la producción de un objeto y el valor objetivo de este. Dicho en simple, el trabajador no es capaz de identificarse con el trabajo que realiza, perdiendo así un aspecto esencial de su identidad. A la larga esto lleva a las personas a relacionarnos con el mundo únicamente en función de su precio, obviando su valor objetivo. En otras palabras –y tomando una imagen de San Alberto Hurtado– , en la actualidad nuestras empresas buscan crear los ladrillos más baratos del mercado y olvidan hacer materiales para construir catedrales.
En lo que respecta a la tecnología, hemos dejado de comprender el desarrollo científico como un camino para alcanzar la virtud y se ha convertido en nuestras riendas para domar la naturaleza. En apariencia hemos sido muy exitosos en este proceso, pero no sin dejar a dos heridos de por medio. El primer herido es el medio ambiente, víctima del trato despótico que muchas veces recibe de parte nuestra. Esto es algo de lo cual la Encíclica Laudato Si advierte reiteradas veces, especialmente en sus primeros capítulos.
Pero la naturaleza no es algo externo que está allí afuera: como Deenen deja muy en claro, nosotros también somos parte del orden de la creación, con unas disposiciones propias que también estamos llamados a entender y seguir. Al hacer caso omiso a ellas, los domadores nos hemos visto nosotros mismos sometidos, a veces sin darnos cuenta. Como bien dice el autor: “Lo que supuestamente nos permite transformar nuestro mundo está transformándonos a nosotros, convirtiéndonos en criaturas a las que muchos, si no la mayoría, no hemos dado nuestro consentimiento” (pp. 37-38)
Este sometimiento tiene una cara concreta en las relativamente nuevas tecnologías reproductivas (anti-concepción artificial, técnicas de reproducción asistida, modificación genética, etc.) que redefinen lo que entendemos por familia y hasta hace soñar a muchos con una “humanidad 2.0” (p. 37). Sin embargo, esta no es la única cara de este proceso: el desarrollo científico ha permitido la emergencia de nuevas tecnologías de la información, que parecen hacer desaparecer los límites del espacio y el tiempo con tanta fuerza como nuestros añorados vínculos comunitarios.
A riesgo de ser injusto (aún cuando el autor seguramente apoya este punto), hay un punto que Laudato Si sí desarrolla que el libro de Deneen no: la dignidad de la personas humana. En efecto, el hombre, siendo imagen del Creador, tiene un nivel de perfección que la pone sobre el resto de la creación. Sin duda, afirmar esto nos lleva a otro debate, del que no podemos hacernos cargo en esta breve columna: ¿Puede haber «predominio» del hombre sobre el resto del orden natural, sin caer en un «dominio arbitrario» sobre él? Este es, de paso sea dicho, el gran problema del liberalismo: al omitir el valor y necesidad de la autoridad, se vuelve a la larga incapaz de dar cuenta de lo que el Papa Francisco llamaría «el valor propio» de la persona y finalmente, impotente de unir el destino de la criatura con su Creador.
«Por qué ha fracasado el liberalismo» es, en suma, un libro que vale la pena leer. Nos permite profundizar en ciertas ideas y mecanismos que Laudato Si sólo alcanza a enunciar, pero que parecen completar aquello que el Papa Francisco por extensión no alcanzó a decir. Nos parece, en ese sentido, que este libro permite realizar una interpretación de este documento magisterial que cinco años después, aún tiene mucho decirnos.