Columna de nuestro director, Juan Ignacio Brito, publicada por La Tercera este jueves 09 de julio.
A principios de los 2000, me tocó entrevistar a un reputado profesor de la Universidad de Leiden, quien aseguraba por entonces que Chile era distinto al resto de América Latina, porque su clase política poseía calidad sobresaliente. ¿Qué opinaría ahora el ilustre académico? Seguramente, diría que Chile se jodió. Que está en el peor de los mundos: por un lado, una ciudadanía que perdió la paciencia y la confianza en sus líderes e instituciones, y a la que hoy nada parece gustarle, pero que igualmente lo quiere todo; por el otro, unos dirigentes aterrados y culposos dispuestos a hacer lo que sea, incluso arruinar al país, con tal de salvarse. Gracias a esta desafortunada conjunción, Chile se ha convertido en el país de la “ley corta”, que hace todo pensando en el aquí y el ahora. La carga se arreglará en el camino. O quizás no.
«[Chile] está en el peor de los mundos: por un lado, una ciudadanía que perdió la paciencia y la confianza en sus líderes e instituciones, y a la que hoy nada parece gustarle, pero que igualmente lo quiere todo; por el otro, unos dirigentes aterrados y culposos dispuestos a hacer lo que sea, incluso arruinar al país, con tal de salvarse.»
El país se ha vuelto miope. Con el 18-O perdió la capacidad de mirar constructivamente hacia atrás; ahora, con la crisis sanitaria, no sabe mirar hacia el futuro. Solo queda el presente, donde la improvisación es la regla.
El instinto de supervivencia de nuestros políticos los ha hecho ultrasensibles a toda demanda que pueda convertirse en amenaza. Hoy lo que la lleva es “sintonizar” con una ciudadanía empoderada y con cualquiera que diga representarla. Bastó, por ejemplo, que se registrara una protesta en la comuna de El Bosque y que alguien proyectara la palabra “hambre” con perfección cinematográfica en la pared de la Torre Telefónica para que el Presidente de la República anunciara de inmediato la entrega de miles de cajas con alimentos. Sintonía pura.
Los políticos parecen competir por demostrar su capacidad para escuchar las demandas ciudadanas o, incluso, anticiparse a ellas. Van a matinales, presentan y votan proyectos de dudosa constitucionalidad, extorsionan a un Ejecutivo débil, se la pasan en terreno y están atentos a la voz de la calle. El presidente de RN, por ejemplo, afirmó que le “asusta” la “desconexión con la realidad de un sector de la élite que no ve lo que pasa con la clase media”. Como él sí está conectado, promovió el retiro de hasta 10% del fondo de pensiones. Quedaba para el futuro ver cómo se corregiría el desfinanciamiento de las jubilaciones de aquellos que podrían optar por sacar plata hoy. Los que favorecieron esta propuesta están tan en línea con las necesidades actuales de la gente, que parecían decididos a permitir que ésta tenga pan hoy, pero se quede sin pan para mañana.
Todo esto en nombre de la justicia. Pero lo cierto es que, con el afán de mostrarse en sintonía con los que sufren, se cae en el más injusto de los presentismos. Quizás Chile salve el presente, pero a costa de sacrificar el futuro y borrar el pasado.