Hoy en el Día de las Glorias Navales, nuestro abogado del Área de Investigación nos invita a reflexionar sobre la figura de Arturo Prat y sus virtudes, que le permitieron dar la vida por Chile y que son ejemplo vivo para nosotros en estos días.
Los revoltosos años juveniles de nuestra República no vieron sino muy parcialmente consolidada su unidad Patria. Unidad para la cual son siempre insuficientes las constituciones ―leyes que ordenan el Estado, unidas a discursos panfletarios redactados por y para las élites―, que no articulan la conciencia de compartir un mismo destino. Esa conciencia la trajeron nuestros más grandes héroes, que no fueron Portales ni Bello ―aunque a ellos les debemos mucho, sin duda―, sino los fieros combatientes de la Guerra del Pacífico, especialmente Arturo Prat, probablemente la figura más noble de nuestra historia.
Los chilenos participamos muy intensamente de ese carácter que tan magistralmente relatara Jaime Eyzaguirre en su Hispanoamérica del dolor: recordamos y celebramos la derrota en un combate, y no el triunfo de la guerra. Valoramos más la fortaleza de la lucha que el pragmático resultado, pues una victoria terrena alcanzada injusta o cobardemente no pasaría de ser una muestra mezquina de ceguera secularizada, de falta de honor, de debilidad en la única guerra que vale la pena, que es la que luchamos frente a Dios. Celebramos, en definitiva, el sacrificio de Prat por nuestro Chile, no solamente porque incentivó que muchos chilenos decidieran seguir su ejemplo y tomarse en serio la defensa de la Patria, sino sobre todo por su ejemplo heroico y desinteresado.
Prat, sin embargo, fue un héroe no solamente por un instante, sino como fruto de una vida en que cultivó su propio carácter. Se cuenta que en su niñez era débil y enfermizo, pero ya desde pequeño se le inculcó un espíritu de superación que lo hizo sobreponerse a su condición ―como antecedente del “nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo”―, lo que le permitió entrar con apenas 10 años a la Escuela Naval. Su empeño lo llevó a estudiar Derecho, profesión que usaría para servir con lealtad a sus amigos acusados injustamente, aunque eso le podría haber significado el menosprecio de sus superiores. Ese afán de pensar en los demás excedía también su círculo privado, pues ayudaba en su escaso tiempo libre haciendo clases a niños vulnerables de Valparaíso. Además era “profundamente religioso”, como señala Gonzalo Vial: un hombre de un profundo “amor a Dios Padre” y de una “completa confianza en su Providencia”. Igualmente destaca el casto amor con que vivió su matrimonio con Carmela Carvajal y el modo en que se desvivía para colaborar en las labores domésticas, en la medida de sus posibilidades. Fortaleza, castidad, lealtad, solidaridad, fe… Sin todos esos años en que se forjó el hombre que fue Prat no habríamos tenido al héroe que todos conocemos. Y sin ese mártir probablemente el curso de la guerra habría sido otro, y nuestro Chile no sería el mismo. Prat nos dio conciencia de ser un país de hermanos, de caminar unidos hacia un mismo destino, y entregó un ejemplo vivo de las virtudes necesarias para dicho caminar.Vale la pena seguir recordando a Prat, en estos días en que vemos izarse tantas banderas que no son la nuestra, en que muchos no están dispuestos a dar la vida por esa Patria común, en que hay quienes redactan un nuevo panfleto constitucional con el que pretenden robarnos esa unidad maravillosa para cambiarla por un abstracto “Estado plurinacional e intercultural”, potencialmente divisible hasta el infinito. Donde falta unidad y paz, se fomenta la división y la conflictividad social. Donde falta virtud y fe se promueve el vicio y la secularización. Ciertamente, la contienda es desigual, ¡pero ánimo y valor! ¡Porque tampoco en esta hora se arriará nuestra bandera ante el enemigo!