Pase lo que pase, gane quien gane en septiembre, el Apruebo cultural habrá vencido… y tal vez eso debería hacernos mirar un poco más allá del plebiscito.
Un año y 155 convencionales produjeron cinco reglamentos y una Constitución de 388 artículos y 57 disposiciones transitorias. Embriagados de octubrismo, los defensores del primer Apruebo buscan repetir la fórmula exitosa… pero el Rechazo junta adherentes cada vez más a la izquierda y saca proyectos de ley de reforma constitucional del tipo “Solo romper en caso de emergencia”.
Las razones para rechazar abundan en debates, columnas y entrevistas, o en la simple memoria de quienes alguna vez perdieron la confianza en la Convención por su penoso actuar. Algunos han llegado afirmar que existe una sola razón para rechazar, sea el sistema político pre totalitario, sea la indefensión en un momento de crisis delictual, sea la disminución del crecimiento económico y de la inversión.
Hay otro tipo de razones para rechazar, y son de esas que no escuchamos en los que tienen las vocerías e influyen en la opinión pública: derecho al aborto y a la eutanasia libre, exclusión del derecho preferente de los padres de educar a sus hijos. El Papa Emérito Benedicto XVI señalaba en Sacramentum Caritatis que a los católicos se les “exige el testimonio público de la propia fe” y que existen valores fundamentales que “no son negociables”, algunos de los cuales son mencionados.
Si la Constitución de la Convención ofreciera un perfecto sistema político, económico y social, un paraíso terrenal, hordas de personas mandarían a callar a quienes rechazan, con frases del estilo “esas son decisiones personales”, “lo verá la ley”, “es tu interpretación” y tantas otras muletillas que calman conciencias. Ese liberalismo del Rechazo es tan peligroso como el Apruebo.
Basta revisar los discursos de los reformistas -Apruebo para reformar o Rechazo para reformar- enfáticos en señalar que estas materias no son las primeras ni más urgentes que hay que eliminar o reforzar, respectivamente… Peor aún, para algunos esto ni siquiera es tema. ¿Acaso algún político se atrevería a presentar un proyecto de reforma constitucional que reforzara la importancia de la familia, como núcleo fundamental de la sociedad? (característica que no tiene ninguna otra institución social, jurídica o institucional) ¿De qué sirve diseñar el sistema institucional ideal si no se protege ese lugar donde comienzan a existir y crecen los hijos? ¿Quién sería capaz de proponer en ese escenario hipotético el reconocimiento y protección constitucional del no nacido y de la madre vulnerable?… ¿¡Cómo es posible que los animales y las plantas gocen de garantías que personas, discriminadas por el lugar en el que se encuentran, como el vientre de su madre, no puedan aspirar!? ¿Algún político se atrevería a reformar en ese sentido? Ninguno.
Muchos de los que votan Apruebo y Rechazo tienen diferencias en materias de proyección económica o estabilidad institucional, pero coinciden en el reconocimiento de los derechos de la autonomía, como el aborto, la eutanasia o la identidad de género, o en la consagración constitucional de la ideología de género.
Por lo anterior, el Apruebo ya ganó. La discusión respecto al aborto gira sobre la barbárica decisión de elegir el mejor momento para matar al hijo, y no sobre la contradicción jurídica de llamar “derecho” a la occisión directa de un ser humano inocente. Victoria para el progresismo: pareciera que ya se cedió que el aborto es un derecho (al menos regulado en la ley, para los idólatras de la “Constitución mínima y liberal”). Victoria para el progresismo: la familia puede ser un grupo de personas que se tienen cariño, respeto, amor, o que viven bajo el mismo techo, pero no la unión fecunda entre un hombre y una mujer. Victoria para el progresismo: el poliamor es un «tipo de familia». La autonomía es suficiente para que un hijo se levante contra sus padres y el Estado lo respalde, escudándose en su rol protector del interés superior y la autonomía progresiva. También en aras de la autonomía la eutanasia será una opción igualmente válida que los cuidados paliativos, o se prohibirá decirle a un hombre que se autoidentifica como mujer que está equivocado. Victoria para el progresismo: soy autónomo, luego digno. Victoria para el progresismo: se acaba la libertad de enseñanza, que por sí misma no garantiza que no se adoctrine a los hijos con una educación sexual integral similar a la propuesta por los convencionales. Victoria para el progresismo…
¿Significa que la Constitución de la Convención no incluye elementos que son positivos, como las condiciones materiales para poder vivir de forma decente? Sí los incluye, pero no son bienes no negociables: la búsqueda del bienestar material como un fin en sí mismo no resolverá la crisis de la desintegración de la familia. ¿Significa que el orden institucional, el Estado de Derecho, la seguridad pública, el crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente no deben considerarse cuando estemos en la urna? Por supuesto que sí, pero no tienen el mismo peso que bienes tan esenciales como la dignidad humana o la familia.
La vía constitucional como remedio a la crisis chilena se instaló como un espejismo en el desierto: no resolverá inmediatamente los problemas -como muchos por el Apruebo se han apurado en señalar-, ni tampoco sentará las bases para solucionarlo a largo plazo. Pero pase lo que pase, gane quien gane en septiembre, el Apruebo cultural habrá vencido… y tal vez eso debería hacernos mirar un poco más allá del plebiscito.