A pocos días del plebiscito constitucional es relevante recordar lo que está en juego. Ante el lugar común de “lo importante es votar”, creemos que es fundamental enfatizar en que lo más importante es cómo votar, y no el hecho mismo de hacerlo.
El texto que se nos propone es fiel reflejo de las ideologías que abrazan sus autores. No podría ser de otra forma. Así, el ánimo refundacional permea la propuesta de principio a fin.
Por otro lado, la propuesta erige al individuo como la única medida de lo bueno y lo malo, de lo verdadero y lo falso. Así ninguna comunidad es posible. Así es imposible avanzar hacia un bien común. Toda referencia a la moral fue eliminada bajo la lógica del “quién soy yo para decirle a otro qué debe hacer”. Todo esto se hizo bajo el disfraz de la neutralidad –salvo en materia de perspectiva de género y sus derivados– pero, al mismo tiempo, el texto impone fines, principios y deberes que están lejos de ser neutrales.
Del mismo modo, bajo la excusa de promover una neutralidad religiosa imposible, en realidad se promueve una visión materialista del hombre y de la sociedad (Estado laicista, más que laico). Así, irónicamente, el texto intenta exiliar a Dios de la sociedad al tiempo que endiosa al hombre: el nuevo dios, el nuevo dueño no sólo de sí mismo sino de la vida y la muerte.
La propuesta de la Convención es el mejor reflejo de lo que nos enseña Pablo VI en Populorum Progressio: “Ciertamente el hombre puede organizar la Tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre”. Eso es la propuesta de nueva Constitución: la síntesis de un desorden antropológico y jurídico que dañará gravemente a Chile. No queda más opción: debe ser rechazada.
Álvaro Ferrer
Director Ejecutivo