En este momento en el que nos hemos reunido aquí para agradecer a Dios el Premio Nobel de la Paz, pienso que sería hermoso que rezáramos todos la oración que compuso San Francisco de Asís que a mí siempre me sorprende mucho – rezamos esta oración todos los días después de la Santa Comunión- porque es muy apropiada para la vida de cada uno de nosotros, y yo siempre me pregunto si hace 400-500 años, cuando San Francisco de Asís la compuso, tenían las mismas dificultades que nosotros tenemos hoy, porque es una oración que también encaja perfectamente en el mundo de hoy. Creo que algunos de ustedes ya lo han entendido, así que la rezaremos juntos.
Permítanme agradecer a Dios por la oportunidad que tenemos de estar hoy todos juntos, por el regalo de paz que nos recuerda que hemos sido creados para vivir en esa paz, y que Jesús se hizo hombre para traernos esa buena noticia a los pobres. Él, siendo Dios, tomó lo condición del hombre en todos los aspectos como nosotros excepto en el pecado, y proclamó muy claramente que había venido a proclamar la buena nueva. Esa buena noticia era la paz a toda los hombres de buena voluntad y esto es algo que todos nosotros queremos –la paz del corazón- y Dios amó al mundo tanto que dio a su hijo –porque fue entregado- que es tanto como decir que a Dios le dolió entregarlo, porque amaba tanto al mundo que le dio a su hijo y se lo dio a la Virgen María, ¿y qué hizo ella con Él?
Tan pronto como Él llegó a su vida, inmediatamente fue de prisa a proclamar esa buena noticia, y en cuando entró en la casa de su prima, el niño –el niño nonato- el niño en el vientre de Elizabeth, saltó con alegría. Ese pequeño niño todavía nonato fue el primer mensajero de la paz. Él reconoció al Príncipe de la Paz, reconoció que Cristo había llegado a darnos la buena noticia a ti y a mí. Y como si eso no fuera suficiente –como si no fuera suficiente hacerse en hombre- Él murió en la cruz para mostrar un amor superior, y murió por ti y por mí y por ese leproso y por ese hombre muriendo de hambre y aquella otra persona desnuda yaciendo en la calle, no sólo de Calcuta, sino de África, Nueva York, Londres y Oslo –e insistió en que nos amáramos los unos a los otros como Él nos ama a cada uno de nosotros. Y leemos todo esto muy claramente en el Evangelio –ama como yo te he amado- como yo te amo- como el Padre me ha amado, así te amo yo- y cuanto más el Padre le amó, más nos lo entregó a nosotros, y cuando más nos amemos los unos a los otros, más debemos entregarnos los unos a otros también hasta que nos duela. No es suficiente que digamos: Amo a Dios, pero no amo a mi prójimo. San Juan dice que somos mentirosos si decimos que amamos a Dios pero no amamos al prójimo. ¿Cómo puedes amar a un Dios al que no ves, si no amas a tu prójimo al que sí ves, al que sí tocas y con el que vives? Y por esto es tan importante darnos cuenta que el amor, para que sea verdadero, debe doler. A Jesús le dolió amarnos. Y para asegurarse que recordáramos su gran amor, se hizo a sí mismo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de su amor. Nuestra hambre de Dios, porque hemos sido creados para ese amor. Hemos sido creados a su imagen. Hemos sido creados para amar y ser amados, y después él se ha hecho hombre para hacer posible que nos amáramos unos a otros como él nos amó. Él se transforma en el hambriento, en el desnudo, en el sin hogar, en el enfermo, en el prisionero, en el solitario, en el no querido, y dice: Lo hicisteis conmigo. Hambre de nuestro amor, y hambriento de nuestra gente pobre. Este es el hambre que tú y yo debemos encontrar y que puede estar en nuestro propio hogar.
Nunca me olvido de la oportunidad que tuve cuando visité un hogar de ancianos en el que habían sido dejados por sus hijos e hijas y tal vez olvidados. Y fui ahí, y vi que en ese hogar tenían de todo, cosas hermosas, pero todos miraban hacia la puerta. Y no vi una pobre sonrisa en sus rostros. Y me di la vuelta hacia la hermana y le pregunté ¿cómo puede ser?, ¿cómo puede ser que estas personas que tienen todo, miran hacia la puerta?, ¿porqué no sonríen? Y es que estoy tan acostumbrada a ver una sonrisa en nuestra gente, incluso los moribundos sonríen, y ella me contestó: Esto es casi todos los días, ellos están a la espera, están esperando que un hijo o hija vengan a visitarlos. Están heridos porque están olvidados, y mire- es aquí donde se muestra el amor. Esa pobreza es la que se vive en nuestros propios hogares, es ahí donde se da la negligencia del amor. Quizá en nuestra familia tenemos a alguien que se siente solo, enfermo o preocupado, y estos son días difíciles para todos. ¿Estamos ahí para acogerlos, está la madre está ahí para acoger a su hijo?
Me sorprendió mucho ver en occidente a tantos chicos y chicas jóvenes ceder ante las drogas, e intenté descubrir el por qué- ¿por qué es así? y la respuesta fue: porque no hay nadie en la familia que les reciba. El padre y la madre están tan ocupados que no tienen tiempo. Los padres jóvenes tienen tantas ocupaciones que el hijo vuelve a la calle y se involucra en otras cosas. Estamos hablando de la paz. Estas son cosas que rompen la paz, pero creo que el mayor destructor de la paz hoy es el aborto, porque es una guerra directa, un asesinato directo por la madre misma. Y leemos en las Escrituras, porque Dios lo dice claramente: Incluso si una madre puede olvidar a su hijo, Yo no te olvidaré, te llevo grabado en la palma de mi mano. Estamos grabados en la palma de Su mano, tan cerca de Él que el niño todavía no nacido ha sido tallado en la palma de la mano de Dios. Y esto es lo que me impacta más, el comienzo de esa oración, que incluso si una madre pudiera olvidar algo imposible- pero incluso si pudiera olvidarlo- Yo no te olvidaré. Y hoy el más importante, el más grande destructor de la paz es el aborto. Y a los que estamos presentes aquí – nuestros padres nos quisieron. No estaríamos aquí si nuestros padres nos hubieran hecho eso a nosotros. A nuestros hijos, los queremos, los amamos, pero ay de millones de niños. Muchas personas están muy, muy preocupadas por los niños en India, por los niños en África, donde muchos mueren, tal vez de desnutrición, de hambre u otras cosas, pero millones están muriendo de forma deliberada por la voluntad de la madre. Y ese es el mayor destructor de la paz hoy. Porque si una madre puede matar a su propio hijo- ¿qué falta para que yo te mate a ti y tú me mates a mí?- no hay nada en el medio. Y esto lo aplico en la India, lo aplico en todos lados: Traigamos de nuevo al niño, y en este año que ha sido el año del niño: ¿Qué hemos hecho por el niño? Al comienzo de este año hablé, hablé en todos lados y dije: Hagamos en este año que cada niño nacido y no nacido sea querido. Y hoy es el final de este año ¿hemos hecho realmente que los niños sean queridos? Les mostraré algo aterrador. Estamos combatiendo el aborto con la adopción, hemos salvado miles de vidas, hemos mandado mensajes a todas las clínicas, a todos los hospitales, a todas las oficinas de la policía –por favor no destruyan al niño, nosotros recogeremos el niño. Y como en cada hora del día y de la noche hay siempre alguien, tenemos un gran número de madres no casadas- díganles que vengan, nosotros nos encargaremos de vosotras, nos haremos cargo de vuestros hijos, y les conseguiremos un hogar. Tenemos una gran demanda de familias que no tienen hijos, esa es la gran bendición de Dios con nosotras. Y también, hacemos otra cosa que es muy bonita, enseñamos a nuestros mendigos, nuestros enfermos de lepra, nuestros pobres, nuestra gente sin techo, lo que es la planificación natural de la familia.
En Calcuta, en tan sólo seis años, sólo en Calcuta, han nacido 61.273 niños menos gracias a la práctica de los métodos naturales de la abstención, del autocontrol… Les enseñamos el método de la temperatura que es muy bonito y muy sencillo, y nuestros pobres lo entienden. ¿Saben ustedes lo que me han dicho? Nuestra familia está sana, nuestra familia está unida, y podemos tener un niño cuando queremos. Así de claro, esa gente en la calle, esos mendigos, y creo que si nuestros pobres lo pueden vivir así, cuánto más ustedes y todos aquellos que tienen capacidad de conocer los métodos y su sentido sin destruir la vida que Dios ha creado en nosotros.
Los pobres son gente muy buena. Pueden enseñarnos muchas cosas bellas. El otro día uno de ellos vino a agradecerme algo y me dijo: Ustedes, los que tienen el voto de castidad, son los mejores para enseñarnos sobre la planificación familiar, porque no consiste en otra cosa sino en el auto control y en vivir el amor hacia la otra persona. Sinceramente pienso que es una afirmación muy bonita. Y estas son personas que tal vez no tienen nada que comer, tal vez no tienen un hogar donde vivir, pero son grandes personas. Los pobres son gente maravillosa. Una noche salimos y recogimos a cuatro personas de la calle. Y uno de ellos estaba en la condición más terrible-y le dije a las hermanas: Ustedes tengan cuidado de los otros tres, yo me ocuparé de éste que se vé peor. Así que hice por aquel hombre todo lo que mi amor pudo hacer. Le puse en la cama, y mostró una hermosa sonrisa en su rostro. Me cogió mi mano, mientras dijo una sola palabra: Gracias – y murió.
Yo no podía dejar de examinar mi conciencia ante ella, y me pregunté qué le hubiera dicho si yo hubiera estado en su lugar. Y mi respuesta fue muy sencilla. Hubiera tratado de llamar un poco de atención sobre mí, hubiera dicho que tenía hambre, que me estoy muriendo, tengo frío, tengo dolor, o algo así, pero aquella persona me dio mucho más – me dio su amor agradecido. Y murió con una sonrisa en su rostro. Como ese otro hombre a quien recogimos del desagüe, medio comido por gusanos, y al que llevamos a casa. He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado. Y fue maravilloso ver la grandeza de aquel hombre que podía hablar así, que podía morir así, sin culpar a nadie, sin maldecir a nadie, sin compararse con nadie. Como un ángel, esta es la grandeza de nuestra gente. Y es por eso por lo que creemos lo que Jesús había dicho: Yo tuve hambre, estaba desnudo, estaba en la calle – no fui deseado, no fui amado, nadie se ocupó de mí – y a mí me lo hicisteis.
Creo realmente que no somos trabajadoras sociales. Podemos estar haciendo trabajo social a los ojos de la gente, sino que somos verdaderas contemplativas en el corazón del mundo. Porque no dejamos de tocar el Cuerpo de Cristo las veinticuatro horas. Mantenemos 24 horas de esta presencia, y eso tú y yo. Tú también debes tratar de mantener esa presencia de Dios en tu familia, porque la familia que reza unida, permanece unida. Y creo que en nuestras familias no necesitamos bombas y armas de fuego para destruir la paz – sino vivir unidos, amándonos unos a otros, traer esa paz, esa alegría, esa fortaleza de la presencia de cada uno de nosotros en el hogar. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo.
Hay tanto sufrimiento, tanto odio, tanta miseria, y nosotros empezamos en casa con nuestra oración, con nuestro sacrificio. El amor comienza en casa, y no es tanto cuánto hacemos, sino cuánto amor ponemos en las cosas que hacemos. Es a Dios Todopoderoso, no importa lo mucho que se haga, porque Él es infinito, sino cuánto amor ponemos en esa acción. Cuánto hacemos por Él en la persona a la que estamos sirviendo.
Hace algún tiempo en Calcuta tuvimos grandes dificultades para conseguir azúcar, y no sé cómo se pudieron enterar los niños, y un niño de cuatro años, un muchacho hindú, fue a su casa y dijo a sus padres: no voy a comer azúcar durante tres días, daré mi azúcar a la Madre Teresa para sus niños. Después de esos tres días su padre y su madre lo trajeron a nuestra casa. Nunca los había visto antes, y este pequeño apenas podía pronunciar mi nombre, pero sabía exactamente lo que había venido a hacer. Sabía que quería compartir su amor.
Y es por todo esto por lo que he recibido tanto amor de todos ustedes. Desde el momento en que he llegado aquí he estado rodeada sencillamente de amor, y con un verdadero y comprensivo amor. Se sentía como si todos los hombres de la India, todos los africanos fueran muy especiales para ustedes. Y le comentaba a la hermana hoy que me sentía como en casa. Me siento como en el Convento con las Hermanas como si estuviera en Calcuta con mis propias hermanas. Así me siento yo aquí mismo.
Y así estoy yo aquí hablando con ustedes, quiero que encuentren a los pobres aquí, antes que en ningún otro sitio en su propia casa. Y comenzar a amar allí. Sean la buena noticia para su propia gente. Y entérense sobre la situación del vecino de su casa- ¿Saben quiénes son? Tuve una experiencia extraordinaria con una familia hindú que tenía ocho hijos. Un caballero vino a nuestra casa y dijo: Madre Teresa, hay una familia con ocho hijos, no han comido desde hace tiempo, por favor haga algo. Así que tomé algo de arroz y fui inmediatamente. Y vi a los niños-sus ojos brillaban de hambre – no sé si alguna vez han visto el hambre. Pero yo lo he visto muy a menudo. Y ella tomó el arroz, dividió el arroz, y salió. Cuando volvió le pregunté – ¿A dónde fuiste, qué hiciste? Y aquella mujer me dio una respuesta muy simple: Ellos también tienen hambre. Lo que más me impactó fue que ella lo sabía y que eran una familia musulmana – y ella lo sabía. No traje más arroz esa noche porque quería que disfrutaran de la alegría de compartir. Pero allí estaban los niños, irradiando alegría, compartiendo la alegría con su madre porque ella tuvo amor para dar. Es ahí donde comienza el amor, como pueden ver, en casa. Y yo les quiero y estoy muy agradecida por lo que he recibido. Ha sido una experiencia preciosa y vuelvo a la India- espero estar de vuelta la próxima semana, el día 15- y seré capaz de llevar su amor.
Mira este fragmento del discurso aquí:
Traducción: Aciprensa
Fuente: Discurso de aceptación del Premio Nobel, Teresa de Calcuta