El 25 de marzo recién pasado, en todo el mundo, se celebró el Día del niño que está por nacer, reivindicando al embrión como persona humana y con derecho a la vida desde la concepción. En Chile, esto se cruza indirectamente con dos discusiones: la reforma de pensiones en el Congreso y la protección del medio ambiente en la Comisión Experta… Y sí, aunque usted no lo crea, ¡tiene mucho que ver!
En el primer caso, la crisis de los sistemas de pensiones se relaciona con diversos factores, pero uno que no suele considerarse es cómo promover factores externos que los hagan viables y cada vez mejores. Lo anterior se explica por una población de edad mayor cada vez más grande y una población de edad menor cada vez más pequeña debido a las bajas tasas de natalidad, lo que provoca que la tasa de reemplazo sea insuficiente para la sostenibilidad del sistema. En otras palabras, sin niños un sistema de pensiones nunca será sostenible. Pero jamás ha sido ese un punto a debatir sobre este tema, que pasa oculto entre números y consignas de No+AFP.
En España, esto fue un argumento que se analizó y algunos estudios concluían que sí había un impacto. Sostenían en 2005 que, si en el caso de una inmigración alta el incremento impositivo se ubicaba en un 18,4% y si el escenario de inmigración era bajo, el incremento llegaba hasta el 25,6%, pero con la reducción del aborto -anualmente, de 58.000 abortos en 1999 a 94.000 en 2017- la tasa descendía hasta un 17,6% (y 17,3% en el caso de lograr una tasa de reemplazo de 2,1 hijos por mujer en edad fértil). En Chile, el índice de fecundidad ha seguido una tendencia invariable descendente desde 1998 con un 2,11% -margen justísimo para garantizar una pirámide de población estable- hasta un 1,54% en 2020.
En el segundo caso, una de las principales razones por las que se decidió incluir un capítulo nuevo sobre la protección al medioambiente fue la preocupación por las futuras generaciones. Al parecer, el bien jurídico protegido habría dejado de ser la naturaleza en cuanto sujeto de derecho y ocupar el lugar secundario que le corresponde en donde lo que se protege en primer lugar es a la persona.
Pero esto se contradice con una de las principales razones para no tener hijos. De acuerdo a un estudio realizado en 10 países y publicado en 2021 se le preguntó a 10.000 jóvenes de entre 16 a 25 años sobre su preocupación por el cambio climático —la ecoansiedad—un 39% manifestó sus dudas sobre tener hijos, lo que se condice con las políticas antinatalistas de grupos ambientalistas o con declaraciones de científicos que señalan la incompatibilidad de reducir el consumo global manteniendo un índice de reproducción en torno a 200.000 personas al día: “Si queremos coger menos aviones, consumir menos alimentos y bienes materiales, tenemos que ser menos”, señalaron. Esta es una de las razones en decisiones diarias, como la que tomó el animador Jean Philippe Cretton sobre realizarse una vasectomía: “El mundo tampoco está en la situación actual para traer gente al mundo. Es al revés, frenar un poco la máquina y uno aporta algo”.
Así, se plantea un falso conflicto en el que se contrapone persona y naturaleza. En realidad, la supuesta preocupación por las futuras generaciones es una máscara para esconder su verdadera preocupación: una naturaleza sin el ser humano.
Ambas situaciones se contraponen en cuanto a sus efectos, considerados solamente en su impacto económico. Promover la natalidad fortalecería la estabilidad poblacional y el funcionamiento de los sistemas de pensiones, pero, al parecer, aumentaría la contaminación de origen humano. Pero la solución no puede ser tan reduccionista.
El ser humano posee un valor por ser persona y no por su margen de contribución positiva o negativa en aspectos socioeconómicos y ambientales. El hombre es parte de la naturaleza y el medioambiente existe para la persona humana.
El 25 de marzo celebramos la dignidad de la persona humana desde el primer instante de su existencia.