Álvaro Ferrer: “El triunfo final”

Hoy celebramos con mucha alegría y devoción a nuestra patrona, la Virgen de Fátima, a quien encomendamos nuestra tarea de defender  y promover los Derechos Humanos, según la comprensión de la Doctrina Social de la Iglesia. 

Este 13 de mayo se cumplen 105 años de la primera aparición de la Virgen en Fátima. En su visita allí el año 2000, San Juan Pablo II afirmó: “Me estoy dirigiendo yo también hacia ese lugar bendito para escuchar una vez más, en nombre de la Iglesia entera, la orden que nos dio nuestra Madre, preocupada por sus hijos. Hoy, estas órdenes son más importantes que nunca (…) (el mensaje) es más actual que entonces y más urgente incluso (…), el llamamiento hecho por María, nuestra madre, en Fátima, hace que toda la Iglesia se sienta obligada a responder las peticiones de Nuestra Señora (…), el mensaje impone un compromiso con Ella”. Estas expresiones no son casuales ni fruto de una devoción particular. Volver a Fátima, meditar su Mensaje, es importante. Fátima sigue presente y vigente.

La lectura de los diálogos entre la Virgen y los pastorcitos y de parte de sus visiones, lleva espontáneamente a detenerme y reflexionar en algunas de sus palabras:

En la primera aparición, el domingo 13 de mayo de 1917: 

– Dijo María: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”
– Sí queremos.
(…)
– Después de pasados unos momentos Nuestra Señora agregó: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.

En la segunda aparición, el miércoles 13 de junio de 1917:

– Dijo Lucía: Quisiera pedirle que nos llevase al cielo.
“Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú te quedarás algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios como flores puestas por mí para adornar su Trono”.
– ¿Me quedo aquí solita? preguntó con dolor Lucía.
“No hija. ¿Y tú sufres mucho por eso? ¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.

En la tercera aparición, el viernes 13 de julio de 1917:

“¡Sacrificaos por los pecadores! y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”.
– “(…) Vendré a pedir (…) la Comunión reparadora de los Primeros Sábados”.

También, en la tercera aparición (parte de la visión de Sor Lucía conocida como el tercer secreto de Fátima):

Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! 

En la cuarta aparición, el domingo 19 de agosto de 1917 [1]:

–  La Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. Y la Virgen empezó a subir hacia Oriente, como de costumbre.

Acerca de  la tercera aparición, el viernes 13 de julio de 1917, quisiera destacar:

Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ.

A partir de estos textos quisiera reflexionar sobre cuatro cuestiones que, a mi entender, confirman la vigencia, importancia y urgencia del mensaje de Fátima, aunque haya transcurrido ya más de un siglo: la oración, la penitencia, la Eucaristía y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Por cierto, sobre cada una de ellas ya se ha escrito y dicho muchísimo por personas santas y sabias. No es mi caso y, por eso, a algunas de ellas recurro. Nada de lo que sigue es ni pretende ser original.

1. La oración: 

La Virgen María repite insistentemente en sus apariciones que es necesario rezar. Nos propone y pide que recemos el Rosario [2], todos los días. Y nos muestra su eficacia, capaz de alcanzar el fin de una guerra, la paz del mundo, la salvación de las almas. Viene al caso transcribir parte de la entrevista del 26 de diciembre de 1957 sostenida entre el Padre Agostino Fuentes, postulador de la causa de beatificación de Francisco y Jacinta, y sor Lucía, diálogo publicado en 1958 —con la aprobación de las autoridades eclesiásticas— en Estados Unidos, en Fatima Findings, y el 22 de junio de 1959 en el diario portugués A Voz [3]:

Los dos instrumentos que nos han sido dados para salvar al Mundo son la oración y el sacrificio. Verá, Padre, la Santísima Virgen, en este final de los tiempos en el que vivimos, ha querido dar una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario. Ella ha reforzado esa eficacia hasta tal punto que no existe ningún problema, por difícil que sea, de naturaleza temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, o de nuestras familias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o incluso de la vida de los pueblos y de las naciones, que no pueda ser resuelto mediante la plegaria del Santo Rosario. No hay problema, le digo, ni asunto por difícil que sea, que nosotros no podamos resolver con el rezo del Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos Santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas.

No existe fuerza más poderosa que la oración. Todos los males, de este tiempo y cualquier otro, personales y sociales, pueden ser sanados con la oración. Pero no se trata sólo de remediar el mal, sino de crecer en el bien. La oración es la elevación del alma hacia Dios [4], necesaria para el encuentro íntimo y personal con Él. María nos ha invitado rezar no sólo para evitar catástrofes, sino para recuperar y cultivar la vida interior, para priorizarla y protegerla, para darle lugar y espacio diario en nuestra vida, de modo que, poco a poco, podamos reencontrarnos con Dios, real y más íntimamente presente en nosotros que nosotros mismos [5]

2. La penitencia:

Todos sufrimos. El sufrimiento es co-existencial en un mundo imperfecto, herido por el pecado. Hemos sufrido y sufriremos. Cuando el mal se hace presente, hay que sufrir, poniendo a prueba la fortaleza, mediante su acto propio: resistir. Pero resistir el sufrimiento inevitable y sobreviniente, incluso con valiente y paciente resignación, no equivale a resistir el sufrimiento libre y voluntariamente elegido. 

Aquí es donde resulta verdaderamente impresionante la inocente, generosa y simple respuesta de los pastorcitos en la primera aparición de la Virgen: “Sí queremos”. Sí queremos sufrir, como reparación y por la conversión de los pecadores. Aceptan la invitación de la Virgen María a sacrificarse voluntariamente por amor. Sufrir por amor: amor a Cristo, continuamente ofendido por el pecado; amor al prójimo, a pesar de su pecado, para evitarle el sufrimiento eterno y obtenerle la conversión y salvación. Hoy, ¿quién está dispuesto a ello? ¿Quién elegiría aquello?

Nadie –o casi nadie– quiere sufrir. Los pastorcitos comprendieron, sin embargo, el valor salvífico y co-redentor del sufrimiento voluntario [6]. Fue por medio de la Cruz, libremente asumida y aceptada, que Cristo realizó la Redención. Es todo el pecado del hombre el que Cristo asume voluntariamente en su sacrificio –cargó con nuestras iniquidades, como dice Isaías–. Cristo sufrió por nosotros y en vez de nosotros. Ese es su ejemplo: voluntariamente sufrir –y hasta la muerte– por culpas ajenas, para evitar el castigo a los culpables y obtenerles, a cambio, la salvación.

Y esto hicieron los pastorcitos de Fátima al decir “Sí queremos”.  Nos corresponde hacerlo también a nosotros: todos estamos llamados a participar del sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención, (…) todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo [7]. Es lo que nos pide San Pablo: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, Santa y grata a Dios (Romanos 12, 12). 

Podemos hacerlo cada vez que nos toque sufrir. Y podemos también vivirlo, de modo más excelente, eligiendo sufrir; eligiendo amar sufriendo, eligiendo sufrir por amor. 

3. La Eucaristía:

Dice San Leonardo de Puerto Mauricio, en su preciosa obra El Tesoro Escondido: 

“¿Sabéis lo que es la Santa Misa? (…). La principal excelencia del Santo Sacrificio de la Misa consiste en ser el mismo que fue ofrecido sobre la cruz en la cumbre del Calvario (…). La Misa no es una simple representación o solamente la memoria de la Pasión y Muerte del Redentor, sino la reproducción real y verdadera de la inmolación efectuada sobre el Calvario (…). El mismo cuerpo, la misma sangre, el mismo Jesús que se ofreció sobre el Calvario, es idénticamente el mismo que ahora se ofrece en la Misa (…) Pero dinos: cuando te diriges a Misa, ¿reflexionas atentamente que vas al Calvario para asistir a la muerte del Redentor? [8]

No existe mayor bien que el Santo Sacrificio. Siendo sumo bien es causa de los demás, porque lo máximo en un género es causa de los inferiores [9]. Todo el bien del universo tiene por fundamento a la Eucaristía. Nuestro mundo se sostiene gracias a la Misa (y no al “activismo de primera línea”, sin por ello desconocer su necesidad e importancia). La presencia real de Cristo en la Hostia Consagrada, su presencia eminente en el Sagrario y la luz encendida que así lo manifiesta son el testigo incontrarrestable de la infinita superioridad del bien, de su triunfo definitivo frente a todo mal, y del Amor sublime que toma forma de pan para estar íntimamente unido a nosotros. 

La Virgen nos ha pedido en Fátima participar en la Eucaristía los cinco primeros sábados de mes, para de ese modo impedir graves males al mundo, a la Iglesia y al Papa.  También, la Virgen nos ha pedido participar en la Eucaristía para reparar las heridas causadas a su Corazón [10]. Me parece que es de estricta justicia hacerlo, como lo mínimo que cualquier hijo haría por su Madre: aliviarle el dolor pudiendo hacerlo. Sin perjuicio de ello, la invitación que nos ha hecho María es a la superabundancia: cinco sábados. Más de una Misa. Si cada una es de valor infinito, María quiere multiplicar el infinito, para nuestro bien y la Gloria de Dios. 

Sabiendo esto, no participar en la Misa –pudiendo hacerlo– es verdadera locura. Y el mundo está bastante loco. El Mensaje de Fátima, a este respecto, viene a corregir nuestras prioridades. Todo está ordenado y subordinado a la Eucaristía, a Cristo, Rey del Universo. No debemos olvidarlo; antes bien, corresponde escuchar a la Virgen de Fátima y participar, cuanto más podamos, de la Santa Misa: “¡A Misa, pues! ¡A oír la Santa Misa! Y sobre todo que no se oiga salir de tu boca esa proposición escandalosa: una Misa de más o de menos, poco importa” [11].

4. La devoción al Inmaculado Corazón de María:

Así habló la Virgen en su segunda aparición a los pastorcitos: “Jesús (…) quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. No es una simple solicitud sino la voluntad expresa de Dios. Y su voluntad es nuestra salvación: “A quien le abrazare prometo la salvación (…). Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”. 

El corazón expresa y es símbolo del centro de la persona. No es el “hacia” donde confluyen sus actos y movimientos, sino el “desde” (Lucas 6, 45). Es su principio, génesis, origen y causa. No se distingue, realmente, como mera parte del cuerpo; es, más bien, su acto primero y constitutivo. Así, decimos que María es y opera como Inmaculada: en Ella no hay defecto ni mancha, ni en su origen, ni en sus actos; y desde su perfección originaria se comprenden sus perfecciones segundas: su total y libre disposición a Dios, el “hágase incondicionado” respecto de la Voluntad Divina. 

Hablar de su Corazón Inmaculado es hablar de Ella; la devoción a su Inmaculado Corazón es a Ella misma, pero a lo más íntimo de su ser y no a otra parte o manifestación u operación de su existencia, por maravillosa que fuere. De ahí entonces que abrazar la devoción a su Inmaculado Corazón es, en realidad, abrazarla a Ella; es radicar nuestro amor en Ella misma. Todo lo que se pueda decir de su Corazón se dice siempre de Ella misma, de modo intrínseco, originario, constitutivo, indisociable e inseparable. Dios envió a su Madre con un mensaje urgente: hemos de abrazar a María como refugio y camino hacia Dios.

¡Vaya camino! A nosotros, pecadores, se nos ha señalado el camino estrecho (Mateo 7, 13-14), el de la puerta angosta (Lucas 13, 23-24). Pero es tal la magnitud del pecado que, de modo particular y para estos tiempos, se manifiesta nuevamente la paradoja de la divina misericordia: la puerta es María. Por tanto, la vía es la dulzura, ternura, compasión y delicadeza infinitas, ¡un verdadero anticipo del Cielo!

Cuesta, ciertamente, comprender tanto amor. El Pastor no sólo ha dejado a las noventa y nueve ovejas para salir a buscar a una perdida, sino que ¡ha enviado a su Madre a buscarnos! Fátima es recuerdo vivo y visible de que hoy, y como remedio a los gravísimos males actuales –individuales, situacionales y estructurales–, el Padre y la Madre nos buscan –perdónenme la expresión– con auténtica y santa desesperación: Hijo, (…) mira, tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia (Lucas 2, 48). 

Nos buscan porque solos estamos perdidos. La autosuficiencia es un engaño, así como la soberbia es ciega [12]. Separados nada podemos hacer (Juan 15, 5). Necesitamos la Gracia, y es a través del Corazón Inmaculado de María que Dios ha dispuesto que recibamos todas las gracias: “Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María” [13]. Por esto la llamamos Mediadora Universal [14], siempre subordinada a Cristo. Quien puede lo más, puede lo menos: María nos ha dado al Salvador; por Él y en Él nos da y dará todas las gracias necesarias para nuestra salvación. Pero lo hace a su modo: como Madre, y Madre Inmaculada. Ternura sin defecto. Las consecuencias “vivenciales” son determinantes.

En la experiencia del amor materno de María es que se “siente” y comprende, más y mejor, el Amor Paternal de Dios y sus manifestaciones más “maternales”: su ternura, acogida, su preocupación vigilante, interesada e incesante, su providencia infalible, su asistencia certera; se comprende, de una vez, que decir ¡Abba! es, antes bien, decir ¡Papito! De allí que el amor a María, a su Inmaculado Corazón, es camino directísimo, privilegiado y necesario para vivir nuestra filiación divina, descubriendo y experimentando las maravillas de la Paternidad divina. 

A su vez, el amor a María, a su Inmaculado Corazón, y de María, de su Inmaculado Corazón, es estrictamente personal. Así como la persona es singularísima e incomunicable [15] en razón de su acto de ser, la comunicación personal e íntima, de corazón a corazón, nace de esa singularidad irrepetible, dirigiéndose a otra semejante en recíproca acogida. Nos dice San Juan Pablo II: “es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la Madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. (…) En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo»” [16].

Se comprende así que la devoción al Corazón Inmaculado de María, sin dejar de ser un regalo para toda la humanidad, es, también, un regalo personal: “La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” [17]

He aquí, entonces, el camino y refugio que Dios nos reitera en Fátima, con carácter urgente y estrictamente necesario para alcanzar nuestra salvación: la personal comunión con nuestra Madre, relación filial que “no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia Él” [18].

– o –

El Mensaje de Fátima concluye con un hecho cierto: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. Pase lo que pase, venga lo que venga, “Cristo vencerá por medio de Ella, porque Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo del futuro estén unidas a Ella” [19]

Nadie conoce el día ni la hora (Mateo 13, 32; 24, 36), pero es prudente atender a los signos de los tiempos. Y los tiempos actuales son extremadamente complejos, por no decir desastrosos. Sea hoy, mañana o dentro de siglos, debemos estar preparados (Mateo 24, 42-51). El mensaje de Fátima no es un mero recuerdo sino la re-actualización del clamor de la Santísima Virgen por medio del cual nos llama a estar en vela, y a disponer los medios adecuados que Ella nos reveló en la Cova de Iría: oración, penitencia, Eucaristía y devoción a su Inmaculado Corazón. Desatender semejante regalo sería, a mi juicio, irracional temeridad o resabio pelagiano. Conviene tenerlo presente y hacerlo carne, entonces, con mayor razón ahora, en que Chile está (y esto no es una metáfora) acechado por demonios que lo quieren devorar. El combate es, ante todo, espiritual, y el campo de batalla radica en nuestra alma (luego, secundariamente, en el Palacio Pereira, el Congreso Nacional o los Tribunales de Justicia). Por tanto, “nosotros también, (…)corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 11, 1-2), con la inconmovible certeza de la esperanza en que Ella aplastará la cabeza de la serpiente (Génesis 3, 15) y así por fin, su Inmaculado Corazón triunfará


Notas

[1] La Virgen le había dicho a los pastorcitos que vinieran el día 13 de cada mes. Sin embargo, el mes de agosto la aparición no se realizó el día 13, porque el Administrador del Consejo de Cova de Iría apresó a los pastorcitos con la intención de obligarles a revelar el secreto. Los tuvo presos en la Administración y en el calabozo municipal.

[2] El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Nº 1.

[3] Contra esta entrevista se desencadenó una polémica. El 2 de julio de 1959, la Curia de Coímbra —por más que la entrevista hubiera aparecido con aprobación eclesiástica— publicó una nota contra el padre Fuentes, que, siendo el postulador de la causa de los dos pastorcillos y habiendo hablado con sor Lucía, “se ha tomado la libertad de realizar declaraciones sensacionalistas, de carácter apocalíptico, escatológico y profético que afirma haber oído de los propios labios de sor Lucía”. Debido a esto el padre Fuentes fue apartado de su cargo y se hizo pública una declaración de sor Lucía en la que se desmentía todo. Posteriormente, el Padre Joaquim Alonso, el archivero oficial de Fátima, estudiando una inmensa cantidad de documentos y, sobre todo, habiendo podido hablar por extenso con sor Lucía, maduró en él una opinión muy diferente. Y en 1976, rehabilitó en lo sustancial al padre Fuentes, declarando que ese texto suyo “corresponde ciertamente en lo esencial a lo que él había escuchado de boca de sor Lucía (…). Este texto no contiene nada que sor Lucía no haya dicho ya en sus numerosos escritos públicamente conocidos”.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 2590.

[5] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 8, art. 1.

[6] Vid. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici Doloris.

[7] Ibid, Nº 19.

[8] San Leonardo de Puerto Mauricio, El Tesoro Escondido, o breve instrucción sobre la Santa Misa, Imprenta de R. Varela, Santiago, 1878, p. 7-15.

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q2, a3.

[10]  Cuando Lucía era aún postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España, tuvo una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación:  “Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María: Blasfemias contra su Inmaculada Concepción; contra su virginidad; contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres; contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada; contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes”.

[11] San Leonardo de Puerto Mauricio, Op. Cit., p. 38.

[12] “La soberbia… ocluye los ojos de la mente”. Santo Tomás de Aquino, Super Sent., lib. II, d. 21, q2, a1 ad 1.

[13] San Luis María Grignon de Monfort, Op. Cit. Nº 16.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q26, a1, 2.

[15]  Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II, q29, a1.

[16] Carta Encíclica Redemptoris Mater, Nº 45.

[17] Ibid

[18] Ibid, Nº 46.

[19] San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Vitorio Messori (ed.), traducción de P. A. Urbina, Plaza & Janés Ed., Barcelona, 1994, p. 215.

Álvaro Ferrer: “El triunfo final”

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