Author : Ignacio Suazo

«Deberes» por Vicente Hargous

Columna publicada por El Líbero, el 10 de mayo, 2020

Desde distintos sectores se han pronunciado severas acusaciones contra Sergio Micco, director del INDH, por haber dicho una verdad no sólo del sistema jurídico, sino de la misma naturaleza humana: “no hay derechos sin deberes”. Así como existen unos derechos humanos, existen también ciertos deberes correlativos a ellos. Esta conclusión, se desprende de las mismas definiciones de ‘derecho’ y ‘deber’ y, por otro lado, de su fundamento natural.

Un gran malentendido —que se ve en las críticas lanzadas por los funcionarios del INDH, por la Comisión Chilena de Derechos Humanos y por la diputada Carmen Hertz— puede provenir de los tecnicismos de la disciplina del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Los derechos no se ven restringidos por el Derecho Internacional que los protege. Los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, que nuestra Constitución reconoce, son los derechos humanos. Además, el INDH tampoco está limitado por estos tecnicismos del Derecho Internacional, ya que sus estatutos se refieren a su objeto como “la promoción y protección de los derechos humanos (…) establecidos en las normas constitucionales y legales” (art. 2°), y no sólo en los tratados internacionales.

Siendo derechos naturales, existen ciertos deberes naturales correlativos a estos derechos. Los derechos son los que cada ser humano tiene por su misma dignidad inherente y esencial, y no por su cuna, su sexo, ni su posición económica. Así lo reconoce expresamente nuestra Constitución, cuando dice que ellos “emanan de la naturaleza humana” (art. 5°). Por tanto, existe una Ley Natural, que establece un orden de justicia del que surgen los derechos, en virtud del cual es ilícito matar directamente a una persona inocente, atentar contra la honra de una persona mediante injurias, dañar la propiedad ajena, y es obligatorio (aunque no siempre coactivamente) aportar a la comunidad a la que uno pertenece. Todos estos son deberes naturales.

«Los deberes no son requisitos para ejercer un derecho en cada caso concreto, pero sí son necesarios para que el sistema entero funcione.»

Un punto que hacía falta recordar en nuestros días, también mencionado por el Director del INDH, son los deberes que tenemos para con la comunidad política. La persona humana está llamada al don, a la entrega a otros, antes que a la exigencia involucrada en cada derecho. Por eso, es muy sano recordar que somos seres sociales —nacemos en una familia y en una comunidad política— y debemos dar un poco de lo que hemos recibido. Sin deberes no podríamos hacer efectivos los derechos, porque del cumplimiento de ciertos deberes depende que todos podamos vivir en paz. Los deberes no son requisitos para ejercer un derecho en cada caso concreto, pero sí son necesarios para que el sistema entero funcione. Estos deberes son de solidaridad, “empeño firme y perseverante por el bien común”, como dijera Juan Pablo II. Por mucho que no sea exigible de manera coactiva, la solidaridad es un deber que debe ser recordado, porque sin ella el orden social se pierde en medio de un entramado de relaciones individualistas que se carcomen unas a otras por la envidia y el odio. Lo que vimos el 18-O, al igual que en la fiesta de 400 personas en Maipú, fue precisamente una muestra de adónde nos lleva el individualismo reinante, donde cada uno busca su propio bienestar —no importa si lo busca como fruto del propio esfuerzo o de la acción del Estado— sin procurar a la vez el bien integral de los demás y de la patria misma.

Por todo esto, hay que aplaudir de pie a Sergio Micco, que ha sido capaz de recordarnos esas verdades incómodas, en uno de los momentos en los que más las necesitamos.

«Lo que está en juego» por Cristóbal Aguilera

Columna de nuestro director, Cristóbal Aguilera, publicada por El Líbero, el jueves 11 de junio.

De pronto pareciera que aquella máxima ética fundamental según la cual «el fin no justifica los medios» se ha convertido en uno de los impedimentos más importantes para avanzar en la consecución de causas justas. Los ejemplos se han ido acumulando: si la única herramienta para alcanzar un cambio social es la violencia, habrá que recurrir a ella; si las formas constitucionales impiden avanzar en la tramitación de una iniciativa urgente, habrá que obviarlas. Ahora tocó el turno de una jueza que, creyendo ella ser la llamada a superar una supuesta discriminación arbitraria y declarar que un niño tiene dos madres, no dudó en instrumentalizar la justicia, aceptar ser parte de (¿o dirigir?) una colusión procesal y fallar en contra de ley expresa y vigente.

No hay necesidad de argumentar –por ser evidente– que esta práctica es insostenible. Lo que subyace al principio de que el fin no justifica los medios es que hay ciertas acciones que son en sí mismas injustas. Esto significa que nada puede justificarlas, que nada puede corregir su desviación original. Hemos comenzado a recorrer una senda, una espiral, que no tiene límites. Aquel que justifica los medios por los fines termina atrapado en aquellos; los mismos medios comienzan a ser fines. Quienes celebran con euforia estas «victorias» no son conscientes de que alguien puede venir y, con la misma lógica, dar vuelta el asunto, pero con más violencia, con mayor fuerza. La vida social poco a poco se va convirtiendo en un juego en el que el más fuerte acaba por dominar al resto.

«Aquí, al contrario de lo que piensa la pareja de mujeres, la jueza, el abogado informante y todos los que fueron parte de este tinglado, la única injusticia que se ha cometido ha sido contra el niño. En efecto, le han privado deliberadamente de la experiencia de tener un padre y eso es injusto.»

El caso de la jueza, sin embargo, no solo es grave por lo recién dicho, sino que también lo es por el fin que se buscaba. Aquí, al contrario de lo que piensa la pareja de mujeres, la jueza, el abogado informante y todos los que fueron parte de este tinglado, la única injusticia que se ha cometido ha sido contra el niño. En efecto, le han privado deliberadamente de la experiencia de tener un padre y eso es injusto. Podrán manipularse los argumentos, tergiversarse el alcance de los tratados internacionales, recurrir a la emotividad, argüir el tan deformado principio del interés superior del niño, citar cuanto texto les dé la gana, pero eso no cambia la injusticia. La realidad es lo suficientemente porfiada como para ser alterada por estas tácticas.

Y esto último es, al final, lo que está detrás de todo esto. El objetivo de la agenda de género, dentro de la cual se debe comprender este caso, es falsear la realidad. Es persuadir a la sociedad de que aquellos datos sexuales originarios son imposiciones, de que el compromiso conyugal es una discriminación, de que la paternidad es un asunto meramente sentimental. El problema es que esto termina por degradarlo todo; en este caso, la radical y misteriosa relación filial. Así, padre y madre se comprenden como categorías vacías o únicamente emocionales, al punto que basta ser pareja de la madre de un niño para constituirse como madre de éste. Lo que hoy estamos viviendo –todas las aristas que configuran el momento actual– es gravísimo; y es de esperar que, de una vez, tomemos verdadera conciencia de lo que está en juego.

«Autoridades, desigualdad y abuso» por Juan Ignacio Brito

Columna de nuestro director, Juan Ignacio Brito, publicada por La Tercera el jueves 11 de junio.

No pueden dejar de llamar la atención las actitudes de ciertas autoridades que parecen creer que las normas que rigen para todos no se les aplican a ellas. Durante el último tiempo, este tipo de conductas se multiplica. Va desde cuestiones sencillas, como no cumplir algunas normas sanitarias de uso frecuente, hasta asuntos graves, como el “sacrilegio contra la Constitución” cometido por la presidenta del Senado. La última encarnación de esta tendencia tuvo lugar esta semana, con el caso de una jueza que pasó por encima de lo que la ley dice de forma expresa para fallar en favor de una pareja de mujeres que busca que ambas sean reconocidas como madres de un menor.

En momentos en que la igualdad es el grito de batalla de la nación entera, parece especialmente desubicado que existan quienes utilicen su posición de influencia para “adelantar por la berma” y anteponer sus agendas personales al respeto a la ley que juraron servir. Esa actitud supone una de las expresiones más crudas de la desigualdad que tanto irrita a nuestra sociedad: el abuso.

«En momentos en que la igualdad es el grito de batalla de la nación entera, parece especialmente desubicado que existan quienes utilicen su posición de influencia para “adelantar por la berma” y anteponer sus agendas personales al respeto a la ley que juraron servir.»

Las autoridades poseen atribuciones de las cuales carecen los ciudadanos comunes y que les permiten influir en el quehacer cotidiano de todos. La ley es un límite especialmente importante para ellas, pues protege a los ciudadanos de eventuales abusos. Por eso, el derecho público dispone que solo pueden hacer aquello que les está expresamente permitido, con el objetivo de prevenir excesos. Al ir más allá de lo legalmente establecido, autoridades como la jueza mencionada incumplen un deber y vulneran la más relevante salvaguarda para la convivencia pacífica y justa. Obedecer la ley no debería ser una opción, pues, como decía Cicerón, somos esclavos de ellas para poder ser libres.

Detrás de esta forma de actuar se esconde además un profundo desprecio por la deliberación democrática. Nuestro ordenamiento establece que el gobierno y el Congreso son colegisladores, mientras que los tribunales deben aplicar la ley. Pero, al actuar como lo hizo, la jueza ha torcido la nariz a la ley, interpretándola a su amaño y “legislando” por la vía de los hechos.

Existen grupos activistas que pretenden establecer el reconocimiento legal de la doble maternidad. Para ellos -como para cualquiera-, la vía democrática exige promover la presentación de un proyecto de ley que sea discutido en el Congreso. Allí será sometido a deliberación, contrastado y, eventualmente, votado. Al actuar como lo hizo, sin embargo, la jueza ha preferido condensar de manera irregular en un fallo todo ese proceso. Que alguien se sienta con el derecho a obrar de esa manera no solo es lamentable, sino indicativo de hasta dónde puede llegar la desigualdad en este país.

Carta al director sobre matrimonio homosexual

A continuación les compartimos la respuesta del directorio de nuestra Corporación a la carta del directorio de Libertades Públicas (LP), publicada por El Mercurio. En su carta del domingo, LP critica el rechazo al reciente fallo del Tribunal Constitucional, que tuvo su origen en la negativa del Registro Civil de inscribir el matrimonio de dos mujeres españolas residentes en nuestro país. Nuestro directorio, por su parte, rechaza las acusaciones en cuestión. «Estar a la altura del debate (…) requiere rigor intelectual, evitando construir un espantapájaros». Puedes ver la carta accediendo al Mercurio o descargándola aquí.

¿Criterios o algoritmos?

En esta reflexión nuestro asesor legislativo, Vicente Hargous, argumenta por qué ningún protocolo ni algoritmo podrá reemplazar el criterio médico.

Hace algunos meses comenzó a discutirse en los medios la pregunta sobre los criterios para determinar a qué pacientes asignar recursos médicos y a qué pacientes no. Hoy cuando los casos de coronavirus abarrotan nuestros hospitales y clínicas, la pregunta por el llamado «dilema de la última cama» dejó de ser un escenario probable para convertirse en una realidad.

Muchas universidades han elaborado ciertos documentos con propuestas traducidas en protocolos de acción. En muchos de ellos (al menos así ocurre en los que hemos podido revisar) se aprecia que la prudencia es pasada en silencio. La prudencia es la razón práctica del médico, su criterio, que determina en el caso concreto qué es lo que corresponde. Toda respuesta que se dé como solución previamente tomada “desde arriba”, por fuerza verá al médico como un técnico que aplica deductivamente una norma, sin margen de apreciación. Y es que las respuestas a las interrogantes éticas no son técnicas, ni son susceptibles de ser traducidas a nivel de política pública, sin caer en una visión ética utilitarista capaz de atropellar la dignidad humana y estar dispuesta a realizar actos injustos, para conseguir ciertos resultados.

Para resolver este problema la autoridad puede (y quizás debe) dar criterios —orientaciones, guías—, pero no algoritmos. Esperamos que en tales orientaciones se reafirme la dignidad intrínseca de cada persona y que no existen vidas más o menos valiosas que otras, cualesquiera sean las circunstancias.

Reseña libro «La mujer pobre»

En esta reflexión sobre una de las pocas novelas del polémico escritor León Bloy, nuestro Director Ejecutivo, Álvaro Ferrer, hace referencia a un tema igualmente controversial: el valor de la pobreza. En medio de un mundo donde la carencia material es vista como una maldición, la sola idea de valorizar a «la dama pobreza», como la solía llamar San Francisco de Asís, parece una locura. Sin embargo, como explica el autor, la necesidad y desvalimiento hacen relucir -paradójicamente- la belleza de la dignidad humana. Por todo lo anterior, el siguiente escrito de seguro no le será indiferente a nadie.

Caminando por el jardín de la casa, en estos días de encierro en que se aprecia el regalo de vivir en el campo, uno de mis hijos recogía algunas frutas de los árboles que con generosidad nos proveen el postre a lo largo del año. Llenó hasta el tope el carrito rojo que usamos para recolectar y, a veces, ellos aprovechan para pasear a sus hermanos menores (valiéndose de la fuerza centrífuga haciendo volar lejos a los incautos en cada curva, que luego se levantan, se sacuden y entre carcajadas piden otra vuelta). Tomó una manzana, de las verdes, y me dijo: pobrecita, no sabe lo buena que es ni cuánto me gusta. Mascó y compartió un pedazo con el Toqui, un quiltro fiel y fanático de las frutas que rescatamos hace años en la calle, y emprendió con el carro hacia la cocina a terminar su trabajo repitiendo en voz alta, con un tono marcial y graciosamente infantil: el que recoge, guarda y ordena

Por un rato rumié lo que dijo, con la música de fondo que sonaba en mi conciencia: la sensatez de los niños, la necesidad de hacerse como ellos… Es que él tenía toda la razón. Los seres no personales –como la simple manzana– son mudos, incapaces de decir algo sobre su bondad o verdad. Pero la persona, imago Dei, al contemplarlos, puede reconocer y manifestar su esplendor, gozándose de su conocimiento, intuitivamente, sin grandes discursos ni raciocinios (incluso antes de masticarlos…). Toda persona es capaz de gozar y comunicar la belleza de la creación, pero para ello se requiere de cierta disposición para que el recipiente pueda recibir adecuadamente: la persona necesita de cierta connaturalización para poder reconocer y gustar lo bello y, así, comunicarlo gozosamente.

Pienso que Léon Bloy es de los pocos autores que han sido capaces de connaturalizarse con la belleza de la pobreza. Tal vez por haberla vivido en carne propia. Por haberla masticado al no tener otra cosa que masticar. Por haberla padecido. Sobre todo, por haberla agradecido. Tal vez por eso sea que el Papa Francisco –que tanto ha enseñado sobre la pobreza durante su Pontificado– lo haya citado en su primera Homilía. Quizás por lo mismo George Bernanos haya dicho que este polémico escritor francés es el Profeta de los Pobres, de los verdaderos Pobres, de los últimos supervivientes de la antigua Cristiandad de los Pobres.

En este libro, «La Mujer Pobre», Bloy nos lleva a vivenciar la pobreza. No sólo a leerla y considerarla de modo abstracto, lejano, estéril y simbólico, sino real, concreto y encarnado, con rostro, nombre y apellido; cercano como la voz de la conciencia; fructífero como el dinero de un prestamista inescrupuloso. Su pluma rabiosa, al paso que devora todo afán burgués, nos provoca la agridulce contradicción del gozo doloroso. Acompañar a Clotilde, la protagonista, en sus miserias cada vez mayores, en sus fugaces alegrías que al paso decaen en sombras que cubren su vida de una frialdad oscura, donde tenues rayos de luz iluminan su caminar y confortan su esperanza, es un claroscuro punzante dentro de una experiencia encantadora que duele, realmente. Cala hondo y muerde el corazón, a ratos horadando la comodidad, desgarrándola, volviéndola insoportablemente incómoda, incluso culpable. Como dice Bloy, una tribulación inminente y en verdad espantosa ocurre al hombre alegre a quien un pobre ha tocado el vestido y ha mirado con los ojos en los ojos. La mirada apacible e interpelante de Clotilde nos planta frente a esa realidad denunciada por José María Cabodevilla, de que la pobreza puede ser algo tan obvio que parezca ocioso y tan arduo que resulte imposible.

Mirando a Clotilde ya no queda espacio para definir la pobreza como carecer de lo superfluo –concepto que convierte en pobres a muchos ricos–, o como cierta disposición a no crearse nuevas necesidades que exijan mayores medios para satisfacerlas –que pondría coto al legítimo progreso humano–; tampoco se la puede concebir como vivir del propio trabajo –que los hay en exceso bien remunerados–, o de la simple limosna –que convertiría en pobres a algunos pródigos y aprovechadores–; ni menos delimitar como un vivir expuesto a la angustia del riesgo y la incertidumbre –que disfraza de pobreza a la mera ambición y avaricia–. Pero la vida de Clotilde no puede reducirse ni enmarcarse en una definición. Ningún concepto puede contener tanta grandeza. Su vida pobre y desgraciada es ella misma, porque las circunstancias no son la persona, sólo la rodean. Clotilde es pobre, y Bloy nos desvela que allí, en su ser pobre, radica su belleza, según el testimonio de los santos que aseguran que la pobreza es infinitamente amable.

Clotilde, más que cualquier erudito poderoso y seguro de sí (o de sus citas), se sabe –en la expresión de Carlos Cardona– alguien ante Dios y para siempre. Clotilde tiene conciencia de que es una persona. Su seguridad es proporcional a su valía inconmensurable.

Seguro este sea un mejor verbo para intentar reseñar esta obra, desvelar, pues, como magistralmente enseña Gertrud Von Le Fort, todas las formas elevadas de la vida femenina presentan a la mujer velada. El velo es el símbolo de lo metafísico en el mundo, es el símbolo de lo femenino. Y Clotilde es precisamente esa mujer velada, oculta al mundo, que logramos acompañar enamorándonos de su dolor. La experiencia es edificante y a la vez absurda, ilógica. Es locura para el mundo. El mundo quiere grandeza, figuración, protagonismo, reconocimiento, aplausos, cargos, cuotas. Poder. Quiere títulos y post títulos. Quiere posesiones y posiciones. Quiere posición para poseer. Quiere posesiones para consolidar (o subir) posiciones. Quiere estar en lo alto para mirar con desdén hacia abajo, con la ilusión de así llenar la autoestima sedienta y sin fondo del burgués –como denuncia Bloy–. El mundo quiere meras apariencias. Pero Clotilde no es mera apariencia ni pretende esos espejismos. Por eso el mundo la desdeña. A ella y a cualquiera como ella. El mundo desecha lo pequeño, lo humilde, lo oculto. Menosprecia lo despreciado por todos. Rechaza lo insignificante porque ignora su significado.

Clotilde, en cambio, es significancia pura. Por eso conocerla es una experiencia gozosa. Porque su vacío de lo externo nos regala abundancia interior. Y así brilla y resplandece su belleza –presente en sus rasgos físicos, sin duda– con un esplendor cuya causa es más profunda, determinante, actual, y fascinante. Su bajeza ante los ojos altivos, desprevenidos y ensimismados es, en realidad, no tanto el producto de la mala fortuna y la crueldad del destino, sino de su abajamiento. Despojo. Abandono. De sí misma, de su historia, de su familia, de toda posesión e ilusión, no por desesperación temerosa (¡y quién podría culparla!), sino por la certeza confiada y firmemente arraigada en la experiencia de ser amada por sí misma. Clotilde, más que cualquier erudito poderoso y seguro de sí (o de sus citas), se sabe –en la expresión de Carlos Cardona– alguien ante Dios y para siempre. Clotilde tiene conciencia de que es una persona. Su seguridad es proporcional a su valía inconmensurable. Esta mujer pobre es una oda a la dignidad personal inmerecidamente participada, anclada en la radicalidad del Amor benevolente que da y sostiene la vida, reconocida en la amistad con un Dios que es Persona.

De ahí que su lectura sea tan provechosa. El contraste entre la locura de un Profeta de los Pobres frente a la sabiduría del mundo es una genuina lección de vida que confirma aquella dura sentencia: la ignorancia de la pobreza parece más embrutecedora que la ignorancia de Dios. Conocer a Clotilde, de la mano connaturalizada de Bloy, ha servido de remedio para mi ignorancia de algo tan esencial; y como tantas medicinas dolorosas, no obstante, la acompaña la alegría de la salud, ya no del cuerpo sino del alma, el silencio de la tranquilidad en el orden. Es un libro para gozar en la contemplación de la pobreza en que se encarna y manifiesta la dignidad de la persona pues, como dice Von Le Fort, en el perfecto desprendimiento de todo mérito visible se trasluce la importancia suprema de la persona. Y es que la dignidad personal es perfección intrínseca y desnuda: puro don gratuitamente recibido, que no depende de logros, adornos ni honores, participado a quien no es nada más que miseria, por Aquel que siendo rico, por amor, se hizo pobre (2 Cor, 8:9).

El por qué de una Agenda social

La Doctrina Social Iglesia es integral y busca iluminar a todo el hombre y todos los hombres. Por eso no debe extrañar que durante estos meses de pandemia, el equipo legislativo haya dedicado varias horas de esfuerzo al análisis de proyectos sociales que vayan en ayuda de nuestros compatriotas más desfavorecidos.

Mucha gente asocia Comunidad y Justicia a la defensa de la mal llamada “agenda valórica”: aborto, identidad de género, matrimonio entre personas del mismo sexo, etc. En efecto, los pilares de nuestra ONG son, sin ir más lejos, la defensa de la vida, la familia y la libertad religiosa. El énfasis es razonable considerando que muy pocas asociaciones dedican tiempo y esfuerzos profesionales a la defensa de estos bienes no negociables -según la expresión del magisterio de la Iglesia- para avanzar hacia un desarrollo humano integral.

Dicho lo anterior, la finalidad de nuestra ONG es la defensa y promoción de los Derechos Humanos desde la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Es por eso que la preocupación por la vida y la familia también se convierte en interés por su defensa económica en momentos de mayor vulnerabilidad económica, como hoy.

Con esa comprensión a la base, el equipo legislativo ha monitoreado algunos proyectos con perspectiva de ser aprobados y que a nuestros ojos, podrían ser un aporte al Bien común. Es el caso del proyecto de regulación de las condiciones laborales de tele-trabajo del Senador Ossandón o la extensión del post-natal durante la pandemia.

«La finalidad de nuestra ONG es la defensa y promoción de los Derechos Humanos desde la Doctrina Social de la Iglesia. Es por eso que la preocupación por la vida y la familia también se convierte en interés por su defensa económica en momentos de mayor vulnerabilidad económica, como hoy.»

Durante el mes de abril el equipo legislativo dedicó varias horas de trabajo al estudio del caso fortuito fuerza mayor, una posible causal contemplada en el Código Civil para poder rescindir de una obligación contractual. En efecto, cuando a comienzos de abril se abrió el debate sobre esta cuestión, aparecieron muchos proyectos que involucraban directa o indirectamente esta figura (educacionales, laborales, arrendamiento etc.). Vicente y Daniela se enfocaron en el estudio de esta causal en general, esperando ayudar a así a precisar los efectos jurídicos de esta causal.

Para nuestra alegría, algunos de los proyectos en cuestión parecen ser razonables. Por ejemplo, el proyecto de los Senadores Huenchumilla, Harboe y Aravena, podría ser un buen aporte a futuro. No obstante, se encuentra en las primeras etapas de la discusión, por lo que todavía queda mucho camino como para aventurar un resultado. Por eso mismo no pretendemos bajar la guardia: seguimos alertas a este y otros proyectos, sabiendo que siempre pueden aparecer indicaciones con problemas de fondo y forma.

Por último, el área legislativa ha aprovechado estos meses de pandemia para pensar en políticas de más largo plazo. En esa linea, nuestra asesora Daniela Constantino trabajó en un minuta sobre políticas de familia que podrían constituirse en ayudas más estables para las familias ante esta y otras emergencias.

La libertad religiosa en tiempos del coronavirus

De un tiempo a esta parte hemos presenciado dolorosas vulneraciones a la libertad religiosa en nuestro país. La última de ellas: la clausura de templos católicos en la diócesis de Los Ángeles. Nuestra Corporación no ha sido indiferente a estos hechos y ha emprendido diversas acciones al respecto.

La profanación, saqueo e incluso quema de iglesias es algo a lo que, lamentablemente, nos hemos ido acostumbrando con el paso de los años. El 2016 miramos con estupor por nuestras pantallas como un grupo de jóvenes destrozaban un Cristo arrancado de la Iglesia de la Gratitud Nacional. Ese mismo año, vimos dolidos e indignados la quema de iglesias en la novena región, en medio del conflicto Mapuche. En nuestra memoria reciente, aún tenemos las imágenes de ataques a iglesias dentro de la crisis nacional de octubre pasado. Comunidad y Justicia contabilizó más de 60 eventos a lo largo de todo Chile. La gran mayoría de estas agresiones quedaron registradas en un informe de sobre vulneraciones al derecho a la libertad religiosa entregado a la Comisión Interamericana de DD.HH., en su vista in loco a nuestro país.

En tiempos del coronavirus, esta clase de violencia ha cesado, pero nos enfrentamos hoy a los coletazos de otro tipo de agresividad; una más sutil pero mucho más profunda: la indiferencia religiosa. Esa mirada secularizadora que despoja a la religión de su valor sagrado y la hace pasar como otro hobbie más, como cualquier actividad meramente privada. De esa que nuestros directores, Cristóbal Aguilera y Juan Ignacio Brito, han acusado en excelentes columnas.

Es esta mirada de indiferencia la que explica en buena parte los confusos acontecimientos de los que hemos sido testigos en Los Ángeles. Todo comenzó el 23 de marzo, cuando la SEREMI de la Octava Región prohibió “las actividades religiosas, deportivas y culturales que constituyeran aglomeración de personas”. El Obispo de esta diócesis, Felipe Bacarreza, entendiendo la dignidad sobrenatural de la Misa y su importancia para los fieles católicos, dispuso continuar su celebración con los debidos resguardos sanitarios entre los poco más de 20 asistentes diarios a la liturgia.

Lamentablemente la autoridad sanitaria impuso, luego de las misas del 29 de marzo, la clausura y prohibición de funcionamiento de todos los templos católicos de la ciudad. En nuestra opinión la resolución fue injusta considerando que sí se permitía la reunión hasta 50 personas en zonas comerciales, sin limitarlas a lugares de primera necesidad. Peor aún: la disposición gubernamental sólo aplicó a templos católicos, no a otras denominaciones.

Ante tales circunstancias, Comunidad y Justicia ofreció su ayuda a un grupo de laicos para interponer un recurso de protección en contra de esta última resolución, en la Corte de Apelaciones de la octava región. Los argumentos fueron básicamente cuatro:

«Se debe considerar que las medidas sanitarias ordenadas por la SEREMI para los locales comerciales pueden ser igualmente adoptadas por los templos y parroquias.«

1) Está expresamente prohibida la suspensión de la libertad religiosa aún en situaciones excepcionales según dos tratados internacionales ratificados por Chile y vigentes: el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 4) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (art. 27).

2) Existe un trato desigual a situaciones que de hecho, son iguales. Se debe considerar que las medidas sanitarias ordenadas por la SEREMI para los locales comerciales pueden ser igualmente adoptadas por los templos y parroquias.

3) Se trata de una medida desproporcionada, dado que se podría evitar el contagio sin necesidad de prohibir las Misas. Medidas como el aumento de la distancia entre las personas, el establecimiento de días y horas de asistencia o la adopción de medidas de higiene aún más estrictas, podrían ser igual de eficaces evitando el contagio y propagación del Covid-19.

4) No existió ni se acreditó que existiera una aglomeración de personas en ello. En ese sentido, las Iglesias no incumplieron la norma sanitaria.

El recurso fue declarado inadmisible por la Corte, argumentando que la “adopción de estrategias propias de la determinación de políticas públicas para hacer frente a la afectación sanitaria que aqueja al país, (…) es privativa del Ejecutivo y que no corresponde a los Tribunales de Justicia”. Luego de reponer sin éxito a la misma Corte, se elevó la solicitud a la Corte Suprema, apelando. El recurso fue nuevamente rechazado. Este fallo posee varios y gruesos problemas, como Tomás Henríquez y Cristóbal Aguilera hicieron ver en una columna publicada por El Mercurio.

Al poco tiempo, y tras numerosas gestiones realizadas, la Secretaría Regional emitió una nueva resolución en la cual se permitían actividades religiosas, pero no otras de tipo deportivas o culturales. Para evitar arbitrariedades, al poco tiempo la SEREMI volvió a emitir una nueva resolución, esta vez para dejar sin efecto las dos resoluciones anteriores. De esta forma, volvían a quedar prohibidas todas las actividades con aglomeración de más de 50 personas.

Las cosas no quedaron ahí: a comienzos de este mes, un Concejal por Chiguayante presentó un nuevo recurso de protección para prohibir las actividades religiosas por el día de la madre. Sorpresivamente, la Corte de Apelaciones de Concepción sí declaró admisible esta solicitud ¿Trato desigual? En nuestra opinión, sin duda alguna. Hasta la fecha, el área judicial de Comunidad y Justicia sigue trabajando para dejar sin efecto esta resolución.

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