Educación Sexual Integral: por qué nos importa y qué podemos hacer
Les dejamos a continuación esta nota redactada para nuestro boletín informativo por nuestro encargado de comunicaciones, Ignacio Suazo, sobre una controverisal iniciativa parlamentaria, de la que todos los padres debieran estar al tanto.
Se suele decir que las herejías son verdades incompletas. El proyecto de Educación Sexual Integral, como la mayor parte de las iniciativas parlamentarias que criticamos es, en efecto, una verdad incompleta: busca, entre otras cosas, prevenir los abusos sexuales infantiles, los cuales -lamentablemente- tienen una alta prevalencia en nuestro país. Sin embargo, como también tiende a pasar con esta clase de iniciativas, el remedio amenaza con ser peor que la enfermedad.
La propuesta fue presentada por el ex diputado Jaime Bellolio (UDI) y por los diputados Gabriel Ascencio (DC), Natalia Castillo (RD), Maya Fernández (PS), Rodrigo González (PPD), Pamela Jiles (PH) Vlado Mirosevic (PL), Diputada Claudia Mix (Comunes), Camila Rojas (Comunes) y Víctor Torres (DC) en cuestión consiste en establecer clases de educación sexual obligatoria desde el primer nivel de transición parvularia. En otras palabras, haría obligatoria la enseñanza de contenidos de sexualidad y afectividad desde los cuatro años en adelante.
La medida es en primer lugar innecesaria, pues el Currículum Nacional sí contempla la realización de clases de educación sexual con esa finalidad. Pero la ley introduce, además, una serie de conceptos y afirmaciones muy complejos vistos desde una antropología cristiana. El panorama es aún más lúgubre porque, de paso, involucra al Estado. Veamos a continuación estos dos puntos, para luego analizar las opciones que tenemos al respecto.
Contenidos complejos
El problema fundamental siempre es el trasfondo antropológico. Como suele pasar en los proyectos de ley asociados a infancia y educación, es muy difícil -por no decir imposible- entregar educación sin asumir previamente una determinada visión antropológica. Al fin y al cabo, ¿es posible educar sin saber el fin al que se apunta?
En este caso particular, el proyecto de ley sobre Educación Sexual Integral apunta, además de a prevenir el abuso sexual, a otros fines que sí son injustos: la educación en “género” (incluyendo el fomentar el respeto por la “orientación sexual, identidad y expresión de género” [letra c]) y una “sexualidad libre” [letra d]. Resulta también complejo que el proyecto indique que los conceptos de aprendizaje deban propender a “un autoconocimiento, afectividad, autocuidado y sexualidad responsable” (Art 6.). En otros países, la idea de “autoconocimiento” ha sido reducida a la masturbación, por lo cual es un concepto peligroso. A todo lo anterior se le suma que los colegios quedan habilitados para informar sobre uso de anticonceptivos a partir de 5 básico (Art. 2).
Todos estos puntos, de una u otra forma, pueden derivar en vulneraciones a la libertad de enseñanza, al derecho preferente de los padres a educar a sus hijos e incluso a la libertad religiosa.
Impulsados por el Estado
En los tiempos que corren, cualquier iniciativa educacional impuesta desde el Estado es digna de ser mirada con sospecha. Y es que cuando se observa la experiencia comparada, el panorama es desalentador. En casos como el de Alemania, España o Argentina, se han promovido conductas inmorales (como la ya mencionada masturbación infantil) en niños de 12, 9 y hasta 5 años, con material estatal y dentro de la sala de clases. No es ilógico pensar que podemos llegar a esos mismos excesos en Chile en algunos años más.
¿Y qué podemos hacer?
El proyecto se encuentra a la espera de ser votado en Sala, en la Cámara Baja. Porque ha sido un proyecto controversial, el Gobierno creó una mesa de trabajo con la oposición para poder consensuar los contenidos del proyecto. La mesa, por su parte, logró ciertos avances, no sin dificultad (lo cual era de esperar, considerando que están en discusión visiones antropológicas que se contraponen entre sí).
De estas demoras y en particular de la existencia de la mesa podemos, no obstante, sacar una gran conclusión: el revuelo ciudadano tiene efectos en la labor parlamentaria. Las cartas al director, columnas, correos a sus representantes en el Congreso y comentarios en redes sociales sí influyen en las discusiones parlamentarias. Los padres, ciudadanos -y por qué no decirlo, también los colegios- rara vez son conscientes que tienen un derecho y un deber de contribuir a la consecución del Bien Común involucrándose en estos asuntos a través de estos y otros medios.
Pero para poder opinar y proponer de forma audaz y responsable, es necesario informarse y, sobre todo, formarse. En otras palabras, no se trata sólo de conocer los detalles técnicos de la ley, sino de estar imbuido de los principios de la antropología cristiana que nos permitan mirar lúcidamente este proyecto y advertir sus problemas profundos, aun cuando a simple vista estos parezcan inadvertidos.
El enfoque cristiano debe ayudarnos a juzgar, pero también a encontrar los medios justos para actuar. Incluso si nos mueve un fin loable, como denunciar los excesos de este proyecto, nuestros discursos o acciones pueden también vulnerar la dignidad humana ¿No es prueba de ello los discursos irrespetuosos que muchas veces encontramos en Twitter? Nuestras palabras y acciones deben entonces estar a la altura de los fines que perseguimos.
Debemos, entonces, buscar entender este proyecto desde sus raíces profundas. Y como Comunidad y Justicia, queremos colaborar en este proceso, poniendo a disposición de todos los interesados en formar parte de este debate, lo fundamental de nuestro material sobre el tema.
En primer lugar, hemos tenido la oportunidad de exponer sobre el tema ante la Comisión de Educación en dos ocasiones; una de la mano de Daniela Constantino y otra de Álvaro Ferrer. Desde ya dejamos sus exposiciones disponibles en los links de arriba. También dejamos una minuta que Daniela ha preparado y en donde resume los problemas centrales de la ley. Por último, ya casi al finalizar el mes, organizamos una mesa redonda para hablar sobre los fundamentos de esta ley a la cual asistieron más de 300 personas. La grabación quedó disponible en nuestro canal de Youtube.
Por último, Comunidad y Justicia está disponible para realizar más charlas y exposiciones sobre el tema. Cristóbal Aguilera, Álvaro Ferrer, Vicente Hargous, y Daniela Constantino, han sido solicitados para exponer en seminarios abiertos y cerrados organizados por iglesias, colegios y otros grupos. Es el aporte que podemos dar ante un tema que suscita interés y que tanto podría impactar en el Bien común.
«Un proyecto digno de vetar» por Cristóbal Aguilera
Les dejamos a continuación es, esta Carta al Director, publicada por la La Tercera esta sábado 5 de septiembre, escrita por nuestro director, Cristóbal Aguilera.
SEÑOR DIRECTOR
El objetivo del proyecto de Garantías de la Niñez puede comprenderse desde tres perspectivas: enfatizar la absoluta autonomía de los niños, debilitar la autoridad de los padres y erigir al Estado como garante del ejercicio de los derechos de los niños.
Lo anterior explica que la principal discusión sobre este proyecto, desde su ingreso en 2015, tenga que ver con el derecho de los padres de educar a sus hijos. El gobierno de la ex Presidenta Bachelet vio en esta iniciativa una oportunidad para exacerbar la lógica individualista en la familia y la sociedad. Así, bajo la premisa de que los niños son absolutamente autónomos, el proyecto consagra una serie de derechos cuyo ejercicio los padres no pueden limitar. En este contexto, conceptos como el de “autonomía progresiva” son claves para empujar la idea de que los niños, antes que hijos, son “individuos” que deben emanciparse de las relaciones que los “oprimen”. Una de estas relaciones es precisamente la relación filial.
«Por la gravedad de este proyecto, es de esperar que los senadores, al igual que lo hicieron el miércoles los diputados, apoyen el veto que permite la entrada en vigencia del Servicio de Protección Especializada sin necesidad de la aprobación de la Ley de Garantías.»
Por la gravedad de este proyecto, es de esperar que los senadores, al igual que lo hicieron el miércoles los diputados, apoyen el veto que permite la entrada en vigencia del Servicio de Protección Especializada sin necesidad de la aprobación de la Ley de Garantías. A la vez, es de esperar que el gobierno del Presidente Piñera le retire la urgencia que insólitamente le ha asignado, y deje de empujar una iniciativa que a todas luces atenta no solo contra los principios de su sector, sino que contra el núcleo fundamental de la sociedad, que es la familia.
Cristóbal Aguilera Medina
Profesor de Derecho Universidad Finis Terrae, Director Corporación Comunidad y Justicia
«¿Para qué los padres?» por Cristóbal Aguilera
Les dejamos a continuación una columna de nuestro Director, Cristóbal Aguilera, publicada por El Líbero este jueves 3 de septiembre.
Es fascinante constatar que los seres humanos necesitamos ser educados. Somos radicalmente dependientes unos de otros, entre otras cosas, porque sin otros no podemos llegar a tener una vida plenamente humana. No estamos determinados, a diferencia de lo que ocurre con los animales, a los bienes que nos perfeccionan. El perro no necesita de otro perro para que le enseñe a comportarse como perro, pues lo hará necesariamente. El ser humano, en cambio, requiere de sus padres para que le enseñen a conducir su vida humanamente, pues su naturaleza no lo determina a ello.
¿Qué significa conducir la vida humanamente? Los padres no esperan únicamente que sus hijos aprendan a caminar, comer y conservar medianamente sus vidas. Tampoco basta para la educación verdaderamente humana que los hijos saquen buenas notas en el colegio, sepan tocar bien el piano o sean los primeros en el deporte. En realidad, si uno le pregunta a un padre qué espera de su hijo, normalmente responderá que espera, en última instancia, que sea «bueno». Que sea bueno es que obedezca a sus padres porque los quiere, que luche día a día por erradicar un defecto, que pida perdón cuando deliberadamente falta el respeto, que diga la verdad a pesar de que la tentación de mentir por evitar el castigo sea muy fuerte, que se alegre cuando a sus hermanos les va bien y se entristezca cuando les va mal. En definitiva, el objetivo de la educación es la virtud. Todo esto no viene del nacimiento. En algún sentido, los seres humanos necesitamos nacer dos veces.
Lo anterior, se diga o no de esta manera, implica aceptar que la perfección que se busca con la educación es una perfección esencialmente moral. Los padres no necesitan estudiar la ética de Aristóteles para saber que lo «bueno» está definido por la vida que uno espera que sus hijos tengan, y esa vida es una vida plena, una vida lograda. «Haz esto», «evita aquello», «eso es feo», todo esto no se le dice al hijo para conseguir algo de ellos, por comodidad u otra razón diferente que el deseo de que sea feliz. Y se le dice, no pensando que su hijo es un niño más entre muchos de este mundo, sino con la consciencia de que su hijo es una persona, es decir, que es único en este mundo, y que la perfección a la que todos estamos llamados, el hijo la debe hacer suya en su intimidad.
«El desafío político es promover que cada madre y padre se comprometa con la educación de sus hijos y garantizar que existan las condiciones sociales para que realicen esta labor fundamental.»
Los padres tienen un asunto muy importante en sus manos: colaborar para que sus hijos alcancen su plenitud. Los políticos no deberían seguir perdiendo el tiempo en discusiones acerca de la autonomía progresiva o sobre si un niño puede o no ir a una fiesta sin permiso de sus padres. El desafío político es promover que cada madre y padre se comprometa con la educación de sus hijos y garantizar que existan las condiciones sociales para que realicen esta labor fundamental, cuyo impacto en la sociedad no tiene comparación con ninguna otra. Llevamos años discutiendo sobre educación y preocupados de los problemas de la infancia. Es hora de que dirijamos adecuadamente los esfuerzos.
«Divini Illius Magistri» por Isabel Margarita Jordán
Agradecemos a esta licenciada en Filosofía y Literatura por esta reseña a esta Encíclica sobre la educación de la juventud.
Publicada en 1929, la Encíclica Divini Illius Magistri, en la cual el Papa Pío XI aborda la educación cristiana de la juventud, tiene mucho que decir al actual contexto chileno, en el cual varios proyectos de ley cuestionan de una u otra forma la misión educativa de los padres. La Encíclica en cuestión pretende recordar cuáles son los principios fundamentales en materia de educación, esto es, a quién le corresponde educar, cuál es el sujeto de la educación y, en último término, cuál es el fin de la educación cristiana (DI 2, 7).
Respecto a quiénes les compete educar, el Papa constata que existen tres sociedades que participan de la educación del hombre de un modo coordinado y jerárquico según sus fines: la familia, el Estado y la Iglesia. En el caso de la familia, se afirma que su fin específico es la procreación y la educación de los hijos, motivo por el cual los padres poseen un derecho natural y prioritario para educarlos hasta que ellos sean capaces de gobernarse a sí mismos. Como la familia es una sociedad imperfecta, en cuanto que no posee todos los medios necesarios para alcanzar su perfección, debe ser ayudada por otras sociedades que sí poseen estos medios, como el Estado o la Iglesia (DI 8-9, 28).
En lo que se refiere a la Iglesia, se trata de una sociedad de orden sobrenatural cuya misión es engendrar almas para la vida eterna, la cual constituye, en último término, el fin último del hombre y, por tanto, de toda verdadera educación (DI 10, 5). Además de administrar sacramentos, la Iglesia ha recibido de Cristo el mandato de enseñar a todos los pueblos la verdad revelada, por lo cual posee un rol eminentemente pedagógico. Esto implica, entre otras cosas, que la Iglesia, fundada sobre la autoridad divina, tiene el derecho y la obligación de juzgar sobre la conveniencia de los diversos proyectos educativos (DI 11-13).
En cuanto al Estado, este tiene el deber de promover el bien común temporal y en el ámbito educativo tiene que garantizar el derecho prioritario de las familias a educar a sus hijos. Sin embargo, en los casos extraordinarios en que los padres fracasan gravemente en el cumplimiento de esa tarea, el Estado puede intervenir para remediar esta situación porque la autoridad paterna siempre está subordinada a la ley natural y, por tanto, nunca es absoluta (DI 36-38).
En el caso del Estado chileno, al uniformar y abarrotar de contenidos el currículum escolar durante las últimas décadas, ha tendido a desterrar, en la práctica, la libertad de enseñanza de los colegios públicos, evitando que las familias de menos recursos puedan enviar a sus hijos a instituciones escolares acordes con sus propios ideales educativos. Esto ha provocado una inversión del rol familiar y el estatal, pues sólo el Estado que ha acabado dictaminando qué es lo hay que enseñar a los niños. En las presentes circunstancias, el abandono de su rol subsidiario y la suplantación del derecho paterno ha llevado al Estado a pretender imponer una concepción de la sexualidad única e ideológica, (muy evidente en lo que se refiere a las teorías de género), que contradice directamente la ley natural y divina y, por tanto, atenta contra el bienestar de los educandos.
En vistas a comprender mejor en qué consistiría una adecuada educación sexual, objeto del proyecto de ley en cuestión, vale la pena enfocar el modo en que el Papa la vincula estrechamente a una sana antropología cristiana. Así, cuando explica cuál es el sujeto de la educación, señala que siempre hay que considerar al hombre desde una perspectiva unitaria, esto es, que está compuesto de cuerpo y alma y, por tanto, posee facultades en el orden natural y en el sobrenatural. En esta perspectiva, Pío XI nos recuerda que, gracias a la revelación, sabemos que el ser humano posee una naturaleza caída (lo cual es manifiesto, principalmente, en la fragilidad de su libertad), pero que ha sido redimida por Cristo (DI 43).
A su juicio, cualquier pedagogía cristiana que se precie de tal debe tener en cuenta esta doble verdad. Por esto, afirma, por ejemplo, que “es erróneo todo método de educación que se funde, total o parcialmente, en la negación o en el olvido del pecado original y de la gracia, y, por consiguiente, sobre las solas fuerzas de la naturaleza humana” (DI 45). Asumir esta postura naturalista en lo que se refiere a la educación sexual, confiando más de lo necesario en la bondad de los impulsos humanos, implicaría abandonar al educando al desorden de sus pasiones, pues no se emplearían los medios necesarios para fortalecer su libertad. Lamentablemente, muchos métodos pedagógicos modernos tienden a favorecer, en línea con una valoración excesivamente positiva de las capacidades naturales, una exagerada autonomía en el niño y a suprimir la autoridad del educador (DI 45). Precisamente, es posible apreciar con facilidad cómo esta preferencia por la autodeterminación y esta desconfianza ante la posición asimétrica del educador subyace a la ideología de género que pretende, por ejemplo, que los niños puedan tomar decisiones trascendentales y, en ocasiones, irreversibles, respecto a su vida sin el consentimiento de sus padres.
De un modo muy perspicaz, el Papa también señala que esta pedagogía naturalista suele estar detrás de muchas de las personas que, al fomentar la educación sexual, pretenden “inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la carne (…) acudiendo para ello a una temeraria, indiscriminada e incluso pública iniciación e instrucción preventiva en materia sexual, y lo que es peor todavía, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones, para acostumbrarlos, como ellos dicen, y para curtir su espíritu contra los peligros de la pubertad” (DI 49). Esta actitud, que desconoce, nuevamente, la debilidad humana, acaba exponiendo a los jóvenes a situaciones sexualizadas, en muchos casos con consecuencias desastrosas para su integridad moral; cuando, en realidad, habría que educarlos en la virtud de la castidad y apartarlos de todo aquello que los induzca al vicio (DI 51).
Como se puede apreciar a través de las enseñanzas de Pío XI, el Magisterio de la Iglesia es perenne y posee la capacidad de iluminar, desde los principios generales, problemas concretos como los que enfrentan los padres chilenos en materia educativa y que, en muchos casos, carecen de las herramientas críticas para apreciar la magnitud de los cambios legales que se están llevando a cabo y los efectos que estos tendrán en la vida de sus hijos.
«Sobre la abolición del hombre» por Isabel Margarita Jordán
En esta reseña, quien hiciera su pasantía durante este invierno en Comunidad y Justicia, sintentiza y comenta este breve pero contundente libro de C.S. Lewis.
En este ciclo de conferencias realizadas en 1943 y publicadas bajo el título La abolición del hombre, C. S. Lewis explica qué es la ley natural y por qué es incoherente y dañina la postura de aquellos que pretenden desvincularse totalmente de ella y crear un nuevo sistema de valores.
Para referirse a la ley natural, Lewis utiliza por razones de brevedad el neologismo “Tao”. Este concepto alude a los fundamentos últimos del obrar humano que forman parte de lo que solemos denominar de un modo amplio como “la moral tradicional” (p. 20). En opinión del escritor inglés, los principios de la razón práctica son inherentes a la naturaleza humana, por tanto, son universales y es posible apreciar su presencia en las grandes corrientes culturales a lo largo de la historia, como la griega, la cristiana o la oriental (p. 8).
Todas ellas proponen valores objetivos que permiten realizar juicios sobre la realidad; juicios que según su adecuación o no a las cosas son verdaderos o falsos. Esta afirmación que quizás parece tan simple y elemental ha sido cuestionada de distintas maneras por los educadores contemporáneos, por aquellos que Lewis califica como los “innovadores”.
Así, por ejemplo, Lewis estructura toda su reflexión a partir del caso de un libro escolar de gramática, aparentemente inocente, que señala que predicar la belleza de un objeto no dice realmente nada sobre cómo es el objeto en cuestión, sino que es una mera manifestación de los propios sentimientos. En una afirmación semejante, que se cuela de contrabando en la mente de un niño, se juega, en opinión de Lewis, su futura comprensión de la vida humana sin que ni él ni sus padres lo adviertan (pp. 2-3).
El problema radica en que, cuando una postura como esta se asume como correcta, la educación deja de consistir en enseñar a los niños (tal y como postulaban pensadores como Platón, Aristóteles y San Agustín) a amar lo que es amable y a desaprobar lo que es reprobable en sí mismo (p. 7). Y esto es peligroso, porque, desde el momento en que los innovadores desarticulan el sistema de valores tradicional, los educadores, que antes se sometían a principios superiores a ellos mismos, ahora acaban decidiendo cuáles serán los nuevos valores que transmitirán a sus alumnos, valores que, por supuesto, no someten al mismo examen crítico al que sometieron a los valores tradicionales (p. 14). De hecho, los innovadores siempre proponen en la práctica nuevos valores en reemplazo de aquellos que pretenden destruir, aun cuando en un plano teórico nieguen adherir a valor objetivo alguno.
Sin embargo, como señala Lewis, el esfuerzo por proponer valores absolutamente nuevos para la humanidad es tan absurdo como pretender haber descubierto un nuevo color primario (p. 21). En realidad, lo único que hacen las ideologías en su afán reformista es aislar y deformar algún principio del Tao, de la ley natural (pp. 21-22). En otras palabras, la fuerza de atracción que poseen las ideologías procede de los fragmentos de verdad que conservan.
Ahora bien, el fenómeno de los innovadores se manifiesta, particularmente, en el proceso de conquista de la naturaleza por parte del hombre que se ha producido a raíz del desarrollo explosivo de las ciencias empíricas en los últimos siglos. Según el pensador británico, este proceso no ha supuesto, necesariamente, mejoras significativas para la vida de las personas comunes y corrientes. En la mayoría de los casos, lo que solemos concebir como la superioridad del hombre sobre la naturaleza no es otra cosa que la concentración de ciertos productos artificiales por parte de una minoría que le permiten ejercer un cierto control sobre el resto de la población. Estos recursos, fabricados gracias al progreso de la ciencia, pueden ser buenos o malos. Sin embargo, entre los ejemplos que menciona Lewis vale la pena destacar la píldora anticonceptiva, la cual, en sus palabras, le permite a una generación ejercer su poder sobre la generación futura, de tal manera, que esta última no puede hacer nada al respecto (pp. 25-26).
Situaciones como estas, –donde parece que el hombre no domina realmente sobre la naturaleza, sino que se ha degradado a sí mismo–, han sido posibles precisamente porque algunos de los participantes en este proceso, a los que Lewis llama negativamente “los manipuladores” se han apartado de los preceptos del Tao y han decidido determinar qué es y cómo debe ser el hombre y la realidad (pp. 25).
La postura de estas personas que rechazan tan abiertamente, por ejemplo, los valores religiosos, han olvidado, entre otras cosas, que las ciencias exactas siempre han trabajado con una abstracción de la realidad, donde se excluyen ciertos elementos por un tema de metodología, y que la esencia, el sentido de las cosas, no puede captarse o explicarse exclusivamente a partir de medidas cuantificables (p. 33). Y ahora, apoyados solamente en la técnica (al menos en teoría), algunos legitiman ciertas acciones que a lo largo de la historia han sido consideradas impías (p. 36). Apoyados en la técnica y en el racionalismo, estos manipuladores que se jactan de poder ver más allá de todo fundamento último presente en la religión o en la cultura, acaban adoptando un comportamiento ajeno a toda dirección natural y racional (p. 31).
Como observa Lewis, “es inútil intentar ‘ver a través’ de los principios últimos. Si uno trata de ver a través de todo, entonces todo es transparente. Pero un mundo totalmente transparente es un mundo invisible. ‘Ver a través’ de todas las cosas es lo mismo que no ver nada” (p. 37). Es decir, si se cuestiona todo, si no hay ninguna verdad última, universal e inmutable a partir de la cual podamos juzgar el obrar humano, no hay nada, ninguna premisa sobre la cual podamos construir ningún tipo de racionamiento, ningún juicio válido que permita orientar la vida humana.
Declaración pública: veto presidencial reforma SENAME
A continuación les dejamos una declaración conjunta con otras seis asociaciones respecto de esta iniciativa del Presidente de la República, que busca fundamentalmente desenganchar el proyecto que divide el SENAME del proyecto de garantías de la niñez. Puedes verla aquí.
«Nuestros ideales» por Cristóbal Aguilera
Les dejamos a continuación la columna de nuestro director, Cristóbal Aguilera, publicada por El Líbero este jueves 20 de agosto. Una excelen te reflexión que nos invita a pensar cuales son los ideales que nos mueven y deberían movernos.
Vivimos en una época de ideales mediocres. Esto se debe, entre otras cosas, a que la antropología que tenemos más a la mano empobrece al hombre. ¿Cuál es nuestro horizonte último? La respuesta dominante es poco menos que pasarlo bien. La política ha hecho perfecto eco de este empobrecimiento con un discurso que apunta fundamentalmente al bienestar. Lo importante es evitar, en lo posible, el sufrimiento y maximizar el placer, lo que se traduce en el predominio de la propia subjetividad por sobre cualquier otra consideración. «¡Haz lo que quieras!» parece ser el grito que condensa nuestro más alto ideal. La pregunta, sin embargo, sigue interpelándonos desde los griegos: ¿qué es realmente lo que queremos?
Es un dato de la causa el que los jóvenes no tienen aspiraciones elevadas. Frente a la pregunta de qué quieres hacer en la vida, las respuestas más usuales son el silencio o el dinero. Cualquier profesor universitario puede comprobarlo fácilmente. ¿Tiene alguna importancia este tedio existencial? La respuesta no es unívoca. No hay acuerdo sobre cómo enfrentar a esta generación sumida en el hastío y la frustración. Como loros insensatos,
muchos repiten que lo importante es que hagan y sigan haciendo lo que quieran, como si este entusiasta mensaje pudiera dejar conformes a quienes no saben qué diablos quieren en realidad ni qué significa querer verdaderamente algo.
Pero no todo es así de difuso, pues quienes no saben lo que quieren, al parecer, advierten con mucha claridad lo que debe ser aborrecido. La indignación también ha capturado a nuestra juventud. Les violentan las injusticias. Esto tiene su virtud: detrás de la indignación, siempre hay un bien que ha de ser querido. El problema, sin embargo, es que las indignaciones también son, en su mayoría, mediocres. Por decirlo de algún modo, no hay una prioridad razonable en aquello que nos escandaliza. La indignación y el escándalo son coherentes con nuestros pobres ideales. Nos indigna que un número enorme de padres no pague la pensión de alimentos, pero no nos incomoda la progresiva desintegración de la familia que tiene entre sus factores el que los padres no vivan con sus hijos. Hay un intenso reclamo en contra de que el Estado se involucre muy fuertemente en la educación de los hijos, cuando el problema más importante (y anterior) es que haya padres que deliberadamente abandonen este deber fundamental.
«La indignación también ha capturado a nuestra juventud. Les violentan las injusticias. Esto tiene su virtud: detrás de la indignación, siempre hay un bien que ha de ser querido. El problema, sin embargo, es que las indignaciones también son, en su mayoría, mediocres. Por decirlo de algún modo, no hay una prioridad razonable en aquello que nos escandaliza.»
Los dos ejemplos que he puesto son sobre la familia. No es casual. La familia es un ideal socialmente deteriorado, lo que resulta sumamente preocupante porque, sin él, todo otro ideal se desvanece. Es en la familia donde aprendemos qué es aquello que verdaderamente queremos y cómo debemos quererlo. La familia es el refugio en donde experimentamos que la vida tiene un horizonte que parece eterno y que nos proporciona un gozo y una paz que, aunque no exenta de sufrimiento, nos realiza. En definitiva, como decía Chesterton, es la familia el lugar donde la libertad verdaderamente florece.
Cristóbal Aguilera Medina
Huelga de hambre y derecho a la vida
Les dejamos a continuación una carta publicada por El Mercurio este miércoles 19 de agosto, redactada por los integrantes de nuestro equipo ejecutivo, Ignacio Suazo y Vicente Hargous. La carta es una respuesta a la columna del día anterior del profesor Antonio Bascuñán.
Señor Director:
La columna del profesor Antonio Bascuñán sostiene que la raíz del dilema que aqueja al Gobierno, sobre alimentar forzadamente a Celestino Córdova o acceder a sus demandas, tiene fundamento teológico, el que contaminaría la práctica de la judicatura y la Administración.
Al respecto, es efectivo que el origen de la concepción actual de la dignidad humana se encuentra en la cosmovisión cristiana y que el fundamento de dicha dignidad es teológico. No obstante, concretamente, los católicos entendemos que la dignidad humana puede ser conocida mediante la razón. Por ello, la argumentación del profesor Bascuñán, aun concediendo estos puntos, constituye una falacia del espantapájaro: ve e impone un problema teológico donde no lo hay. No hace falta acudir a la revelación cristiana para afirmar la dignidad de la persona, ni mucho menos para interpretar teleológicamente las normas jurídicas (es decir, viendo que los fines de las normas son ciertos bienes jurídicos).
«La dignidad humana es inviolable. Por este motivo justamente debe distinguirse en la renuncia a tratamientos entre las medidas de soporte ordinario y las de soporte extraordinario, reconocidas en la Ley 20.584.»
La dignidad humana es inviolable. Por este motivo justamente debe distinguirse en la renuncia a tratamientos entre las medidas de soporte ordinario y las de soporte extraordinario, reconocidas en la Ley 20.584. El Estado, que está al servicio de la persona y cuyo fin es buscar el bien común, precisamente por la misma dignidad humana (y no por un reconocimiento de una autonomía radical sin fundamento ni fin), debe permitir la renuncia a las medidas de soporte extraordinario y no, en cambio, a las medidas ordinarias. Esta distinción (omitida por Bascuñán), por lo demás, está expresamente dispuesta en la misma ley.
En síntesis: el derecho a la vida no implica el deber de conservarla a toda costa y por cualquier medio. La renuncia a los medios de soporte ordinario, por autónoma y libre que sea, es de suyo ilegítima. Y todo esto, la verdad, no hace falta ser católico para entenderlo.
Ignacio Suazo Z.
Vicente Hargous F.
Comunidad y Justicia
«Solidaridad» por Vicente Hargous
Les compartimos a continuación la columna que la sección «Voces», de La Tercera PM, publićo a nuestro asesor legislativo, Vicente Hargous. La columna publicada el martes 11 de agosto argumenta por qué el principio de solidaridad es tan importante para el actual momento de debate constitucional.
Agosto: corre la cuenta regresiva para el plebiscito y los últimos meses de este gobierno, terremoteado esta vez no por las placas tectónicas, sino por la famosa “contingencia” política y social primero, hoy por la sanitaria y, próximamente, por la económica. El problema político que tenemos no se va a arreglar con la operación avestruz, cerrando los ojos “por el coronavirus”, y la discusión de fondo sobre cómo nos relacionamos es urgente. Salir de la lógica individualista podría ser una posible respuesta para reconstruir la reconciliación de los chilenos, medianamente resquebrajada, como pudimos ver en octubre.
Agosto, mes de la solidaridad, puede ser una ocasión ideal para sacar el polvo a este principio tan olvidado por el esquema binario de izquierda-derecha.
La solidaridad es un concepto manoseado pero incomprendido. Como virtud, en palabras de Juan Pablo II, es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común”. Pero el punto central es que no se trata únicamente de una virtud (ni mucho menos, como alguna vez se ha dicho, de un sentimiento). La solidaridad es también un principio constitutivo y normativo del orden social, complemento necesario de la subsidiariedad (en sus faces activa y pasiva). Sin embargo, no es estatismo socialista. La comunidad política no es un conjunto de sujetos unidos por intereses comunes, sino que es un todo constituido por las acciones de sus partes (que son las personas y las sociedades menores) en orden a un fin, que debe ser el bien común. Por eso, existe una interdependencia de las personas y de los cuerpos intermedios entre sí, y del todo respecto de ellas, que exige lo que el Magisterio de la Iglesia Católica ha llamado “opción preferencial por los pobres”, pues en bien del todo implica el bien de sus partes…
«Las normas jurídicas, y sobre todo la Constitución, sirven como criterio para interpretar normas, tienen una dimensión educativa que repercute en las personas y en la sociedad, en la enseñanza del Derecho, en el discurso político. ¿No sería distinto el discurso político si partiésemos de esa base? ¿No se sentirían acaso más involucradas las personas de carne y hueso en esta tarea común que es Chile?»
¿Cómo podríamos pretender estar bien cuando otros padecen injusticias o no tienen ni lo mínimo? “La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos”, como dijera Benedicto XVI, y esto no solo en el plano de los individuos, sino también de los municipios de una misma región entre sí, de las regiones entre ellas, y del Estado como un todo. Con todo esto, salta a la vista que la subsidiariedad sola no basta (ni siquiera con un especial énfasis de la faz activa del principio).
Podría objetarse que esto es cháchara, alejada de las decisiones políticas reales y del Derecho Constitucional. Nada más falso: no nos da una respuesta determinada, pero sí ilumina las alternativas posibles. Una de las lecciones que deberíamos sacar del 19-O es la influencia decisoria de lo simbólico en el orden social, la importancia central del relato político y de las ideas que permean en la sociedad a través de la educación y las leyes.
Las normas jurídicas, y sobre todo la Constitución, sirven como criterio para interpretar normas, tienen una dimensión educativa que repercute en las personas y en la sociedad, en la enseñanza del Derecho, en el discurso político. ¿No sería distinto el discurso político si partiésemos de esa base? ¿No se sentirían acaso más involucradas las personas de carne y hueso en esta tarea común que es Chile? ¿No podría ayudar a que el Estado deje atrás lujos de países desarrollados, cuando aún hay personas sin una vivienda digna en Chile? La traducción de los principios en prácticas concretas la realiza la política, que es contingente, pero el principio es un pilar necesario para pensar cómo mejorar el sistema de pensiones, buscar salidas para que los trabajadores tengan participación en las utilidades de las empresas, pensar un modelo de trabajo que permita conciliar las exigencias del trabajo con la vida familiar, recordar los deberes constitucionales (cuyo principio es también el orden a la totalidad) y un largo etcétera.
«Si efectivamente la solidaridad es un principio constitutivo y ordenador del orden social, es necesario que sea consagrado expresamente en la Constitución, reconociendo la mutua interdependencia ya señalada y estableciendo directrices para evitar paradigmas individualistas»
Sin solidaridad, la subsidiariedad no solo no se entiende, sino que termina además llevando a la sociedad a un forcejeo del poder de ciertos particulares con el Estado, en lugar de estructurar la armonía de la unidad social en torno a la búsqueda de un mismo fin, que es el bien común. Si efectivamente la solidaridad es un principio constitutivo y ordenador del orden social, es necesario que sea consagrado expresamente en la Constitución, reconociendo la mutua interdependencia ya señalada y estableciendo directrices para evitar paradigmas individualistas, para que la libertad personal se use en beneficio de los demás y para que el Estado se enfoque primordialmente al auxilio de los más desfavorecidos.
¿Por qué Areté? Entrevista a Sophia Kuby
Cuando sólo queda un día para postular a Areté, te dejamos una pequeña entrevista que nuestro investigador y encargado de contenidos, Ignacio Suazo, hizo a Sophia Kuby, directora de formación y relaciones estratégicas de ADF. Se trata de un certero diagnóstico de nuestro tiempo, que refuerza la importancia de formarse y prepararse para el mundo que se nos viene.
Explicar qué es Areté es simple: se trata de un programa de formación de cinco días, organizado por la Alliance Defending Freedom, pensado para jóvenes cristianos con inquietud por el servicio público. Es un programa exigente, con un riguroso sistema de postulación y que este año se desarrollará en nuestro país entre el 17 y el 22 de enero. Pero ¿por qué es importante un programa como Areté hoy? Se lo preguntamos a Sophia Kuby y esto fue lo que nos respondió.
Ignacio: ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta el mundo y que Areté busca ayudar a enfrentar?
Sophia: A nuestra generación le toca vivir un cambio cultural inmenso. Estamos en medio de una transición histórica de un mundo – al menos occidental – cristiano a un mundo post-cristiano. Esta declaración merecería mucho más contexto e interpretación (¡que en la Areté Academy vamos a dar!) Lo que es cierto es que la generación de los que entran en la vida profesional ahora y tienen una aspiración de ponerse al servicio del Bien Común de sus países y de este mundo, tienen que prepararse a vivir – y a codiseñar – una situación cultural que no hemos vivido nunca antes: La desaparición del cristianismo como fundamento común y aceptado por la mayoría (por lo menos respecto a sus principios éticos) y la propagación de una cultura huérfana que se “liberó” no sólo de sus tradiciones sino también de Dios. Pero una cultura que “libera” el hombre de todos sus límites (incluso de su cuerpo) produce individuos aislados, apátridas, solitarias. Tampoco será menos religiosa, sino va a crearse nuevos dioses y postular nuevas dogmas. Este cambio transforma la relación individuo-estado. El estado va a dominar cada vez más todos los ámbitos de la vida, ya que un individuo solo es extremamente débil y entonces dependiente, en su realidad material pero también mental y espiritual. La Areté Academy propone una formación intensa y sólida al nivel intelectual, humano y espiritual para poder enfrentar esta cultura emergente siendo actor y no espectador. Además, ofrece una red profesional de cristianos en la vida pública más allá de su país. Es una comunidad global y creciendo, ya que la Areté Academy tiene lugar cada año en Europa, en Asia, y ahora también en América Latina…y ojalá dentro de poco en otros continentes.
Ignacio: ¿Por qué se dice que Areté es un programa de excelencia?
En primer lugar porque estamos llamados como cristianos a ser excelentes en lo que hacemos porque servimos a un Dios que es perfección y excelencia. No hay que confundirlo con una exigencia dura en que no hay espacio para el fracaso humano y la debilidad. Nuestro Dios es perfecto, pero también es amor y misericordia. La aspiración a la excelencia crece en la medida en que nuestro amor por Él y por el mundo crece en nosotros.
En segundo lugar, tener un impacto en este mundo, llegar a posiciones de influencia para el bien no se logra sin excelencia. Dar lo mejor de uno para poder servir mejor requiere trabajo, fidelidad, perseverancia, desarrollar una capacidad de resistencia, disciplina y honestidad intelectual, amplitud del pensamiento que requiere el conocimiento de las corrientes filosóficas y de idiomas extranjeras para nombrar algunos. La meta de la excelencia cristiana es la promoción del Bien Común y no la egolatría.
Ignacio: Si tuvieras frente a ti a un jóven pensando en postular: ¿Qué le dirías?
Le daría ánimo para que se atrevan a pensar en grande, porque Dios nos cree capaces de grandes cosas si las hacemos con Él. No nos perdamos en una perspectiva puramente profana de las cosas, no tengamos una perspectiva estrecha sobre este mundo, nuestra cultura, y nuestra propia vocación como actores de la Creación.