«Filiación de hijos de parejas del mismo sexo» por 100 abogados
Les dejamos una Carta al Director gestionada por nuestra ONG y firmada por un centenar de abogados. Entre ellos figuran los profesores Ignacio Covarrubias, María Teresa Hoyos y Jaime Alcalde. La carta fue publicada el domingo 5 de julio por La Tercera. Este medio sólo alcanzó a recoger las primeras 87 firmas, pero fue apoyada luego por otros 13 abogados.
SEÑOR DIRECTOR
La reciente aprobación del proyecto de ley de filiación de hijos de parejas del mismo sexo -al igual que los polémicos casos judiciales que establecieron doble maternidad y paternidad- constituye un hecho grave que atenta contra el orden jurídico y la esencia de la familia como institución natural anterior al Estado. Las relaciones de filiación, de paternidad y de maternidad, no son creaciones arbitrarias de la voluntad humana. Tampoco se trata de relaciones puramente emocionales o pragmáticas. La realidad antropológica de la diferencia y complementariedad sexual tiene como correlato moral y jurídico la relevancia de un padre y una madre en la crianza y educación de cada niño.
Nuestro ordenamiento jurídico siempre ha reconocido esto. Así lo hace con el artículo 183 del Código Civil, donde se consagra el principio “mater semper certa est”, que con el proyecto que comentamos se borraría de un plumazo. Los conceptos de padre y madre son pilares insustituibles del Derecho Civil. Por excepción y cuando es imposible la crianza por los padres biológicos, se permite construir una filiación legal o adoptiva, la que sin embargo nunca destruye totalmente los vínculos biológicos, y que asegura el derecho del adoptado a conocer la identidad de sus progenitores. Este derecho ha sido reconocido por el Tribunal Constitucional como un derecho inherente a toda persona.
Resulta grave promover la causa de ciertos grupos de presión instrumentalizando personas e instituciones. No podemos seguir cosificando a los niños, privilegiando a quienes pretenden ser titulares de un “derecho” a tener hijos. Ese derecho no existe. Los niños son personas, no cosas ni medios para reivindicaciones y agendas de adultos. El derecho es otro: el de cada niño a tener un padre y una madre.
01.Ignacio Covarrubias
02.María Teresa Hoyos
03.Mario Correa Bascuñán
04.María Sara Rodríguez
05. Jaime Alcalde Silva
06. Álvaro Paúl
07. Julio Alvear Téllez
08. Cristóbal Orrego
09. Álvaro Tejos
10. Raúl Madrid
11. Álvaro Ferrer Del Valle
12. Francisco Bartolucci Johnston
13. Héctor Riesle
14. Cristóbal Aguilera Medina
15. Antonio López Pardo
16. Carlos Casanova
17. Ximena Pulgar Núñez
18. Héctor Riesle
19. Mauricio Parra González
20. José Joaquín Gonzalez Errazuriz
21. Cristian Bogdanic Werner
22. Doorgal Andrada
23. Gonzalo Guerra Bresciani
24. Beatriz Hevia
25. Beatriz Riveros de G.
26. Felipe Lizama Allende
27. Clemente Huneeus A.
28. Henry Boys Loeb
29. Camilo Cammás
30. Paula Salazar
31. Marcos Jaramillo
32. Benjamín Franzani García
33. Felipe Ross Correa
34. José Miguel Ramos Bascuñán
35. Hernan Gamboa
36. José Tomás Cuevas
37. Agustín Romero Leiva
38. Gerardo Montes Pérez de Arce
39. Sergio Mancilla
40. Mina Huerta Dunsmore
41. Rodrigo Pablo León Pinto
42. Jorge Fuentes
43. Carlos Salazar Sazo
44. Francisco Javier Caballero Germain
45. Matías Pascuali
46. Nicolás Otto Pardo
47. Marco Gelponi Costa
48. Fernando Bruna Mejías
49. Gustavo Delgado Bravo
50. Armando Álvarez Marín
51. María Paz Madrid San Martín
52. René Fuchslocher Raddatz
53. Josefina Jordán Ibarra
54. Pablo Alarcón Jaña
55. Carlos Isler Soto
56.Ivette Avaria
57. Juan Eduardo Iturriaga Osses
58. Dagny Sepulveda Haugen
59. Sofía Huneeus Alliende
60. Gonzalo Ferrada Molina
61. Cristián Heerwagen Guzmán
62. Carlos Castro
63. Yoshie Kato
64. Andrea Íñiguez
65. Luis Fernando Sánchez Ossa
66. Daniel de la Hoz Cerda
67. Carol Fuchslocher Raddatz
68. Felipe Lange
69. Augusto Blume
70. Cristóbal Silva
71. Rodrigo Riquelme
72. Paul Eichwald
73. Rodrigo Ignacio Araneda
74. Mauricio Parra González
75. Maite Monsalve
76. Ignacio Andrés Nanjarí Zúñiga
77. Rafael Domínguez Valdés
78. Luis Felipe Moncada A.
79. Juan Ignacio Velasco Jouanne
80. Claudio Arteaga Reyes
81. Julio Salinas
82. Patricio Solórzano
83. José Manuel Corvalán Durán
84. Jorge Herrera Gabler
85. Cristian Davis
86. Mauricio Scheuch
87. Francisco Dellacasa
Personas que firmaron y no alcanzaron a ser contabilizados por La Tercera:
88. Tomás Sargent
89. Jorge Montero Mujica
90. Jose Miguel Barahona Avendaño
91. Marcela Peredo Rojas
92. Sebastián Guijarro
93. Claudio Pimentel
94. Ignacio Dülger
95. Ana Allen
96. Jorge Héctor Torres Jaña
97. Thomas Ehrenfeld Ivanyi
98. José Manuel Carvallo Torres
99. Francisco Zambrano Meza
100. Íñigo de Urruticoechea
«Los niños y las marchas pacíficas» por María Alicia Ruiz-Tagle
La siguiente carta, publicada este viernes 3 de julio por El Mercurio, es un excelente aporte al debate sobre el Proyecto de Ley de Garantías de la Niñez. La invitamos a leer a continuación.
Señor Director:
Respecto del interesante debate sobre los derechos de los niños y la autorización de estos para asistir a marchas “pacíficas”, quisiera compartir una preocupación.
Todos hemos visto cómo tantas marchas que comienzan pacíficamente terminan no siéndolo, al ser instrumentalizadas por violentistas. ¿Quién asume la responsabilidad por la seguridad de esos niños si sus padres ya carecen de autoridad? ¿Cuánto más se complejizará la acción policial ante la presencia de niños desprotegidos?
La extrema polarización, que tanto daño le ha causado a nuestro país en los últimos 50 años, puede encontrar tierra fértil en esas personitas aún en proceso de maduración. Para un niño vulnerable ir a una gran marcha significa hacerse parte de algo épico, emocionante, donde la adrenalina lo puede llevar a repetir consignas ajenas odiando apasionadamente a quienes se les opongan. Si se vuelve violenta, aún más delirante e inolvidable podrá ser la aventura para un niño aún incapaz de medir los riesgos cuya inmadurez lo puede llevar a tomar, abrazando tempranamente banderas que, sin entender del todo, le hacen sentirse parte de algo más grande, una causa, una tribu.
La temprana ideologización, cuando es principalmente emocional más que racional, se transforma en una especie de fe, una religión contra la cual la razón nada puede. Es un camino filoso que estamos comenzando a ver con formuladores de políticas que confían cada vez más en sus emociones personales para tomar decisiones que deberían basarse solo en la razón y en aquellos marcos legales y jurídicos acordados que son la base de nuestra estabilidad institucional.
Si hasta ahora nos ha costado tanto entendernos, cuando incluso la pandemia y el hambre no han sido razón suficiente para dejar de perder el tiempo en zancadillas y en dispararnos a los pies, incapaces de dejar ideologías de lado para enfrentar la adversidad unidos como nación, ¿qué futuro podemos esperar si dejamos a las futuras generaciones a la deriva sin la orientación y valores familiares? Es cierto que la violencia intrafamiliar es una lacra para el país, pero no es excusa, podemos luchar por erradicarla sin exponer innecesariamente a nuestros frágiles niños.
No sigamos sembrando las semillas de la violencia, soledad y antagonismo. Cuidemos a los niños, que son el futuro de nuestra nación.
«Los tiempos cambian» por Vicente Hargous
Hoy viernes 3 de julio, la sección virtual de opinión de La Tercera publicó una excelente columna de nuestro asesor legislativo, Vicente Hargous
Los tiempos cambian, nos lo dicen cada vez que empieza la trifulca por temas mal llamados “valóricos”. Así como hemos avanzado en tecnología, de la misma manera habría cambiado la moral, y deberíamos reconocer esos cambios. Ayer lo vimos con ocasión del debate en el Senado por el proyecto de ley de filiación de hijos de parejas del mismo sexo (”lesbomaternidad”), y antes se dijo varias veces con ocasión de la sentencia del 2° Juzgado de Familia de Santiago. — ”¡El mundo cambió! ¡Siglo XXI! ¡Tenemos autos y no carretas!”, nos dicen. La sociedad cambió, y esta sentencia sería el hito histórico para reconocer dicho cambio.
Este argumento es muy persuasivo. Es obvio que en nuestra época ha habido un crecimiento enorme del poder de la técnica. Por otro lado, en nuestros tiempos de hecho las personas se están relacionando afectivamente de manera distinta -es innegable que de hecho existen hoy en Chile uniones homosexuales y que algunas crían niños- y que de hecho las leyes positivas en Chile y el mundo han cambiado, pasando a darle reconocimiento público a ciertas estructuras sociales distintas del matrimonio (entre un hombre y una mujer). Nadie pretende negar estos cambios en las leyes positivas ni en la realidad social.
Ahora bien, el punto central de la discusión nunca ha sido sobre lo que de hecho ha cambiado. Por eso, este argumento es falaz. Se trata nada menos que de la famosa falacia naturalista… solo que esta vez (¡paradojas de nuestra época!) la usan precisamente quienes suelen negar la existencia misma de la ley natural. El debate nunca ha tenido como foco un hecho, la pregunta sobre si “los tiempos cambian”, sino sobre una pregunta política, antropológica y ética, una pregunta normativa. La falacia naturalista es lo que se suele criticar con la llamada Ley de Hume, según la cual no puede deducirse una norma a partir de un hecho, es decir, que del ser no se deduce el deber ser. El argumento de los tiempos que cambian cae justamente en eso: de un hecho (sea el cambio de la sociedad, sea el cambio progresivo de las normas positivas que la regulan) se trata de deducir una conclusión normativa moral, que es en este caso el que dos mujeres deben ser llamadas madres respecto de un mismo hijo.
La pregunta es si debe establecerse que dos mujeres pueden ser llamadas madres, si es bueno o no que demos reconocimiento público y protección a una unión que por naturaleza es infecunda (sin perjuicio de que la técnica les permita acceder a tener hijos, como si de un bien de consumo se tratase). Vale decir, la discusión gira en torno a qué es lo mejor. ¿Negaremos el valor de la paternidad en la crianza de los hijos, justamente en la época en que promovemos la corresponsabilidad? Y si fuese una pareja de hombres, ¿negaremos el invaluable aporte de la mujer en el hogar, en estos días en que tanto destacamos ese aporte en la vida política y en el mundo empresarial?
Los cambios sociales son un hecho, pero creer que todo cambio es bueno por sí mismo es, además de ingenuo, un acto de ceguera ideológica que podríamos llegar a pagar muy caro en el futuro.
Declaración pública sobre la aprobación del proyecto de filiación en el Senado
Dejamos a continuación nuestra posición institucional frente a la aprobación en general del Proyecto de Ley de Filiación de hijos e hijas de parejas del mismo sexo por parte del Senado. También puedes descargarla aquí.
El miércoles 1 de julio de 2020 el Senado aprobó en general el “Proyecto de filiación de hijos e hijas de parejas del mismo sexo”.
En Comunidad y Justicia –donde defendemos los derechos humanos desde la Doctrina Social de la Iglesia– creemos que este proyecto desnaturaliza, a todas luces, tanto la relación filial como el significado de la maternidad y la paternidad y, por tanto, atenta contra el Bien Común. La iniciativa pasa por alto una verdad fundamental que el ordenamiento jurídico chileno actualmente reconoce: que un niño nace de la unión de un hombre y una mujer , lo que constituye la esencia de la familia.
Como CyJ reconocemos el derecho que tiene cada niño de contar con un padre y una madre y la unión estable entre ellos. Este es el marco que permite y favorece mayormente el desarrollo de niños integralmente sanos, existiendo buena evidencia dentro de las ciencias sociales que lo respalda. Es por eso que el matrimonio indisoluble es la institución en que más y mejor se realiza el interés superior de los niños de nuestro país, y por ello es un deber de justicia defenderlo, promoverlo y fortalecerlo. Equipararlo con la unión entre dos personas del mismo sexo no hace sino dificultar esta promoción y constituye una injusticia.
En esta misma linea, un proyecto que sólo enfatiza la dimensión emocional como realidad constitutiva de la filiación, ignora la realidad antropológica de la paternidad y la maternidad. Con ello, priva a los niños de un bien insustituible y arriesga traer más inestabilidad a quienes justamente más lo necesitan.
En ese sentido, como CyJ tenemos el deber de reafirmar públicamente nuestro firme y fiel compromiso con el matrimonio y la filiación natural, entendiendo que son los garantes indispensables e irremplazables de la familia y del Bien Común.
«Los niños son… hijos II» por Cristóbal Aguilera
Les dejamos una nueva réplica de Cristóbal Aguilera, director de nuestra Corporación, a Consuelo Contreras por el Proyecto de Garantías de la Niñez. La carta fue publicada por El Mercurio este jueves 02 de julio.
Señor Director:
Consuelo Contreras responde mi carta anterior insistiendo en un punto con el que nadie podría discrepar. Por supuesto que el maltrato a los niños es un problema gravísimo que debemos enfrentar de forma prioritaria. Con todo, este gravísimo asunto se aleja no solo de la polémica que originó estas cartas, sino que también del contenido y motivaciones del proyecto de garantías de la niñez (si este fuese su propósito, de seguro tendría un apoyo transversal).
Volviendo al aspecto central de este intercambio, Consuelo se refiere al supuesto deber garante del Estado respecto de los derechos de los niños. La manera en que el proyecto de ley concibe esta idea presenta enormes dificultades. En rigor, ella apunta a que el Estado intervenga en la familia para juzgar el modo en que los padres educan a sus hijos en base a criterios como la “autonomía progresiva”. Así, se busca emancipar al niño de la autoridad de sus padres, a fin de que pueda ejercer libremente ciertos derechos individuales (a manifestarse, a la intimidad, etcétera). En este esquema, el Estado debe garantizar que el niño —considerado ya como individuo completamente autónomo y no como hijo y miembro de una familia— sea protegido frente a sus padres en el pleno despliegue de su autonomía.
Sin embargo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y al Estado solo le compete —en este plano— colaborar con esa labor, no debilitarla ni menos usurparla. Este es, sin embargo, el riesgo que hoy corren las familias con proyectos como el de garantías de la niñez. Ni más ni menos.
Cristóbal Aguilera M.
Profesor de Derecho Universidad Finis Terrae
Director Corporación Comunidad y Justicia
Por qué ha contaminado el liberalismo
La virtud personal es indisociable de un orden social más justo y una relación equilibrada con el medio ambiente. Esta tesis, tan presente en Laudato Si, es desarrollada de forma certera por Patrick Deneen en ‘¿Por qué ha fracasado el liberalismo?’ (‘Why liberalism failed’). Para profundizar en esta idea, les dejamos una breve reflexión de nuestro investigador, Ignacio Suazo.
A medida que el liberalismo “se ha convertido en una versión más auténtica de sí mismo”, a medida que su lógica interna se ha vuelto más evidente y sus contradicciones internas más palmarias, ha generado patologías que son a un tiempo deformaciones de aquellas pretensiones y realizaciones de la ideología liberal.
Patrick Deneen. «Por qué ha fracasado el liberalismo», p 23.
Si hay algo propio de la Laudato Si (y de paso, de toda la Doctrina Social de la Iglesia) que Deneen hace suyo en este libro es la unidad entre la dimensión social e individual de la persona humana y de esta con el medio ambiente. En otras palabras: los desórdenes en el plano individual tienen consecuencias en el plano ecológico, social y vice versa. La clave para asegurar esta unidad sería la adecuada comprensión de la naturaleza propia de cada cosa: qué es y hacia qué tiende. Despreciar esta actitud fundamental que la sabiduría humana ha cultivado por siglos es justamente lo que tiene efectos catastróficos en lo planos ya descritos.
En este sentido, decir que el liberalismo ha fracasado es hacer la misma clase de denuncia que hace Laudato Si. Y es que cuando Deenen dice “liberalismo” lo que nos quiere dar a entender es: el desprecio de cualquier consideración moral objetiva derivada de la condición humana.
En ese sentido, “liberalismo” para Deneen es equivalente a lo que el Papa Francisco llama “paradigma tecnocrático”:
“ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados.” (Parr. 106)
Para entender hasta qué punto esta comprensión limitada e incompleta del ser humano afecta todos los ámbitos de su existencia, haría falta analizar las distintas esferas sociales una por una: familia, política, educación, etc. Y Deneen lo hace de modo notable. No obstante, para hacerse eco de las palabras de esta Encíclica dedicada al cuidado de la casa común basta con remitirse al análisis de dos de ellas: la economía y la tecnología.
Respecto al ámbito económico, el libro destaca el rol preponderante que tiene hoy el consumo. Efectivamente, en la actualidad tenemos una oferta (y una capacidad de demandarla) como nunca había conocido la humanidad. Esta expansión del consumo, sin embargo, se ha logrado al costo de una creciente desigualdad y una separación –incluso geográfica– entre quienes consumen mucho y quienes consumen comparativamente poco.
La desigualdad no es el peor de los males en este escenario, sino lo que Marx llamó “alienación”: la disociación ente la producción de un objeto y el valor objetivo de este. Dicho en simple, el trabajador no es capaz de identificarse con el trabajo que realiza, perdiendo así un aspecto esencial de su identidad. A la larga esto lleva a las personas a relacionarnos con el mundo únicamente en función de su precio, obviando su valor objetivo. En otras palabras –y tomando una imagen de San Alberto Hurtado– , en la actualidad nuestras empresas buscan crear los ladrillos más baratos del mercado y olvidan hacer materiales para construir catedrales.
En lo que respecta a la tecnología, hemos dejado de comprender el desarrollo científico como un camino para alcanzar la virtud y se ha convertido en nuestras riendas para domar la naturaleza. En apariencia hemos sido muy exitosos en este proceso, pero no sin dejar a dos heridos de por medio. El primer herido es el medio ambiente, víctima del trato despótico que muchas veces recibe de parte nuestra. Esto es algo de lo cual la Encíclica Laudato Si advierte reiteradas veces, especialmente en sus primeros capítulos.
Pero la naturaleza no es algo externo que está allí afuera: como Deenen deja muy en claro, nosotros también somos parte del orden de la creación, con unas disposiciones propias que también estamos llamados a entender y seguir. Al hacer caso omiso a ellas, los domadores nos hemos visto nosotros mismos sometidos, a veces sin darnos cuenta. Como bien dice el autor: “Lo que supuestamente nos permite transformar nuestro mundo está transformándonos a nosotros, convirtiéndonos en criaturas a las que muchos, si no la mayoría, no hemos dado nuestro consentimiento” (pp. 37-38)
Este sometimiento tiene una cara concreta en las relativamente nuevas tecnologías reproductivas (anti-concepción artificial, técnicas de reproducción asistida, modificación genética, etc.) que redefinen lo que entendemos por familia y hasta hace soñar a muchos con una “humanidad 2.0” (p. 37). Sin embargo, esta no es la única cara de este proceso: el desarrollo científico ha permitido la emergencia de nuevas tecnologías de la información, que parecen hacer desaparecer los límites del espacio y el tiempo con tanta fuerza como nuestros añorados vínculos comunitarios.
A riesgo de ser injusto (aún cuando el autor seguramente apoya este punto), hay un punto que Laudato Si sí desarrolla que el libro de Deneen no: la dignidad de la personas humana. En efecto, el hombre, siendo imagen del Creador, tiene un nivel de perfección que la pone sobre el resto de la creación. Sin duda, afirmar esto nos lleva a otro debate, del que no podemos hacernos cargo en esta breve columna: ¿Puede haber «predominio» del hombre sobre el resto del orden natural, sin caer en un «dominio arbitrario» sobre él? Este es, de paso sea dicho, el gran problema del liberalismo: al omitir el valor y necesidad de la autoridad, se vuelve a la larga incapaz de dar cuenta de lo que el Papa Francisco llamaría «el valor propio» de la persona y finalmente, impotente de unir el destino de la criatura con su Creador.
«Por qué ha fracasado el liberalismo» es, en suma, un libro que vale la pena leer. Nos permite profundizar en ciertas ideas y mecanismos que Laudato Si sólo alcanza a enunciar, pero que parecen completar aquello que el Papa Francisco por extensión no alcanzó a decir. Nos parece, en ese sentido, que este libro permite realizar una interpretación de este documento magisterial que cinco años después, aún tiene mucho decirnos.
Distributismo: hacia una economía justa y sostenible
Hacerse cargo del desafío medioambiental (y humano) que nos invita a vivir la Encíclica Laudato Si, incluye cambios profundos en el modo de entender el Estado y las empresas. En ese espíritu, nuestro asesor legislativo, Vicente Hargous, nos recomienda un extenso pero interesante artículo de Thomas Storck sobre los aportes del distributivismo en este proceso, que puedes encontrar aquí.
Tras las lluvias recientes que han caído sobre nuestro cemento capitalino, puedo ver al fin nuestra cordillera, inmensa e imponente, nevada. Siempre había estado allí… lo que pasa es que ahora el cielo azul limpio ha tomado el lugar de la gris cochinada que todo pulmón santiaguino padece cada día. ¡Se fue el smog! Del calentamiento global no puedo hablar, porque no sé, pero siempre me ha parecido que un sistema en que se produce más de lo necesario, con costos ambientales (y quizás sociales), parece tener algo que falla. La pandemia nos ha obligado a bajar la velocidad en los engranajes de la maquinaria capitalista —menos producción, menos viajes, menos autos, menos ruido…— ¡y se fue el smog! Esto me ha hecho pensar en la relación entre economía y medio ambiente, ideas esbozadas por el Papa en su encíclica Laudato Si, y por Patrick Deneen en su famoso ‘Por qué ha fracasado el liberalismo’ (‘Why liberalism failed’), recientemente editado en Chile por IES e Idea País. “Si una industria está prosperando, pero suministrando al público bienes de mala calidad, o inútiles, o contaminando el medio ambiente, entonces esa industria no está cumpliendo su tarea. Es más como un sindicato criminal que vive aprovechando la sociedad” (Storck, “The Place of Guilds in A Distributist Economy”, The Distributist Review).
Aquí es donde algunos empiezan a convulsionar. Siempre que conversamos sobre cuestiones que de alguna manera giran en torno a la economía, no faltan los comentarios de un personaje —común en la idiosincrasia nacional culta—, que podemos llamar el tecnócrata: —“Es que tú no entiendes cómo funciona la realidad. Así es el mercado. Esto es un hecho”. La ciencia económica está muy bien, pero a veces parecen querer decir que estos hechos —que en realidad son actos libres— no pueden ser juzgados moralmente. Con la mirada del tecnócrata el sistema económico capitalista es intocable: no podemos cambiarlo, por mucho que queramos. Una cosa sería la sociedad que nos gustaría, y otra distinta sería lo que pasa. Así, el tecnócrata nos dice, al igual que el estatista, que sólo hay dos posibles respuestas (con sus matices y mezclas, por cierto): la del liberal y la del socialista. O permitimos al mercado operar solo, sin trabas ni obstáculos, o centralizamos la producción y la dirigimos desde arriba (medida ineficiente, como nos muestra la experiencia histórica). Esto, sin embargo, está lejos de ser así.
A ambas posturas subyace, en efecto, una desviación de los fines de la economía: se trata en ambos casos de respuestas materialistas. “La primera pregunta en una economía capitalista no es si un determinado bien es verdaderamente útil para la humanidad, ni tampoco si promueve la vida humana, sino si puede acaso ser vendido y si, usando todas las artes de la publicidad, la gente puede ser persuadida a desearlo y comprarlo” (Storck, ibid.).
El tecnócrata, además, nos dice que su sistema económico (el capitalismo puro) es equivalente a la economía libre. ¿No es raro creer que una razonable libertad en los intercambios de bienes es lo mismo que un sistema donde en cada rubro existe un oligopolio dominado por sociedades anónimas enormes y más o menos incontrolables? ¿No es curioso que digamos que el libre intercambio de bienes sea lo mismo que buscar un incremento enorme de riqueza, con los engranajes del consumo desenfrenado y la producción ilimitada de cosas superfluas? ¿Qué tiene de sensato que los trabajadores de una empresa estén vinculados con ella mediante un contrato de trabajo (es decir, no son parte de la empresa, sino subordinados)? ¿Tiene sentido que los miembros o ‘dueños’ de la empresa (los accionistas) no tengan ningún interés real en el producto de la empresa y en los trabajadores? Parece que, más que una defensa de la economía libre, lo que defiende el tecnócrata es una posición ideológica que no está demostrada y que pone los medios delante de los fines. Una cosa es la satisfacción de necesidades reales mediante la producción necesaria, como medio para el bien integral de la persona, y otra distinta es el mero acopio de riqueza que produzca, como consecuencia indirecta, una satisfacción de aquellas necesidades, arrastrando muchas veces la miseria de los trabajadores y un desequilibrio ecológico manifiesto (porque se produce mucho más de lo necesario).
Cayó a mis manos (mejor dicho, ante mis ojos mirando la pantalla del computador), un texto muy luminoso sobre estas cuestiones: The Place of Guilds in A Distributist Economy (El lugar de los gremios en una economía distributista), de Thomas Storck. Lo más interesante del artículo es que no plantea críticas vagas al llamado ‘modelo’ (cosa que nadie entiende muy bien qué significa), ni tampoco se queda en la crítica a estructuras concretas (como las sociedades anónimas, la no participación de los trabajadores en las empresas, la concentración oligopólica de los medios de producción, o la falta de protección de los pequeños productores frente a las grandes empresas), sino que propone un sistema distinto, que además ya ha existido: los gremios medievales, como pieza clave de una economía distributista. En un gremio los trabajadores (dependientes y aprendices) están tan interesados como los propietarios (los maestros) en la producción. Una vez que los trabajadores pasan a ser realmente miembros de las empresas (con participación, dicho en palabras más actuales, mediante acciones: utilidades y pérdidas), los sindicatos se vuelven innecesarios y todos se interesan la productividad (con lo cual se termina el paradigma marxista de opresores y oprimidos), y también en el bien integral de trabajadores y sus familias. Esta propuesta es ciertamente un paradigma nuevo, y como tal exige cambios radicales en el modo de comprender las relaciones laborales, económicas y productivas. No se trata de una propuesta realizable de la noche a la mañana, pero pueden desplegarse propuestas en un sentido semejante para construir de a poco una sociedad más justa.
«Storck desarrolla en detalle la estructura del gremio, los mecanismos sociales de protección que tenía y la forma de autorregulación que permitía que no se transforme en un monstruo que domine el mercado. Además, el autor no suelta de su mano el Magisterio de la Iglesia, sobre todo de Pío XI, aunque no sin mencionar que el Magisterio ha mantenido este foco durante los pontificados de san Juan XXIII y san Juan Pablo II.»
Me parece que este artículo puede ser una excelente introducción al distributismo como corriente, tal y como fue defendida por Belloc y Chesterton. Storck desarrolla en detalle la estructura del gremio, los mecanismos sociales de protección que tenía y la forma de autorregulación que permitía que no se transforme en un monstruo que domine el mercado. Además, el autor no suelta de su mano el Magisterio de la Iglesia, sobre todo de Pío XI (aunque no sin mencionar que el Magisterio ha mantenido este foco en los gremios durante los pontificados de san Juan XXIII y san Juan Pablo II). Un texto muy equilibrado, liviano dentro de su género, breve, de mucha claridad.
Storck da muchas luces que podrían orientar nuevos rumbos para una economía que, sin atentar contra la libertad real de los pequeños, permita a cada familia un acceso justo a los bienes, entendiendo que no son un fin, sino un medio para el crecimiento integral de la persona. De este modo, se podría conseguir, quizás, una economía verdaderamente sostenible.
«La autoridad» por Yolanda Guglielmetti
A propósito del debate que en estos días ha habido sobre el Proyecto de Ley de Garantías de la niñez, les dejamos una carta publicada por El Mercurio este martes 30 de junio. A nuestro juicio, acierta en identificar el espíritu que debiera guiar este y cualquier proyecto de infancia.
Señor Director:
La crisis social actual tiene directa relación con la problemática que se produce por la falta del ejercicio de la autoridad de los padres al interior de las familias. Los niños, los adolescentes y los jóvenes piden a gritos la autoridad de sus padres. Muchos colapsan porque no la tienen, experimentando un sentimiento de abandono. Esta carencia es la raíz de muchos problemas sociales.
Los padres, como los primeros educadores de sus hijos, tienen el deber y el derecho de ejercer la autoridad sobre ellos, estar presentes, acompañarlos y guiarlos. Muchas veces necesitarán imponerse, con una autoridad sana, humilde, cercana, y así encaminar a sus hijos hacia el bien, para lograr que ellos se desarrollen como personas íntegras. Este es un servicio que exige esfuerzo, tiempo y dedicación, pero también implica y constata el verdadero amor de los padres por sus hijos.
En beneficio al interés superior del niño, debemos dar apoyo a los padres en esta tarea, para que los niños puedan seguir siendo niños.
Yolanda Guglielmetti W.
Educadora de Párvulos
Mediadora familiar U. de los Andes
«Los niños son…hijos» por Cristóbal Aguilera
Los invitamos a leer esta segunda réplica a Consuelo Contreras, publicada por El Mercurio este domingo 28 de de junio en la sección de Cartas al Director.
Señor Director:
Consuelo Contreras responde mi carta volviendo a su argumento central, el cual apunta a tensionar la relación filial. En efecto, Consuelo juzga —en coherencia con el proyecto de garantías de la niñez— la labor de los padres con desconfianza, pues supone que ella implica necesariamente la vulneración de los derechos de los niños.
Lo anterior explica el modo en que razona, y el que intente llenar de contenido ideológico frases que el sentido común sugiere tan sencillas, como que los niños son niños. Por supuesto que los niños crecen (¿quién si no los padres nos sorprendemos y maravillamos de esto?) y parte de su educación implica el que ejerzan su libertad con responsabilidad, de modo que sus actos se orienten a la virtud. Sin embargo, los encargados de esa educación, de conducir, promover y orientar todo aquello son los padres. En definitiva, son los padres los que tienen el derecho preferente y el deber de asumir la ardua, pero hermosa, tarea de colaborar con la formación de la personalidad de los niños: ¡sus hijos!
Aludir a la violencia y maltrato es desviar —y Consuelo lo sabe— la discusión a un plano diferente del que la originó, que se refería al derecho a la manifestación. No hay duda de que el Estado debe erradicar la violencia y maltrato, pero eso no es el objeto de este debate ni el fin del proyecto de garantías de la niñez. El objeto es el debilitamiento de la autoridad educativa de los padres, como si ello fuese necesario para garantizar los derechos de los niños. Y, en este contexto, podemos volver a la tesis principal: fortalecer la autoridad de los padres y la unidad familiar es resguardar, en último término, el interés superior de los niños.
Cristóbal Aguilera
Profesor de Derecho Universidad Finis Terrae
Director Corporación Comunidad y Justicia
«Madre hay una sola» por José María Eyzaguirre
Les dejamos a continuación la columna publicada este sábado 27 por La Tercera de este connotado abogado
En diciembre de 2015, Gigliola Di Giammarino y Emma de Ramón suscribieron un Acuerdo de Unión Civil. Utilizando la persona de Gigliola, acordaron someterse a un tratamiento de fertilización asistida. El blastocito se implantó en el útero de Gigliola, quedando embarazada. Emma de Ramón fue a inscribir el nacimiento del niño al Registro Civil, y solo se le permitió inscribir a Gigliola como madre, que era la que lo había dado a luz, quedando inscrita y determinada legalmente la maternidad del menor. Ante esto, ambas intentaron un recurso de protección solicitando que se ordenara al Registro Civil inscribir en la partida de nacimiento del niño a Emma De Ramón como segunda madre. La protección fue rechazada por la Corte de Apelaciones de Santiago. La sentencia fue confirmada por la Corte Suprema. Estando ambas de acuerdo, Gigliola dedujo demanda de reclamación de filiación en representación legal de su hijo, en contra de Emma De Ramón.
El Artículo 183 del Código Civil expresa: «La maternidad queda determinada legalmente por el parto, cuando el nacimiento y las identidades del hijo y de la mujer que lo ha dado a luz constan en las partidas del Registro Civil». La acción de reclamación de filiación no matrimonial corresponde solo al hijo contra su padre o su madre, o a cualquiera de éstos cuando el hijo tenga determinada una filiación diferente. De acuerdo al Artículo 208, si estuviese determinada la filiación de una persona y quisiere reclamarse otra distinta, deberán ejercerse simultáneamente las acciones de impugnación de la filiación existente y de reclamación de la nueva. En el caso del niño Attilio José, su filiación se encuentra determinada por el hecho del parto. Para cambiar o alterar aquello debió ejercerse simultáneamente la acción de impugnación. En este caso, ello no se hizo ni podría hacerse, puesto que el Artículo 217 del Código Civil expresa: «La maternidad podrá ser impugnada, probándose falso parto o suplantación del pretendido hijo al verdadero». De este modo, el carácter de madre que tiene Gigliola es inexpugnable.
La sentencia dictada por la señora Magistrada del Segundo Juzgado de Familia de Santiago constituye una grave infracción a las disposiciones del Código Civil que regulan la filiación en caso de maternidad determinada. No existe la posibilidad de dos madres en nuestro Código Civil. La pretendida segunda maternidad de Emma De Ramón se la pretende fundar en el cariño que ella tiene por el niño y los cuidados que le ha brindado. Pero todo ello no serviría para borrar una maternidad inexpugnable, como es la de Gigliola. Este es un caso más de lo que se llama el activismo judicial, en que los jueces se sienten con autoridad suficiente para pasar por encima de las regulaciones más esenciales del ordenamiento jurídico.
Otro problema, a mi entender, grave, que suscita esta sentencia es que se dictó en un proceso en que ambas partes están absolutamente de acuerdo; acuerdo que consta en la sola comparación en el texto de la demanda y la contestación de la misma.
Es necesario tener presente que la materia resuelta por esta sentencia es una materia de interés general, que no solo alcanza a las partes que intervinieron en el juicio. Las materias de familia, en general, no solo se refieren al interés privado de las personas que se ven involucradas en un determinado proceso, sino que tienen efectos en la comunidad en general. En consecuencia, en materias como son la filiación, la maternidad o la paternidad y que comprometen el bien común de la sociedad, éstas deben ser revisadas por los Tribunales Superiores de Justicia.