Les dejamos a continuación la traducción a un excelente artículo escrito por Monseñor James Conley, Obispo de la Diócesis de Lincon en Nebraska. El texto, escrito a raíz de las opiniones de ciertos Obispos durante el Sínodo de la Familia del año 2014, tiene plena actualidad. Agradecemos a la Revista «First Things» por permitirnos reproducir aquí esta iluminadora reflexión.
En su libro “Carta al duque de Norfolk”, el beato John Henry Newman sugiere valientemente que la religión nunca debe ser el tema de los brindis sociales después de la cena. Pero, dice, «si me veo obligado a llevar la religión a los brindis después de la cena, beberé –por el Papa, si le complace– sin embargo, primero por la Conciencia y por el Papa después».
Newman prometió beber primero por la conciencia antes que por el Papa porque creía firmemente en la primacía de la conciencia. Newman entendió que la conciencia impone una obligación, que la integridad personal dicta el deber humano fundamental de escuchar la voz interior de nuestra conciencia y de seguir sus demandas.
El primado de la conciencia se ha convertido en un tema de discusión en el Sínodo Ordinario de los Obispos sobre la Familia, que ahora tiene lugar en Roma. La cuestión es qué deben hacer los creyentes cuando la conciencia parece sugerir una desviación de la doctrina católica, y cómo deben responder los pastores y obispos. Esta pregunta es especialmente relevante para los debates sobre la recepción de la Eucaristía por parte de los católicos divorciados y vueltos a casar, y sobre el cuidado pastoral adecuado de los católicos en las relaciones del mismo sexo.
Newman creía que la modernidad había dejado de escuchar la voz real de la conciencia; citándola en su lugar para validar las elecciones libertinas. Decía que un verdadero sentido de conciencia había sido «reemplazado por una falsificación», a fin de hacer valer el «derecho a la voluntad propia».
Cuando sus contemporáneos hablaban de la conciencia, Newman decía que “en ningún sentido se refieren a los derechos del Creador, ni al deber hacia Él, en pensamiento y obra, de la criatura; sino el derecho de pensar, hablar, escribir y actuar, según su juicio o su humor, sin pensar en Dios en absoluto. . . [La conciencia] se convierte en una licencia para tomar cualquier religión o ninguna, para tomar esto o aquello y dejarlo ir de nuevo «.
El tiempo de Newman no es muy diferente al nuestro. Y la conciencia “falsa” parece haberse alojado hoy entre los creyentes fieles, que se sienten cómodos al explicar que su integridad exige que rechacen las enseñanzas de la Iglesia. Hoy, en la vida de la Iglesia, muchos creyentes afirman que su conciencia contraviene el Evangelio. Que la conciencia les exija usar o recetar anticonceptivos. O ignorar las obligaciones de la indisolubilidad matrimonial. O complacer las inclinaciones sexuales desordenadas.
Pero la conciencia nunca puede obligar a una persona a actuar en contra del precepto divino. De hecho, la conciencia es, como escribió Newman, «la voz de Dios», un canal de comunicación divina, «el vicario aborigen de Cristo». Newman entendió que la conciencia revela la ley de Dios, que es un «profeta» que prepara el alma en el camino del Señor.
Newman también entendió que los pastores tienen la obligación de ayudar a los fieles a escuchar la conciencia, comprender su voz y responder a ella. Newman comprendió que la conciencia no es fácil de escuchar. Su voz, escribió, «puede sufrir refracción al pasar al medio intelectual de cada uno». Y sabía que escuchar la conciencia requiere santidad y una guía seria.
Newman aconsejó que el hombre que busca seriamente escuchar la conciencia “debe vencer ese espíritu mezquino, poco generoso, egoísta y vulgar de su naturaleza, que, al primer gesto de una orden, se opone al Superior que la da, preguntándose a sí mismo si no está acaso él no estaría excediendo su derecho, y se regocija, en un asunto moral y práctico para comenzar con escepticismo. No debe tener la determinación voluntaria alguna de ejercer el derecho a pensar, decir, hacer lo que le plazca, la cuestión de la verdad y la falsedad. . . siendo simplemente descartado «. La tarea de los pastores, según él entendía, era ayudar a sus rebaños en la tarea de autoexamen y verdadero discernimiento. La tarea de los pastores es ayudar a los fieles a comprender que la conciencia nunca puede contradecir la verdad.
Una guía pastoral de ese tipo puede parecer severa, pero, para Newman, era completamente necesaria. En opinión de Newman, validar un falso sentido de la conciencia sería una especie de negligencia pastoral; le robaría al creyente la oportunidad de escuchar la voz de Dios.
Desafortunadamente, las discusiones del sínodo revelan que un sentido falso de la conciencia parece informar la opinión de algunos líderes eclesiales, que sienten que deben apoyar las decisiones tomadas «en conciencia», incluso cuando esas decisiones contravienen la verdad revelada. Esto no es nada nuevo. En las postrimeras de la Humana Vitae, el apoyo pastoral a la “conciencia falsa” fue rampante. Pero la consecuencia de reprimir e ignorar la voz de Dios, la conciencia auténtica, se confirma en los bancos vacíos y en los seminarios menguantes en los lugares donde la “disidencia consciente” fue más desenfrenada.
Hoy, en el sínodo, la Iglesia discute el respaldo total a la conciencia falsa. Ese respaldo sería desastroso, especialmente para aquellos a quienes sus pastores les enseñarían a ignorar el poder salvador del precepto divino.
Un católico que cree que la conciencia realmente podría anular el Evangelio, ha abandonado la fe en la normatividad de la ley divina y su contribución al florecimiento humano. Y un pastor que no instruye a una conciencia equivocada, parece haber olvidado que las apelaciones a la falsa conciencia no ofrecerán protección en el juicio final.
Por supuesto, el proceso de formación de la conciencia lleva tiempo. Una persona que comienza en oposición al Evangelio puede muy bien llegar a ser obediente con gratitud. Y los pastores deben ayudar con el proceso de discernimiento, por mucho que sea necesario. Pero los pastores también deben ser claros: ciertas decisiones realmente pueden convertir a un católico fuera de los límites de la comunión eclesial, con las implicaciones que ello conlleva. Nuestras decisiones, incluso hechas apelando a una conciencia informe, siempre tienen consecuencias en esta vida y consecuencias en la próxima.
«La obediencia a la conciencia conduce a la obediencia al Evangelio», escribió Newman, «que, en lugar de ser algo completamente diferente, no es sino la culminación y perfección de la religión que enseña la conciencia natural». La conciencia es un don y una gracia. Como Newman, antes de brindar por alguien más, debemos beber por ese regalo, y luego debemos ayudar a los creyentes a escuchar la “voz apacible y delicada” del Señor en nuestros corazones.