Quienes estamos involucrados en debates legislativos vimos con espanto que en la Cámara de Diputados se citó la Comisión de Mujer para iniciar, el miércoles 13 de enero, la discusión para “despenalizar” el aborto libre hasta las 14 semanas. Surgen recuerdos de la batalla por las tres causales, en la que el derrotismo comenzó a asumirse como postura vital en el sector provida.
Al avisar a muchas personas la noticia de la discusión que se avecina, que yo sabía que estarían involucradas en esta nueva batalla, ese derrotismo (que ya se olía en la discusión sobre eutanasia) se percibía con más frialdad y crudeza que antes: —“Será pos” —“A estas alturas hay poco que hacer”… La mayoría de las respuestas tenían más o menos ese tono. Es fácil dejarse llevar por el ambiente, por las cifras de las encuestas, por las opiniones de los que nos rodean… y quizás también por la división política en todos los sectores, por el peor Congreso de nuestra historia, por la debilidad de la Presidencia, por la crisis de la Iglesia… Lo realista parece ser mirar todo negro.
Esto me llevó a preguntarme qué es lo que buscamos realmente con las batallas legislativas a las que nos enfrentamos. Queremos defender la vida (las dos vidas) porque la dignidad de la persona humana nos lo exige: la vida humana es indisponible… Pero la guerra cultural ya la perdimos, y va a ser un trabajo de muy largo plazo recuperar terreno ahí. El dique está cada vez más agrietado —dejando escapar chorros de agua por distintos frentes— y está siendo rebasado por una ola de agendas progresistas promovidas por élites e importadas mediante organismos internacionales de derechos humanos y ONGs variopintas. ¿Para qué tapar esas inevitables fisuras que parecen multiplicarse con el paso del tiempo? ¿Qué nos mueve a luchar?… Tenemos alguna esperanza fundada de que lograremos postergar ciertos debates o atenuar efectos de leyes injustas, pero poco más. ¿Cuál es nuestra motivación?
La actitud derrotista, en el fondo, es una muestra de consecuencialismo y miopía secularizada. Si razonablemente podemos pensar que vamos a perder no significa que no debamos hacer nada. Nadie aquí —al menos no los que somos católicos— debería trabajar para conseguir ciertos resultados. Dios no nos pedirá cuentas por los resultados en términos absolutos, sino por nuestra lucha (que daremos siempre por amor a Dios y a los demás: “al caer la tarde te examinarán en el amor”). Sabemos que el dique hace agua, pero nuestra esperanza no es poder detener con nuestras solas fuerzas esa ola sucia y podrida —roja y verde— que se empeña en sumergir la tierra.
No.
Nuestra esperanza está en Cristo. La Cruz de Cristo es fuerza de Dios. Allí donde se ve nuestra debilidad es donde Dios mostrará su Misericordia. Quizás nos falta fe, esperanza y caridad —¡teologales!—, quizás hay que dejar de pensar estos combates en términos de consecuencias y empezar a verlos con los ojos del Señor de la Historia, cuyos miembros visibles que caminan en el tiempo somos nosotros mismos.
No bajaremos los brazos. La contienda es desigual, ¡pero ánimo y valor! ¡Porque nuestra guerra es escatológica! Nuestro enemigo es de orden sobrenatural —el a-nomos (non serviam), la auto-nomía (“seréis como dioses”)— y nuestras armas y nuestra esperanza y nuestra motivación deben ser también —siendo muy humanas— profundamente sobrenaturales.
Puede que la pelea esté perdida de cara a lo terreno, pero no de cara a Dios ni de cara a la historia. Cristo ya venció a la muerte y al pecado. Frente a la cultura de la muerte, hay que recordar que nunca estuvimos peor que aquél viernes en que Cristo fue elevado sobre la Cruz y murió por nosotros: ese es justamente el Evangelio de la Vida. El Misterio del hombre solamente se esclarece en el Misterio del Verbo encarnado. Cordero llevado al matadero, oveja muda ante los trasquiladores… al igual que los niños por nacer que serán abortados. “Esta es vuestra hora, y el poder de las tinieblas”, pero llegará el día en que amanecerá.
“Aquí no se rinde nadie”: fue el lema de los argentinos tras su derrota. Haremos lo que podamos —poniendo coto al mal— con los que estén dispuestos, con todas nuestras fuerzas; rezaremos como nunca; mojaremos la camiseta y lo dejaremos todo en la cancha… pero por bocover no vamos a perder.
Muy buen artículo, Dn Pablo. Felicitaciones
La cultura de vida la lleva, es de lo mejor… los pobres infelices que están por la cultura de la muerte no saben lo que hacen.