Hacerse cargo del desafío medioambiental (y humano) que nos invita a vivir la Encíclica Laudato Si, incluye cambios profundos en el modo de entender el Estado y las empresas. En ese espíritu, nuestro asesor legislativo, Vicente Hargous, nos recomienda un extenso pero interesante artículo de Thomas Storck sobre los aportes del distributivismo en este proceso, que puedes encontrar aquí.
Tras las lluvias recientes que han caído sobre nuestro cemento capitalino, puedo ver al fin nuestra cordillera, inmensa e imponente, nevada. Siempre había estado allí… lo que pasa es que ahora el cielo azul limpio ha tomado el lugar de la gris cochinada que todo pulmón santiaguino padece cada día. ¡Se fue el smog! Del calentamiento global no puedo hablar, porque no sé, pero siempre me ha parecido que un sistema en que se produce más de lo necesario, con costos ambientales (y quizás sociales), parece tener algo que falla. La pandemia nos ha obligado a bajar la velocidad en los engranajes de la maquinaria capitalista —menos producción, menos viajes, menos autos, menos ruido…— ¡y se fue el smog! Esto me ha hecho pensar en la relación entre economía y medio ambiente, ideas esbozadas por el Papa en su encíclica Laudato Si, y por Patrick Deneen en su famoso ‘Por qué ha fracasado el liberalismo’ (‘Why liberalism failed’), recientemente editado en Chile por IES e Idea País. “Si una industria está prosperando, pero suministrando al público bienes de mala calidad, o inútiles, o contaminando el medio ambiente, entonces esa industria no está cumpliendo su tarea. Es más como un sindicato criminal que vive aprovechando la sociedad” (Storck, “The Place of Guilds in A Distributist Economy”, The Distributist Review).
Aquí es donde algunos empiezan a convulsionar. Siempre que conversamos sobre cuestiones que de alguna manera giran en torno a la economía, no faltan los comentarios de un personaje —común en la idiosincrasia nacional culta—, que podemos llamar el tecnócrata: —“Es que tú no entiendes cómo funciona la realidad. Así es el mercado. Esto es un hecho”. La ciencia económica está muy bien, pero a veces parecen querer decir que estos hechos —que en realidad son actos libres— no pueden ser juzgados moralmente. Con la mirada del tecnócrata el sistema económico capitalista es intocable: no podemos cambiarlo, por mucho que queramos. Una cosa sería la sociedad que nos gustaría, y otra distinta sería lo que pasa. Así, el tecnócrata nos dice, al igual que el estatista, que sólo hay dos posibles respuestas (con sus matices y mezclas, por cierto): la del liberal y la del socialista. O permitimos al mercado operar solo, sin trabas ni obstáculos, o centralizamos la producción y la dirigimos desde arriba (medida ineficiente, como nos muestra la experiencia histórica). Esto, sin embargo, está lejos de ser así.
A ambas posturas subyace, en efecto, una desviación de los fines de la economía: se trata en ambos casos de respuestas materialistas. “La primera pregunta en una economía capitalista no es si un determinado bien es verdaderamente útil para la humanidad, ni tampoco si promueve la vida humana, sino si puede acaso ser vendido y si, usando todas las artes de la publicidad, la gente puede ser persuadida a desearlo y comprarlo” (Storck, ibid.).
El tecnócrata, además, nos dice que su sistema económico (el capitalismo puro) es equivalente a la economía libre. ¿No es raro creer que una razonable libertad en los intercambios de bienes es lo mismo que un sistema donde en cada rubro existe un oligopolio dominado por sociedades anónimas enormes y más o menos incontrolables? ¿No es curioso que digamos que el libre intercambio de bienes sea lo mismo que buscar un incremento enorme de riqueza, con los engranajes del consumo desenfrenado y la producción ilimitada de cosas superfluas? ¿Qué tiene de sensato que los trabajadores de una empresa estén vinculados con ella mediante un contrato de trabajo (es decir, no son parte de la empresa, sino subordinados)? ¿Tiene sentido que los miembros o ‘dueños’ de la empresa (los accionistas) no tengan ningún interés real en el producto de la empresa y en los trabajadores? Parece que, más que una defensa de la economía libre, lo que defiende el tecnócrata es una posición ideológica que no está demostrada y que pone los medios delante de los fines. Una cosa es la satisfacción de necesidades reales mediante la producción necesaria, como medio para el bien integral de la persona, y otra distinta es el mero acopio de riqueza que produzca, como consecuencia indirecta, una satisfacción de aquellas necesidades, arrastrando muchas veces la miseria de los trabajadores y un desequilibrio ecológico manifiesto (porque se produce mucho más de lo necesario).
Cayó a mis manos (mejor dicho, ante mis ojos mirando la pantalla del computador), un texto muy luminoso sobre estas cuestiones: The Place of Guilds in A Distributist Economy (El lugar de los gremios en una economía distributista), de Thomas Storck. Lo más interesante del artículo es que no plantea críticas vagas al llamado ‘modelo’ (cosa que nadie entiende muy bien qué significa), ni tampoco se queda en la crítica a estructuras concretas (como las sociedades anónimas, la no participación de los trabajadores en las empresas, la concentración oligopólica de los medios de producción, o la falta de protección de los pequeños productores frente a las grandes empresas), sino que propone un sistema distinto, que además ya ha existido: los gremios medievales, como pieza clave de una economía distributista. En un gremio los trabajadores (dependientes y aprendices) están tan interesados como los propietarios (los maestros) en la producción. Una vez que los trabajadores pasan a ser realmente miembros de las empresas (con participación, dicho en palabras más actuales, mediante acciones: utilidades y pérdidas), los sindicatos se vuelven innecesarios y todos se interesan la productividad (con lo cual se termina el paradigma marxista de opresores y oprimidos), y también en el bien integral de trabajadores y sus familias. Esta propuesta es ciertamente un paradigma nuevo, y como tal exige cambios radicales en el modo de comprender las relaciones laborales, económicas y productivas. No se trata de una propuesta realizable de la noche a la mañana, pero pueden desplegarse propuestas en un sentido semejante para construir de a poco una sociedad más justa.
«Storck desarrolla en detalle la estructura del gremio, los mecanismos sociales de protección que tenía y la forma de autorregulación que permitía que no se transforme en un monstruo que domine el mercado. Además, el autor no suelta de su mano el Magisterio de la Iglesia, sobre todo de Pío XI, aunque no sin mencionar que el Magisterio ha mantenido este foco durante los pontificados de san Juan XXIII y san Juan Pablo II.»
Me parece que este artículo puede ser una excelente introducción al distributismo como corriente, tal y como fue defendida por Belloc y Chesterton. Storck desarrolla en detalle la estructura del gremio, los mecanismos sociales de protección que tenía y la forma de autorregulación que permitía que no se transforme en un monstruo que domine el mercado. Además, el autor no suelta de su mano el Magisterio de la Iglesia, sobre todo de Pío XI (aunque no sin mencionar que el Magisterio ha mantenido este foco en los gremios durante los pontificados de san Juan XXIII y san Juan Pablo II). Un texto muy equilibrado, liviano dentro de su género, breve, de mucha claridad.
Storck da muchas luces que podrían orientar nuevos rumbos para una economía que, sin atentar contra la libertad real de los pequeños, permita a cada familia un acceso justo a los bienes, entendiendo que no son un fin, sino un medio para el crecimiento integral de la persona. De este modo, se podría conseguir, quizás, una economía verdaderamente sostenible.
Interesantísimo. Yo he estado estudiando hace un tiempo el asunto del distributismo y cada vez me convenzo más de su importancia. ¿Creen que pueda existir una posibilidad real de plantearlo o que «influya» quizá en el proceso de una nueva constitución que se aprobó ahora para Chile?