Les dejamos a continuación la columna de Rosario Corvalán de nuestro Equipo Legislativo publicada el 20 de mayo en La Tercera.
Con convencionales constituyentes electos, se puede empezar a especular cómo será el panorama de los próximos meses en el ex Congreso. Es claro que hay un sector que comienza este “diálogo” en desventaja; la derecha y la centro derecha – por llamarlas de algún modo – no lograron ni el tercio necesario para oponerse a la voluntad de los dos tercios restantes (y ese propósito era ya bastante mezquino).
Ante este escenario ¿qué les queda? Una alternativa es sentarse a mirar. Tomar una buena butaca en el ex Congreso y, como en un circo romano (o en un circo ruso o chileno), presenciar casi a modo de público lo que se haga y deshaga, sin posibilidad alguna de proponer u oponerse.
Otra opción sería, para subirse al carro (¿de la victoria?), ceder en algunos puntos de modo tal de estar de acuerdo con quienes obtuvieron la mayoría en esta Convención, y así contribuir también a la conformación del texto. No vaya a ser que se los tilde de reaccionarios.
Creo que hay una opción algo más sensata. No debe verse como una opción intermedia entre ambas, sino simplemente distinta, sin ser espectador ni camaleón. El espectador podría cumplir el rol de ser un vocero de lo que está pasando en la Convención (“¡hoy se incumplió el reglamento!”, “¡hoy se dejó fuera tal o cual derecho!”), y el camaleón podría cumplir el rol de, al final del proceso, decir que “la derecha también contribuyó en la redacción de la Constitución”.
La tercera vía sería entender que hay ciertos aspectos en los que se puede negociar, y ciertos aspectos en los que no. Para eso, los convencionales de esta minoría llamada derecha, deberán entrar con claridad sobre aquello, comprendiendo que, si lo que se busca es que esto sea una instancia democrática, la democracia -como decía un gran profesor de la Universidad- “es algo más que contarnos” (algo más que contarnos, restarnos, dividirnos, corregirnos…en fin, aplicar la compleja fórmula del sistema proporcional).
Estos mínimos no negociables no son sinónimos de “no discutibles”. Se pueden discutir e incluso con la honestidad intelectual suficiente no solo para persuadir sino para ser persuadido. Pero si ello no se logra, si ni estos ni aquellos se mueven, en conciencia, de su postura original, no podrá transarse un derecho por otro, un artículo por otro (“apruébame esto y te doy los votos para esto otro”… por no decir “redáctame bonito el derecho a propiedad y cedo el derecho a la vida”).
Especialmente en la parte orgánica de la Constitución, habrá muchísimos temas de definición prudencial, de gran relevancia, por cierto, pero con diversas formas de ser “aterrizados”. En lo que respecta a derechos fundamentales y ciertas bases de la institucionalidad, no parece haber demasiado espacio para grises. Más bien, parecen aquí aparecer los “mínimos no negociables”; el derecho a la vida –sobre el que se fundan todos los demás–, a la libertad de enseñanza, a la educación, a la libertad de conciencia y de religión, la familia como núcleo fundamental de la sociedad (o una expresión similar) y el matrimonio como aquella institución en que se funda la familia, a la salud, a la igualdad ante la ley. “¿Y qué sentido tendrá no ceder ni un poquito en estos temas, si somos minoría?” Al menos tendrá más sentido que negociar en temas por los que, precisamente, se luchó por llegar a ese escaño.