Jorge Luis Borges, siguiendo a Schopenhauer, decía que no leía ningún libro con menos de cincuenta años. “La vida es muy corta y uno no puede exponerse a leer frivolidades”, dijo alguna vez en una entrevista el literato argentino. En mi opinión, los documentos magisteriales escapan a esta regla. Sean muy nuevos o muy antiguos, todas conservan un sabor a eternidad y atemporalidad que las hacen trascender a su contexto particular. Más aún, tienen esa magia de llevarnos siempre a lo más íntimo del corazón. Cuando leo una Encíclica, en cierto modo vuelvo a ser un niño frente a sus padres, que le enseñan con ternura y firmeza todo lo importante para alcanzar una vida plena.
Dicho lo anterior, siempre hay documentos papales que anidan con más facilidad en el corazón y cuyo modo de explicar las verdades de siempre parece reconfortar más el alma. Una de estas es Familiaris Consortio. Escrita el ‘81 con motivo del Sínodo de la Familia del año anterior, en ella se expresan las verdades de la familia sin medias tintas, al tiempo que empatiza y anima a quienes se apartan de ellas.
El documento escrito por Juan Pablo II se divide en cinco partes: un diagnóstico de las familias (que, 39 años después, sigue siendo válido), una reflexión teológica de las familias, una novedosa exposición de los fines de la familia cristiana, un comentario sobre la pastoral de las familias y las conclusiones. Por razones de tiempo y extensión, no resumiré ni comentaré esta Exortación Apostólica completa. Me remitiré en cambio ha hablar del tercer punto, que es el más atingente para un boletín que busca reflexionar sobre las verdades antropológicas de la familia.
¿Cuáles son estos fines de la familia según Familiaris Consortio? El párrafo 17 nos presenta cuatro, a saber, la formación de una comunidad de personas, servicio a la vida, participación en el desarrollo de la sociedad y la participación en la vida y misión de la Iglesia.
1) formación de una comunidad de personas: en su relación con las familias, el hombre aprende a amar (¡amar de verdad!) (18). Esto aplica en primer lugar para los cónyuges, a través de un amor total y exclusivo del uno al otro. Por eso el matrimonio es monógamo (19) e indisoluble (20). Este espíritu de comunión aplica para a familia en general, que exige una gran capacidad de sacrificio (21) a todos sus miembros, entre ellos: las esposas y madres (22-24), los esposos y padres (25), los hijos (26) y los abuelos (27).
2) servicio a la vida: es la capacidad de engendrar vida y educarla moral y espiritualmente (28). La exhortación llama a las familias a estar abiertas a la vida (29), lo que significa rechazar políticas públicas que incentiven el aborto y la anti concepción (30). Un tema especialmente sensible es el de la anti concepción, que como el documento recuerda, no es lícita pues separa los fines unitivo y el procreativo de la relación sexual, llamados a estar siempre unidos. En cambio, los esposos pueden valerse de los periodos infértiles, siendo esto último lícito (32). La Iglesia comprende lo difícil que puede resultar esta verdad y por eso recuerda lo importante que es el cultivo de las virtudes –como la paciencia y la fortaleza– y especialmente de la castidad (33), pues todos estamos llamados a vivir estas enseñanzas (34).
El servicio a la vida implica también la educación de los hijos (36), procurando darles una especial educación en la austeridad y la castidad (37). Al preocuparse por la educación de su prole, los padres reflejan la autoridad del propio Dios (38). Los padres deben, además, iniciar a sus hijos en la fe (39), buscando apoyo en las escuelas, velando que estas no interfieran en esta transmisión (40). Este servicio a la vida trasciende los límites de la propia familia y se abre a otros niños y a la sociedad entera. Esto es especialmente cierto para los matrimonios estériles (41).
3) participación en el desarrollo de la sociedad: la familia es la célula de la sociedad, gracias a los fines que realiza: el servicio a la vida (42) y la comunión a la que abre a sus integrantes (43). Pero su función no se agota ahí: las familias también deben asumir responsabilidades con su entorno, a través por ejemplo de la hospitalidad (función social) y la defensa de los fundamentos de un orden social justo, realizando activismo, por ejemplo, contra leyes injustas (función política) (44). El Estado debe promover la libre iniciativa de las familias (45) y respetar los derechos de la misma (46). La familia debe, a su vez, colaborar y recibir colaboración del nuevo orden internacional emergente (47).
4) participación en la vida y misión de la Iglesia: la familia participa de la misión y vida de la Iglesia (49) y esto de forma eminentemente comunitaria. Lo hace en concordancia con la triple participación de los cristianos en la vida de la gracia a través del bautismo, a saber, como profetas, sacerdotes y reyes (50):
a) Comunidad creyente y evangelizadora. Se trata de la función profética, por la cual todo cristiano está llamado a anunciar a Dios y denunciar todo aquello que se aleje de sus mandatos. La familia está llamada a escuchar la Palabra de Dios y proclamarla (51). Padres e hijos deben así hablar y vivir el evangelio dentro del hogar (52). Esta labor, especialmente de los padres hacia los hijos, es insustituible (53). Eso es también válido para el vínculo con otros familiares (54).
b) Comunidad en diálogo con Dios. La familia participa de la función sacerdotal a través del sacramento del matrimonio. En otras palabras, ella misma se convierte en intercesora entre Dios y el mundo (55). La Gracia de este sacramento acompaña a los esposos toda la vida (56) y se complementa con la Gracia del Bautismo, la Eucaristía (de forma eminente) (57) y la Confesión (58). La función sacerdotal también se ejerce a través de la oración familiar (59), enseñando así a los hijos a rezar (60). Dentro de las muchas devociones y tipos de oración que se incentiva a cultivar, se recomienda especialmente el rezo del Rosario en familia (61). De la oración en particular y la unión con Cristo en general, depende que la Iglesia asuma su rol hacia el mundo de promoción humana en plenitud (62).
c) Comunidad al servicio del hombre. Participación de la función real, es decir, que –siguiendo la conducción del Espíritu Santo, sirve a los demás para ayudar a conducirlos a Dios (63). La familia se abre así, a través de la caridad, a toda persona (creyente o no) y ve en ella el rostro de Dios. Pone especial énfasis en el cuidado si es “pobre, débil, si sufre o es tratado injustamente” (64).
Finalmente, alguien podría objetar que de poco ayuda una reflexión “cristiana” de la familia a quienes no son creyentes. Sin embargo, lo interesante –y esta exhortación así lo plantea– es que la Gracia y la Naturaleza no se oponen. En palabras de Santo Tomás de Aquino: «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la asume, la sana y la perfecciona».
En otras palabras, Dios no se contradice: las acciones de Dios nunca violentarán la naturaleza de una cosa que Él mismo ha creado, de modo que de la Gracia siempre podremos esperar más, nunca menos. En ese sentido, las personas iluminadas por Dios tal vez podrán realizar acciones que exceden a las capacidades que la mera razón natural indica de ellas, pero nunca harán menos de lo indicado por la naturaleza.
De esta forma, las familias cristianas, vale decir, las familias alcanzadas por la Gracia de Cristo, necesariamente realizarán aquello fines que toda familia humana está llamada a vivir. Algunas podrán hacer cosas extraordinarias, pero ninguna dejará de cumplir lo esperando de una familia. En cambio, sí podemos esperar que realice sus fines de forma vigorosa y esclarecida. Por eso, la familia cristiana es un caso de estudio perfecto para conocer los principios que rigen a toda familia, de la cultura y el tiempo que sea. Más aún: permite ver hasta que punto una familia puede ser una escuela de humanidad para quien se cobije en ella.