A continuación les dejamos la reseña que nuestra ex-pasante, Isabel Jordán, escribió para nuestro boletín «Veritas et Bona» de octubre. En ella, Isabel intenta leer la Encíclica desde el actual contexto nacional, atravesado por protestas y anhelos de cambios. Invitamos a continuación a leerla.
Ante las diversas interrogantes que han surgido en la sociedad chilena tras los acontecimientos del 18 de octubre de 2019, respecto a su pasado, su presente y, especialmente, su futuro; vale la pena dedicar algún tiempo a meditar el mensaje que el Papa Francisco ha querido transmitir al mundo entero sobre la fraternidad y la amistad cívica en su última Encíclica, Fratelli Tutti.
En dicho documento, de carácter magisterial, el Papa constata que vivimos en un mundo paradójico, donde el proceso de globalización, que parece que nos ha unido cada vez más, no logra, en realidad, establecer lazos fraternales entre las personas y coexiste, desgraciadamente, con distintos niveles de individualismo, fragmentación y exclusión social que se producen al interior de todo tipo de comunidades (familiares, religiosas, virtuales, nacionales, internacionales, etc).
Ante estos problemas, el Papa dedica especial atención a los últimos de la sociedad, aquellos que son víctimas, de distintas maneras, de la cultura del descarte: los no nacidos, los discapacitados, los ancianos, las mujeres, los pueblos indígenas, y, especialmente, los pobres y los emigrantes (FT 18, 23, 39, 220). Para mejorar la vida de estas personas, servir al bien común y llevar realmente a la práctica el ideal de respeto a los derechos humanos, el Pontífice recuerda que hay que trabajar por una sociedad cuyos miembros se conciban como hermanos que poseen un destino común (FT 96). En esta línea, pone de relieve el carácter relacional del ser humano, del cual se sigue que este solo puede alcanzar su plenitud mediante la apertura y la donación a otros (FT 87).
En esta perspectiva, la nueva Encíclica puede dar algunas luces respecto al particular momento histórico que está atravesando nuestra patria. Por ejemplo, el Papa examina críticamente el neoliberalismo económico, señalando que “hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que ‘nacen nuevas pobrezas’. Cuando dicen que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual (…) La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto” (FT 21). En otras palabras, el éxito a nivel macro de una receta económica es insuficiente para consolidar el bien común, resolver la indigencia material y espiritual (moral, educativa) y la desigualdad. Esto significa que hay que explorar seriamente otras alternativas para remediar la pobreza (de todo tipo), que es, por lo demás, un problema dinámico.
«(…), el éxito a nivel macro de una receta económica es insuficiente para consolidar el bien común, resolver la indigencia material y espiritual (moral, educativa) y la desigualdad. Esto significa que hay que explorar seriamente otras alternativas para remediar la pobreza (de todo tipo), que es, por lo demás, un problema dinámico.»
Ahora bien, una de las herramientas más eficaces para enfrentar las necesidades sociales es la política que, en muchos casos, ha sido erróneamente subordinada a la economía y la tecnocracia (FT 177). Así, el Papa llama a rehabilitar la política, la cual es, nada menos que uno de los actos de caridad más grande que un hombre puede realizar, dado que las correctas medidas estructurales pueden contribuir al bien de muchos, especialmente, de los más frágiles (FT 180, 187). En este aspecto, el Papa recuerda que hay que invertir en favor de estos últimos, aun cuando sea más arduo (FT 108).
«(…) el Papa llama a rehabilitar la política, la cual es, nada menos que uno de los actos de caridad más grande que un hombre puede realizar, dado que las correctas medidas estructurales pueden contribuir al bien de muchos, especialmente, de los más frágiles»
Sin embargo, para elevar el nivel de la actividad política, el Papa nos llama a esforzarnos por dialogar, a escuchar a los que piensan distinto a nosotros, ver qué hay de bueno y verdadero en su forma de pensar, y estar dispuesto a ceder algo en favor del bien común (FT 190, 203). Esto no significa perder la propia identidad, porque solo quien tiene algo propio puede aportar (FT 143). Tampoco implica caer en el relativismo, esto es, pensar que no hay nada objetivo y que todo es negociable. De hecho, el Papa señala que la existencia de valores absolutos es lo único que puede legitimar nuestras leyes porque sin ellos, estas constituirían meras imposiciones arbitrarias de los gobernantes de turno (FT 206). Precisamente, el regirse por la ley natural, inmutable y universal, le otorga una valiosa estabilidad a la sociedad (FT 211).
Ahora bien, lo contrario al diálogo es la indiferencia y la violencia (FT 199). La primera corresponde a la actitud de aquel que prefiere refugiarse en su mundo privado y que decide pasar de largo frente al sufrimiento de otros porque no se considera responsable del destino de esa persona (FT 73). En esta línea, son muy elocuentes los comentarios del Pontífice respecto de la parábola del buen samaritano, que destacan que Jesús no se enfoca en los salteadores, en los responsables del hombre herido en el camino, sino en las opciones que toman las personas que se encuentran con él (FT 72).
En cuanto a la violencia, Francisco critica, entre otras cosas, a los líderes que buscan “sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población” (FT 159). Ahora bien, el Papa no alude solamente a las formas más evidentes de violencia, como las protestas o la guerra; sino que se refiere, en más de una ocasión, a actitudes tales como disfrutar de la propia riqueza sin hacerse cargo de las carencias de los otros miembros de la sociedad (FT 18, 219). Esta falla moral tiene que ver con un olvido del principio del destino universal de los bienes, según el cual los recursos están orientados al bien de toda la humanidad y cualquiera que se adueñe legítimamente de alguno de ellos tiene el deber de administrarlo en favor de los demás (FT 119, 122). Con esto, el Papa no hace más que poner de relieve la función social de la propiedad privada (FT 120). Esto, por cierto, no es válido solamente al interior de cada país, sino que también rige para las relaciones entre las diversas naciones. Como se puede apreciar, cuando Francisco habla respecto a la inequidad, lo hace también desde una perspectiva global, en la cual los países ricos tienen el deber de velar por el bienestar de los más pobres (FT 126).
Finalmente, respecto a la proyección de nuestra patria hacia el futuro, el Papa da algunos consejos que convendría tener en cuenta.
En primer lugar, recuerda que ninguna estructura es capaz por sí misma de asegurar el bienestar de una sociedad, porque muchas veces el problema no se encuentra tanto en el sistema como en el corazón de las personas que lo manejan (FT 166).
En segundo lugar, destaca que, ante las necesidades de una sociedad no existe una única solución posible (FT 165). Esto significa que la realidad es compleja y, por tanto, que las propuestas tanto políticas como económicas también lo serán.
En tercer lugar, el Pontífice dedica bastante secciones del documento a reflexionar sobre las condiciones de posibilidad de la paz social. Al respecto, destaca que la paz no es un bien permanente y, por tanto, hay que trabajar para conservarla constantemente (FT 11). Además, observa que para alcanzar una paz duradera, es preciso elaborar planes a largo plazo, aunque sean más costosos y sean otras personas quienes reciban los frutos de ese esfuerzo (FT 178, 196). En esta línea, critica, por ejemplo, a todas aquellas medidas populistas que pretenden paliar momentáneamente la pobreza, pero sin querer eliminarla realmente mediante la creación de empleos (FT 161). Finalmente, aconseja a los miembros de sociedades heridas por algún conflicto, que no olviden su historia, que se atrevan a dialogar desde la verdad, que se afanen por reparar los daños y, en último término, que busquen la justicia, condición necesaria para consolidar la paz, con una actitud de reconciliación y no de venganza, porque esta última solo genera división (FT 226, 242, 248, 250, 252).