En el reportaje “Pubertad interrumpida: niños trans inician tratamiento hormonal en medio de controversias” de BioBioChile, Javier Mena, abogado de nuestra área judicial, relata su experiencia como patrocinante de una familia que debió enfrentar un juicio por oponerse a la transición social de su hija, quien fue calificada como “transgénero” por un Cesfam.
A continuación, compartimos la participación de Javier Mena:
Una notificación del juzgado
“Usted tiene que asumir que su hija se murió y que le ha nacido un hijo”.
La frase, dicha por la psicóloga del Cesfam, le heló los huesos a una feriante de una comuna modesta del sur de Santiago. “¡Esto no puede ser! ¡Estamos hablando de una niña de 12 años!”, replicó la mujer desesperada. “¿No será más fácil ayudar a que la niña se conozca y más adelante ver esto?”
Pero sus palabras rebotaron en la terapeuta, que además la derivó a una ONG donde podría conseguir las hormonas.
Había llegado hasta el Cesfam por recomendación del colegio. Unos días antes la directora los había llamado porque su hija estaba con síntomas depresivos y ansiosos porque estaba sufriendo bullying. Sin embargo, la conversación tomó un giro insospechado. Les dijeron que su hija era transgénero.
“Fue una camionada de agua fría”, dice el padre. “Ella jamás había dado alguna señal en ese sentido”, agrega la madre. De regreso en la casa, cuando le preguntaron, dijo: “No me siento ni hombre ni mujer, soy sólo un ser”.
Indagaron más y se enteraron de que en su grupo de amigas, que eran seis, todas usaban nombres masculinos, y que a su hija la habían bautizado como Bayron. Una de ellas incluso estaba en tránsito con bloqueadores de pubertad. Impactado, el padre increpó a la directora. “Nos dijo que estaban obligados a aceptarlo porque son las normas del ministerio de Educación. ¿¡En un colegio del opus dei!? O yo estoy loco o el mundo está girando al revés”, dice.
La llevaron a terapia al Cesfam porque pensaron que le iban a aliviar la depresión y el tema del género se disiparía como otra inseguridad más de la adolescencia. Sin embargo, tras las sesiones Rita llegaba irritable, directo a encerrarse en su pieza.
“Eso me empezó a causar ruido y pedimos una hora para hablar con la sicóloga. Yo, por motivos médicos, no puede ir y fue mi esposo: eso dio pie para que nos demandaran”, cuenta la madre.
El padre relata con su voz gruesa, de volumen alto y hablar golpeado cómo fue esa sesión: “Buenos días, quería saber cómo estás llevando el tema, porque por lo que la Rita me cuenta, tú estás asumiendo que tengo que tratarla como hombre. ‘Acá lo tratamos como el niño se defina’, me dijo. Para mí esto no es normal. Yo soy un hombre de 55 años y hay dos géneros, hombre y mujer, lo demás son inventos. Nació mujer, creció mujer y va a ser mujer hasta el día en que me muera. Para mí es Rita. Mi casa, mis reglas”.
Al mes les llegó una notificación del juzgado de Familia por vulneración de derechos al oponerse a su cambio de identidad de género. En la denuncia la psicóloga del Cesfam agregó: “Se hace necesario que el papá sea sometido a una evaluación de descontrol de impulsos y emociones y a una evaluación de fortalecimiento de habilidades parentales”.
“Lo que la psicóloga en el fondo le dice es: ‘El que está mal es usted’”, dice el abogado Javier Mena de la fundación Comunidad y justicia, que tomó el caso pro bono. “Y además generan la presunción de que es un padre violento, algo que fue desestimado por el tribunal”, indica.
En el juicio el Cesfam pidió que la niña entrara a un programa de apoyo para la identidad de género (Paig). Los abogados plantearon un camino alternativo. Presentaron el caso como el de un cuadro de salud mental delicado que debía debe ser tratado por profesionales idóneos y, después de mostrar informes que cuestionan los tratamientos trans afirmativos, como el que sugería el Cesfam, ofrecieron un plan terapéutico personalizado y de largo plazo con una sicóloga particular de la Fundación Raíz Humana.
El tribunal aceptó y están en la fase de cumplimiento.
“El estado actual de la niña es de mejoría. Fuera celular y redes sociales y la niña es otra persona. Ya no quiere transitar y está feliz. Se salvó”, dice Mena.
La madre cuenta que la cambiaron a un colegio mixto donde hizo nuevos amigos. “Le hablas del tema de identidad y ni se acuerda. Anda con pinches y se compró un brillo labial”, cuenta.
Pero ya no la pueden llevar más a atenderse al Cesfam, o a un hospital público. En su ficha médica quedó registrada como Bayron.
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