En el Día del Trabajador y la Fiesta de San José Obrero, los invitamos a leer la reflexión del Papa San Juan Pablo II, en el Regina Caeli del 01 de mayo de 1983.
1. Hoy, 1 de mayo, se celebra en todo el mundo la «Fiesta del trabajo».
Por tanto quiero dedicar este saludo dominical a todos los trabajadores, para decirles una palabra de felicitación, de solidaridad, de aprecio, de esperanza.
Mediante el trabajo el hombre se procura a sí mismo y a los propios seres queridos el cotidiano y necesario sustento; y, a la vez, da una aportación personal y calificada al progreso científico y técnico de la sociedad y, sobre todo, a la continua elevación ética de toda la humanidad. El trabajo, que representa una característica específica del hombre y una dimensión fundamental de su existencia terrena, entra en el proyecto de Dios que, al crear al hombre a su imagen, le dio el mandato de someter, de dominar la tierra (cf. Gén 1, 28). La Palabra de Dios nos ofrece lo que en mi Encíclica Laborem exercens he llamado el «Evangelio del trabajo», ese anuncio de alegría y salvación que proclama al hombre como fundamento y fin del trabajo.
2. En este día de alegría general quiero dirigir a todos los trabajadores el deseo sincero de que su dignidad, sus derechos fundamentales, su aportación insustituible al progreso de la sociedad, sean siempre y en todas partes reconocidos, salvaguardados, protegidos y respetados; que nunca se utilice el trabajo contra el hombre, sino que se desarrolle, organice y plantee de manera que permita al hombre hacerse «más hombre» y no lo degrade, deteriorando sus fuerzas y menoscabando su dignidad. Hay que actuar de tal modo que mediante el trabajo se multipliquen en la tierra no sólo los frutos de nuestra laboriosidad, sino también la solidaridad, la fraternidad, la libertad. Y quiero recordar hoy a los hermanos y hermanas, que están unidos por la fe en Cristo, todo lo que he escrito en la citada Encíclica: «El cristiano que está en actitud de escucha de la Palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del reino de Dios, al que todos son llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio» (Laborem exercens, 27).
Confío estos deseos a la Virgen Santísima, en este comienzo del mes que la piedad cristiana ha consagrado especialmente a su exaltación y glorificación; los confío a San José, Patrono celestial de los trabajadores, a cuya advocación y dignidad de «Artesano» la Iglesia ha querido dedicar de modo especial la liturgia del 1 de mayo.
Fuente: Vaticano