El avance del proyecto de ley que modifica la ley contra la discriminación (la llamada ‘ley Zamudio’) constituye un botón de muestra de cómo la izquierda se está polarizando, tendiendo a modelos claramente totalitarios; así ocurre también, a su manera, con el proyecto de ley de negacionismo.
A algunos no nos sorprende el doble estándar de ciertas izquierdas duras. Izquierdas que cuando miran a un lado se llenan la boca con discursos pomposos y petulantes sobre el valor de la democracia, el respeto irrestricto por los derechos humanos y, sobre todo, la diversidad, pero que mirando al otro lado son censuradores e intolerantes con visiones distintas, sin mencionar que callen cuando las violaciones a los derechos humanos las cometen quienes suscriben sus doctrinas. Lo que sorprende, sin embargo, es que parlamentarios de izquierdas (supuestamente) moderadas se presten para juegos como este.
El avance del proyecto de ley que modifica la ley contra la discriminación (la llamada ‘ley Zamudio’) constituye un botón de muestra de cómo la izquierda se está polarizando, tendiendo a modelos claramente totalitarios; así ocurre también, a su manera, con el proyecto de ley de negacionismo (a pesar de haberse pulido bastante con la última votación de la Cámara). Muchos podrán tratar de justificar lo injustificable —con un tremendo tinglado armado en servil obediencia a las directrices de organismos internacionales de derechos humanos— pero seguirá siendo evidente el nivel de desproporción e injusticia de tales proyectos. Quizás esto se haga más claro cuando lluevan las multas a las empresas por sus procesos de contratación ‘discriminatorios’ (es decir, que razonablemente tomen en consideración las competencias de los interesados, y no su condición de pertenencia a una ‘categoría sospechosa’), o a algún creyente por ‘discriminar’ al leer respetuosamente en voz alta cierto pasaje de la primera carta de san Pablo a los Corintios (6, 9-10), o cuando ciertos psicólogos queden en la calle por la prohibición de ciertas terapias, o cuando la Paty Maldonado sea imputada por delito de negacionismo al afirmar que es pinochetista (probablemente yo piense distinto de ella, pero ¿a quién en su sano juicio le podría parecer sensata una medida así?).
Algunos creerán que esto es una exageración… ¡ojalá lo fuera! Los países que los promotores de estos proyectos usan como ejemplos constituyen muestras de la injusticia aberrante a que se puede llegar en estos temas (España, Bélgica, Suecia, Francia, entre otros países europeos). Hay casos de condenas a historiadores que han negado el Holocausto, pero sobre todo hay muchos ejemplos en que han caído las penas del infierno sobre pastores o sacerdotes y académicos que se han opuesto a los demás dogmas de lo políticamente correcto.
Democracia, pero solamente para un lado; diversidad, pero sólo para decidir con quién acostarse; derechos humanos, pero solamente entre 1973 y 1990 en Chile. El totalitarismo y la censura de estas iniciativas impiden sanar nuestras heridas como chilenos, callarán a muchos que no se atreverán a decir verdades de las que están convencidos y hará que muchos valientes entre la espada y la pared estén dispuestos a pagar el precio del martirio civil por decir lo que piensan.
Lo más grave, con todo, no es que se callen ciertas opiniones, que se atente contra la libertad de emitir opinión e informar, ni siquiera que se atente contra otros derechos, como la libertad religiosa o la libertad de enseñanza… Lo más grave es que, si seguimos así, el odio que se consume a sí mismo será cada vez más insaciable, que la misma luz de la verdad será oscurecida y que la censura llevará a la libertad de muchos a perder definitivamente su orientación hacia el bien.