Les dejamos a continuación el análisis que nuestro investigador, Ignacio Suazo, preparó sobre esta Encílica de San Juan XXIII para el primer número de nuestro boletín formativo, Veritas et Bona. Pueden suscribirse a esta nueva iniciativa de Comunidad y Justiciaaquí.
El año 1961, el entonces Papa, Juan XXIII, promulgó una encíclica poco antes de la inauguración del Concilio Vaticano II (CVII). Tal vez por eso, este documento papal no tuvo la difusión ni el impacto que han tenido otros documentos magisteriales. Sin embargo, como veremos, se trata de un texto de enorme riqueza.
En este documento se pueden distinguir dos partes: una en que intenta sistematizar los principales puntos de las encíclicas sociales anteriores y otro en que responde a los principales desafíos contemporáneos.
El Papa Juan XXIII identifica al menos cinco ideas presentes en las encíclicas de sus predecesores:
1) La economía requiere de una oportuna intervención estatal, en aras de la justicia y basada en el principio de subsidiariedad (51-58).
2) la importancia del bien común en tiempos de una creciente interdependencia planetaria (59-67).
3) La estimación del salario debe considerar criterios de justicia: este debe dar lo suficiente para una vida digna (73-77; 82-84), debe ayudar a generar una cierta igualdad dentro de los países (78-79) y en el orden internacional (80-81).
4) Se debe aspirar a que los trabajadores tengan una participación en la empresa (91-96) y colaboren con el empresariado y la actividad económica en asociaciones, como sindicatos (97-103).
5) La propiedad privada nace de la misma naturaleza humana, por lo cual la Iglesia defiende el derecho a poseerla (109-112). Justamente por su importancia, es fundamental permitir que la mayor cantidad de personas posibles puedan poseer algún patrimonio (113-115). Lo anterior no impide que el Estado pueda poseer y administrar propiedades, si es lo mejor para el bien común (116-118). No se debe olvidar que la propiedad tiene una función social: aquellos que tienen, deben compartir sus bienes con aquellos más desfavorecidos (119-121).
En la segunda parte, el Papa destaca tres temas contemporáneos: la importancia de revalorizar el mundo agrícola (123-156), la solidaridad como respuesta a la desigualdad entre países ricos y pobres (157-184), el llamado problema de “desnivel entre la población y los medios de subsistencia” (185- 199) y los desafíos de una mayor colaboración en el plano mundial (200-211).
Como punto de fondo a estos tres temas, la encíclica recuerda el rol que juega la religión en general y la Iglesia en particular en el desarrollo. El llamado “Papa bueno” indica enfáticamente que el sentido religioso es natural al hombre y no habrá paz ni justicia sin la religión (214-217). En esa línea, el documento hace una profética advertencia: un exacerbado desarrollo técnico, unido a un pobre desarrollo espiritual, lleva a un debilitamiento del sentido de dignidad humana (242-247).
Juan XXII advierte de otra vulneración a la dignidad humana: la santificación de las fiestas. El Papa señala la importancia de que las personas dejen el primer día de la semana para dedicar tiempo al descanso y al cultivo de los bienes espirituales. (248-253).
Si el progreso sin Dios produce distorsiones, el trabajo en el mundo, cuando está arraigado a la Gracia, es más fecundo: “Así el trabajo humano se eleva y ennoblece de tal manera que conduce a la perfección espiritual al hombre que lo realiza y, al mismo tiempo, puede contribuir a extender a los demás los frutos de la redención cristiana y propagarlos por todas partes” (259).
“Mater et Magistra” fue escrita hace casi 49 años. Sin duda, muchas cosas han cambiado. Sin embargo, hay aspectos de este documento que no dejan de interpelar. En primer lugar, en como hace frente al miedo neo-malthusiano; al temor que el desarrollo económico no sea suficiente para sostener a la creciente población. Parecen ser miedos de otra época, pero lo cierto es que los llamados derechos sexuales y reproductivos (que se traducen en acceso universal a anticonceptivos y aborto a demanda) se hacen eco a esta inquietud. La Iglesia responde afirmando la importancia de la familia y el matrimonio, al tiempo que recuerda que Dios da todo lo necesario para que sus hijos vivan dignamente. Si esto no ocurre, es justamente por habernos alejado del recto uso de estas cosas (199).
Otro aspecto que resulta interpelador es la advertencia sobre el peligro de un desarrollo técnico sin Dios. Probablemente ni el mismo Juan XXIII imaginó en que devendría esto y hasta qué punto se puede negar la naturaleza humana: clínicas especializadas en abortos, refinadas técnicas eutanásicas, desarrollo de tratamientos de reasignación de género, criopreservación de embriones humanos, etc. No puede pasar desapercibida la conexión que el Papa del CVII hace entre la ciencia y la defensa del tercer mandamiento. Puede ser una buena pista para hacer frente a la avalancha secularizadora en la que ya nos encontramos envueltos. Puede ser incluso, una buena clave en una mejor comprensión de la libertad religiosa hoy.
Estos aspectos nos recuerdan lo siempre actual que resulta ser la DSI. Por tratarse de principios perennes, siempre tendrán algo que decirnos sobre la realidad humana.
Destaca, además, una segunda faceta: la armonía que existe entre la moral social y la individual. En boca de muchos, es como si la Iglesia debiera optar entre la opción preferente por los más pobres y una vivencia tradicional de la sexualidad. No es esto lo que ocurre en “Mater et Magistra”. Los temas más relevantes de la encíclica sin duda son los sociales: el salario, la desigualdad entre países ricos y pobres, etc. No obstante, existe una suerte de marco que permite ordenar ese desarrollo correctamente: la primacía de los bienes espirituales, la importancia del matrimonio y la santidad de la vida, por nombrar los principales.
Desconocer este orden natural y objetivo, conlleva un crecimiento desordenado. Más aún, inhibe el desarrollo: como se advierte entre los párrafos 203 y 205, la interdependencia entre los pueblos y las personas no ha sido mayor en parte por la desconfianza que existe entre países y entre personas ¿Cuáles son las causas de esta desconfianza? En último término, el desconocimiento de un orden moral objetivo, de modo que el concepto de “justicia” se ve relativizado. Sin ética, se debilitan los vínculos. Sin vínculos, se ve socavado el desarrollo. Quienes pagan estas consecuencias son, por supuesto, los más pobres.
En resumen, “Mater et Magistra” es una encíclica que vale la pena leer. Sintetiza el magisterio anterior en unos pocos puntos prácticos y visualiza de forma general, pero increíblemente certera, el mundo post CVII. Sin duda, un gran texto para aproximarse a la DSI.