Les dejamos a continuación la columna publicada este martes 20 de octubre por El Líbero, del miembro de nuestro directorio, Cristóbal Aguilera
En una nota publicada en La Tercera se informa un posible giro del gobierno respecto del proyecto de matrimonio homosexual. Hasta ahora, el argumento que se había esgrimido desde La Moneda era que esta iniciativa no formaba parte del programa de gobierno. Ahora, sin embargo, el vocero Bellolio declaró que «es una materia sobre la cual el gobierno aún no toma una posición», dando a entender que el gobierno podría respaldarlo. Si esto ocurriera, la verdad, no deberíamos sorprendernos.
A la hora de enfrentar este tipo de temas, Sebastián Piñera ha dejado en claro durante toda su carrera política su permanente ambigüedad. Es más, basta revisar someramente cuáles han sido sus decisiones para comprobar sus posturas abiertamente progresistas, en muchos casos contrariando sus propias declaraciones previas sobre los mismos asuntos. Después de todo, fue Piñera el que impulsó y promulgó la ley antidiscriminación, quien presentó el proyecto de Acuerdo de Unión Civil, el que incluso promovió el uso y la distribución de la píldora del día después a sabiendas de su potencial efecto abortivo. Fue Piñera el que, al asumir por segunda vez el gobierno, respaldó y promulgó el proyecto de identidad de género –incluyendo a los niños–, y el que decretó –contra el ideario de su sector– que las instituciones de salud de inspiración cristiana que hubieran celebrado convenios con el Estado estaban obligadas a realizar abortos (lo que, tiempo después, acertada y afortunadamente el Tribunal Constitucional declaró contrario a la Constitución). Piñera es también el Presidente de un gobierno que, a pesar de declararse abiertamente contrario al aborto durante la campaña electoral, no ha hecho absolutamente nada ni por apoyar a las mujeres con embarazos vulnerables, ni para intentar frenar esto que él mismo cataloga como un homicidio contra niños inocentes. En vez de eso, abrió la puerta para la crioconservación y el descongelamiento de embriones.
Todas esas acciones y omisiones de Piñera han tenido lugar a vista y paciencia de una derecha conservadora –o como quiera llamársele–, que le ha aguantado demasiadas cosas al Presidente. Cosas que son fundamentales, sin las cuales es imposible pensar un verdadero desarrollo. Habrá que preguntarse si aún existe un ala conservadora en este sentido. En efecto, con el pasar del tiempo gran parte de este sector se ha ido sumando a la moda de creer que las cuestiones «valóricas» son temas meramente «de conciencia» (por ejemplo, en 2014 el presidente de la UDI declaró que «el matrimonio homosexual no es un tema de principios»). Cuestiones importantes (tal vez), pero no decisivas. Una derecha que, en el fondo, piensa que el país de todos modos puede andar bien, puede «progresar», a pesar de que la noción legal de matrimonio se haya desintegrado o que el aborto se haya normalizado.
“Habrá que preguntarse si aún existe [en la derecha] un ala conservadora (…). En efecto, con el pasar del tiempo gran parte de este sector se ha ido sumando a la moda de creer que las cuestiones «valóricas» son temas meramente «de conciencia» (…). Cuestiones importantes (tal vez), pero no decisivas.»
El futuro, en todo caso, no parece muy alentador. Todo indica que buena parte de la derecha que emergerá luego de que se resuelva el problema constitucional no tendrá una postura clara sobre estas cuestiones fundamentales o, si llegara a tenerla, será derechamente progresista. No hay que olvidar que el candidato casi indiscutido de la derecha (el de los matinales) es igualmente ambiguo (o más). Así las cosas, los políticos de derecha que sí creen que estos temas son decisivos para el destino de nuestro país, como algunos senadores y diputados, algunos ministros y subsecretarios, deberían pensar seriamente qué hacer. Quizás ya sea tiempo de que se produzca un quiebre en la derecha, y que se abandone definitivamente la lógica del «mal menor» (cuya ineficacia se ha comprobado hasta el cansancio). Se trata de la lógica que llevó a muchos a depositar cierta confianza en Piñera (y que ahora lleva a otros a pensar en apoyar a Lavín); confianza que el Presidente ha defraudado cada vez que ha tenido la oportunidad de hacerlo.
Esto no siempre fue así. La derecha que hizo política desde la oposición al segundo gobierno de Michelle Bachelet fue diferente en este sentido. Enfrentó de modo casi unánime el aborto y el proyecto de identidad de género. Se opuso muy fuertemente a las iniciativas que atentaban contra la libertad de enseñanza y que deterioraban la sociedad civil. Fue una derecha que se preocupó, en alguna medida, de las convicciones y de los principios. Se escribieron libros y manifiestos al respecto. ¿Qué hizo que todo esto de pronto se esfumara? Todo indica que Piñera silenció estos esfuerzos una vez que llegó a la presidencia. Los acalló, pues su gobierno es un gobierno que carece, precisamente, de convicciones. Si por un momento –breve, pero importante– lo que pareció unir a la derecha fueron los principios, todo esto fue olvidado, porque con Piñera al mando lo que verdaderamente une es el poder.
Es difícil pensar en un gobierno tan carente de convicciones como el actual. Un gobierno cuyo líder nunca llegó a comprender lo que significa gobernar un país, ni lo que significa ejercer la autoridad. Que se rindió frente al clamor de las encuestas, y que olvidó a poco andar todas las promesas para con sus electores. Irónicamente, desde que Piñera asumió su mandato, muchos entusiastas decían que la derecha debería preocuparse desde ya de la próxima elección presidencial: les parecía que para que Chile tuviera «tiempos mejores» no bastaba un solo período. La pregunta que, sin embargo, nadie lograba responder –ya se ven las razones–, era para qué diablos querían gobernar.
El silencio frente a esa pregunta fundamental debió hacernos ver lo que hoy a muchos nos parece obvio: es preferible una derecha con convicciones en la oposición, que una derecha sin ningún norte en el poder. Lo segundo es lo que hemos sufrido desde marzo de 2018. A fin de cuentas, en muchos aspectos de máxima relevancia, el gobierno de Piñera ha terminado por ser un mero administrador de las políticas e iniciativas que dejó sembradas la expresidenta Bachelet. Si finalmente llegara a promover el proyecto de matrimonio homosexual, solo se confirmaría esta tendencia. Cada día puede ser peor.