Les dejamos a continuación la columna de nuestro director, Cristóbal Aguilera, publicada por El Líbero este jueves 20 de agosto. Una excelen te reflexión que nos invita a pensar cuales son los ideales que nos mueven y deberían movernos.
Vivimos en una época de ideales mediocres. Esto se debe, entre otras cosas, a que la antropología que tenemos más a la mano empobrece al hombre. ¿Cuál es nuestro horizonte último? La respuesta dominante es poco menos que pasarlo bien. La política ha hecho perfecto eco de este empobrecimiento con un discurso que apunta fundamentalmente al bienestar. Lo importante es evitar, en lo posible, el sufrimiento y maximizar el placer, lo que se traduce en el predominio de la propia subjetividad por sobre cualquier otra consideración. «¡Haz lo que quieras!» parece ser el grito que condensa nuestro más alto ideal. La pregunta, sin embargo, sigue interpelándonos desde los griegos: ¿qué es realmente lo que queremos?
Es un dato de la causa el que los jóvenes no tienen aspiraciones elevadas. Frente a la pregunta de qué quieres hacer en la vida, las respuestas más usuales son el silencio o el dinero. Cualquier profesor universitario puede comprobarlo fácilmente. ¿Tiene alguna importancia este tedio existencial? La respuesta no es unívoca. No hay acuerdo sobre cómo enfrentar a esta generación sumida en el hastío y la frustración. Como loros insensatos,
muchos repiten que lo importante es que hagan y sigan haciendo lo que quieran, como si este entusiasta mensaje pudiera dejar conformes a quienes no saben qué diablos quieren en realidad ni qué significa querer verdaderamente algo.
Pero no todo es así de difuso, pues quienes no saben lo que quieren, al parecer, advierten con mucha claridad lo que debe ser aborrecido. La indignación también ha capturado a nuestra juventud. Les violentan las injusticias. Esto tiene su virtud: detrás de la indignación, siempre hay un bien que ha de ser querido. El problema, sin embargo, es que las indignaciones también son, en su mayoría, mediocres. Por decirlo de algún modo, no hay una prioridad razonable en aquello que nos escandaliza. La indignación y el escándalo son coherentes con nuestros pobres ideales. Nos indigna que un número enorme de padres no pague la pensión de alimentos, pero no nos incomoda la progresiva desintegración de la familia que tiene entre sus factores el que los padres no vivan con sus hijos. Hay un intenso reclamo en contra de que el Estado se involucre muy fuertemente en la educación de los hijos, cuando el problema más importante (y anterior) es que haya padres que deliberadamente abandonen este deber fundamental.
«La indignación también ha capturado a nuestra juventud. Les violentan las injusticias. Esto tiene su virtud: detrás de la indignación, siempre hay un bien que ha de ser querido. El problema, sin embargo, es que las indignaciones también son, en su mayoría, mediocres. Por decirlo de algún modo, no hay una prioridad razonable en aquello que nos escandaliza.»
Los dos ejemplos que he puesto son sobre la familia. No es casual. La familia es un ideal socialmente deteriorado, lo que resulta sumamente preocupante porque, sin él, todo otro ideal se desvanece. Es en la familia donde aprendemos qué es aquello que verdaderamente queremos y cómo debemos quererlo. La familia es el refugio en donde experimentamos que la vida tiene un horizonte que parece eterno y que nos proporciona un gozo y una paz que, aunque no exenta de sufrimiento, nos realiza. En definitiva, como decía Chesterton, es la familia el lugar donde la libertad verdaderamente florece.
Cristóbal Aguilera Medina