A 131 años de la revolucionaria encíclica de León XIII, Rerum novarum ―”De las cosas nuevas”― Vicente Hargous, abogado del Área de investigación de Comunidad y Justicia, nos invita a reflexionar por qué su mensaje se mantiene vigente.
Hace 131 años fue publicada la revolucionaria encíclica de León XIII, Rerum novarum ―”De las cosas nuevas”―, con la que comenzó el empeño del Magisterio de la Iglesia por consolidar un cuerpo de doctrina que pueda responder de manera robusta a los cambios planteados por el surgimiento de las sociedades capitalistas. Contra lo que a primera vista podría pensarse, la voz de un Papa de hace más de un siglo mantiene plena vigencia. Y es que nuestra fe nos enseña que el Magisterio de la Iglesia está iluminado por el Espíritu Santo, y no en vano el Papa es llamado con veneración filial “el vicecristo en la tierra”: “Y dijo el que se sentaba en el trono: «he aquí que Yo hago nuevas todas las cosas»” (Apoc. 21, 5).
Vivimos en un mundo frenético, cambiante, acelerado, dominado por la novedad. Y sin embargo, lo único realmente nuevo sigue siendo la Buena Nueva que nos trajo un carpintero de hace 2000 años: “el mensaje del Evangelio y de la imagen cristiana de Dios corrigen la Filosofía y nos hacen ver que el amor es superior al puro pensar. El pensar absoluto es un amor, no una idea insensible, sino creadora, porque es amor” (Ratzinger, Introducción al cristianismo).
Por supuesto, ha corrido mucha agua debajo del puente desde 1891. El capitalismo industrial de esos años ―marcado por esa miseria a lo Dickens― ha sido reemplazado por un capitalismo financiero marcado en lo moral por el individualismo, en lo social por ser una sociedad líquida y en lo religioso por ser cada vez más relativista. Pero el aspecto central tratado en la encíclica Rerum novarum se ha mantenido intacto: la separación económica entre capital y trabajo, con todas sus consecuencias sociales y morales. Y la crítica a esa separación sigue plenamente vigente.
No faltan católicos que creen que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en la materia cambió; que las tesis de Pío XI en Quadragesimo anno (publicada con ocasión del 40° aniversario de Rerum Novarum) y de León XIII quedaron sepultadas con la publicación de Centesimus annus de san Juan Pablo II, que habría legitimado el capitalismo. Se quedan solamente con un párrafo de esta encíclica y omiten todo el resto del Magisterio social, que debería leerse como un todo orgánico. En efecto, San Juan Pablo II introdujo una precisión ―para evitar desviaciones marxistas que de hecho se produjeron al interior de la Iglesia―, reconociendo “el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía” (San Juan Pablo II, Centesimus annus, 42), pero sin caer por eso en una defensa ideológica de la esencia del capitalismo ―atacada justamente por León XIII en Rerum Novarum―, que es la separación tajante entre el trabajo y el capital, así como otros elementos que son igualmente nocivos: la búsqueda desenfrenada de riqueza (que no es sino codicia disfrazada), la sobreexplotación de recursos naturales, el desprecio (en el sentido económico y moral de la palabra) de la tarea del trabajador manual, la justificación sistemática de la usura, la sobreproducción y el consumismo de cosas superfluas… Sí, sigue plenamente vigente la DSI, plenamente novedosa: como un cuerpo orgánico y no como un cadáver, pero sigue siendo una y la misma que hace 131 años.
Por supuesto, Centesimus annus forma igualmente parte del Magisterio social, y debe leerse, pero la comprensión de la DSI exige una visión de la totalidad desde la cual se debe leer cada encíclica, para así comprender mejor aún la totalidad del Magisterio social. Desde el todo a la parte y desde la parte al todo, en un círculo de comprensión que no puede prescindir de la tradición iniciada por León XIII.