Existe una deuda con las iglesias cristianas. Uno de los símbolos del estallido social del 18-O fue la quema de iglesias. De acuerdo con el Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2021, elaborado por Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN), sólo entre octubre de 2019 y octubre de 2020 se cometieron en Chile actos vandálicos y daños en 59 iglesias de todo el país.
El 27 de octubre de 2019 la catedral de Valparaíso fue objeto de ataques e intentos de prenderle fuego y el 12 de noviembre la iglesia de La Veracruz fue incendiada. El 3 de enero de 2020 la iglesia San Francisco de Borja, ocupada para las ceremonias religiosas de Carabineros, fue blanco de bombas molotov que terminaron por quemar más del 60% de la infraestructura. Famoso fue el video del derrumbe de la cúpula de la iglesia de la Asunción con ocasión del primer aniversario de la revolucionara fecha.
Pero la obsesión por destruir y vandalizar los templos cristianos ocurre hace muchísimos años y no se detuvo luego del 18-O. De acuerdo con los registros del Barómetro de Conflictos con Connotación Indígena de la Multigremial de La Araucanía, entre 2015 y 2018, hubo más de 40 lugares de culto incendiados intencionalmente. Los ataques contra las iglesias continuaron luego de 2020, pero no existe un recuento oficial actualizado, y, sin embargo, las noticias sobre quemas y vandalismo de iglesias se cuentan por decenas.
En mayo de este año, dos noticias traen esperanza y justicia. La primera es el comienzo del diseño de la restauración de la iglesia de La Veracruz, gracias al trabajo conjunto del Arzobispado de Santiago y un grupo de fieles (Fundación Veracruz). La permisología, de la que se ha hablado en el último tiempo, también afecta la libertad religiosa, pues el atraso en el inicio de la reconstrucción se debe a la demora del Consejo de Monumentos Nacionales en entregar los permisos finales.
La segunda noticia fue que el Cuarto Tribunal Oral de Santiago declaró culpable al acusado (prófugo por dos años) por el delito de incendio, al arrojar líquido acelerante e intentar prender fuego a la iglesia San Francisco de Borja, así como lanzar bombas incendiarias a Carabineros, y cuya sentencia y pena se conocerá este miércoles. La justicia toma su tiempo, pero llega.
Existe una deuda con las iglesias cristianas. Durante demasiados años el país ha sido testigo de la destrucción de los lugares que manifiestan parte de nuestra identidad y cultura occidental y chilena. Pero no podemos dejar que sigan carbonizadas, grafiteadas y olvidadas.
Las iglesias son lugares de oración, conversión y encuentro con Dios, instituciones permanentes de nuestra historia e infaltables en la construcción urbana de cualquier ciudad o pueblo chileno. Desde la humilde capilla rural a la grandiosa catedral citadina, se trata de lugares sagrados. No son lugares corrientes, sino especiales, en los que se realizan aquellas acciones sagradas que vinculan con lo divino. Así, es su finalidad la que revela la especial consideración con la que deben ser cuidadas, y por lo mismo, el dolor que provoca su sacrilegio al ser vandalizadas, quemadas o rayadas no es sólo por el daño material provocado, sino que daña el bien común y desalienta las almas de los creyentes.
Las autoridades eclesiásticas, los chilenos y el Estado pueden (y deben) avanzar en un camino de restauración de las iglesias de Chile, pero no sólo una restauración material, sino también espiritual. Ellas también son, en cierto modo, parte del alma de Chile.