La tarde del 1 de abril de 1987, el Papa San Juan Pablo II aterrizó en Chile y comenzó su visita de seis días. Su recorrido incluyó visitas a universidades, cárceles, instituciones políticas e internacionales. Tuvo palabras para los pobladores de La Bandera, los jóvenes, la familia, los enfermos del Hogar de Cristo, los académicos, los pescadores, los trabajadores, los mapuches y campesinos y los presos. Se dirigió a los chilenos, desde el Norte Grande a la Zona Austral. Coronó la imagen de Nuestra Señora del Carmen y beatificó a Teresa de los Andes.
Sin duda, muchos de los eventos de la única visita de Juan Pablo II a Chile fueron muy significativos, pero, de todos ellos, quizás sus palabras en el Estadio Nacional sean las que resuenan con más fuerza en nuestros días.
Los jóvenes de esa época probablemente tenían entre 15 a 30 años, es decir, que actualmente deben tener entre 50 a 70 años. ¿Caló en ellos el mensaje del Santo Padre? ¿Contribuyeron a construir un Chile más humano, más fraterno, más cristiano (…) una nueva civilización de la verdad y del amor, anclada en los valores propios del Evangelio y principalmente en el precepto de la caridad; el precepto que es el más divino y el más humano? ¿O fueron asfixiados por los comportamientos y presiones que vienen de la secularización? ¿O perdieron el sentido de Dios, única vía para vencer el mal con el bien y de apostar siempre por la gracia, por la vida, contra el pecado, contra la muerte? La advertencia que nos dejó fue inequívoca: El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre.
El viento no se ha llevado sus palabras. Hayan o no sido oídas y vividas por los jóvenes chilenos de esa generación, para cualquier veinteañero del Chile de hoy que las lea o escuche por primera vez o que vea el impactante video de su discurso, removerán su conciencia y descubrirán sin duda defectos, anhelos de bien no satisfechos, pecados, pero igualmente veréis que duermen en vuestra intimidad fuerzas no actuadas, virtudes no suficientemente ejercitadas, capacidades de reacción no agotadas. ¡Cuántas energías hay como escondidas en el alma de un joven o de una joven! ¡Cuántas aspiraciones justas y profundos anhelos que es necesario despertar, sacar a la luz!
A cuantos cristianos desencantados con la imparable ola hedonista, consumista, progresista y atea que azota nuestras leyes, escuelas, instituciones políticas y lugares de trabajo, les traería consuelo y esperanza escuchar que el Papa polaco les dice: Joven, levántate, ten fe en la paz, tarea ardua, tarea de todos. No caigas en la apatía frente a lo que parece imposible. En ti se agitan las semillas de la vida para el Chile del mañana. El futuro de la justicia, el futuro de la paz pasa por tus manos y surge desde lo profundo de tu corazón. Sé protagonista en la construcción de una nueva convivencia de una sociedad más justa, sana y fraterna.
En un Chile, y un mundo, que ofrece, inútilmente, libros de autoayuda barata ante dolencias que, muchas veces, son más morales que psicológicas, de un paganismo disfrazado de ecologismo y animalismo desquiciado; de una cultura y economía liberal insoportable en su egoísmo e indiferencia con los más desposeídos y endeudados; en fin, en un Chile sumido en acumuladas crisis de todo orden y clase, reflejado en la ausencia de Dios en el espacio público, en la destrucción de las bases de la sociedad y de la civilización cristiana, el mensaje que Juan Pablo II quiso transmitir, sin titubeos, a los jóvenes chilenos resuena en el Chile del 2024:
No tengáis miedo, ¡de mirarlo a Él!… Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en Él el rostro mismo de Dios. Jesús es la Palabra que Dios tenía que decir al mundo. Es Dios mismo que ha venido a compartir nuestra existencia de cada uno. Al contacto de Jesús despunta la vida. Lejos de Él sólo hay oscuridad y muerte. Vosotros tenéis sed de vida. ¡De vida eterna! ¡De vida eterna! Buscadla y halladla en quien no sólo da la vida, sino en quien es la Vida misma. … ¡Buscad a Cristo! ¡Mirad a Cristo! ¡Vivid en Cristo!