Roberto Astaburuaga: “Por fin, el último 8M”

Este sábado 8 de marzo, nuevamente, se abrirán las grandes alamedas para que pase la mujer feminista libre… encapuchada y octubrista. Por cierto que las organizaciones feministas no han dicho que sea el último 8M, pero la verdad es que ya le queda poco de vida a una fecha caracterizada por la violencia contra las instituciones patriarcales y la consigna barata. Como sea, varios factores han contribuido al fracaso e irrelevancia del feminismo.

Un primer factor podría ser la banalización de la fecha. De una marea morada destructora y vociferante, ha pasado a ser un evento social, frívolo y competitivo por la foto en Instagram y la declaración de rigor en Twitter. Basta ver cómo el metro se llena de niñas ultra maquilladas del barrio alto, más interesadas en las pinturas que en derrotar al patriarcado.

Todo esto, acompañado de una buena dosis de bailes, canciones y performances, que, por supuesto, es la razón esencial de la reducción absoluta de los asesinatos de mujeres. Como fenómeno mundial, no sorprende la cantidad de videos que hay, en donde las manifestantes no entienden por qué marchan, ni pueden explicar lo que exigen, ni mucho menos son capaces de responder la pregunta ¿qué es una mujer? 

El hastío y oportunismo político es un segundo elemento. La izquierda, poco a poco, va entendiendo que el gustito identitario les salió muy caro, y la derrota histórica en la Convención Constitucional es el mejor ejemplo. Si la izquierda se farreó la oportunidad más grande que habían tenido en su historia, fue gracias a los movimientos identitarios, principalmente por el matrimonio entre feminismo e indigenismo.

La candidata presidencial del oficialismo, Carolina Tohá, lo adelantó la semana pasada, criticando el desprecio y abandono de los trabajadores por privilegiar los grupos pequeños y las temáticas particulares. Los corcoveos de la izquierda por sacarse el yugo identitario ya comenzaron, y si bien Natalia Pergientilli pagó el precio de llamarlos monos peludos, pronto más voces se unirán y los cambios, programáticos y políticos, que dejarán a las feministas y al feminismo fuera de la ecuación ya aparecerán.

Como es obvio, el feminismo es un movimiento político de izquierda, que representa, si es que, a las mujeres de izquierda. La imposición de arrogarse y atribuirse que representan a todas las mujeres es, irónicamente, patriarcal. Pero no le pidamos coherencia a la ideología: no se puede dar lo que no se tiene. Como sea, este oportunismo político se manifiesta muy claramente en esos silencios que incomodan cuando el violador, el abusador, el golpeador viene de sus filas. Manuel Monsalve, Alberto Fernández, Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero son la mejor muestra de esta hipócrita preocupación. Mágicamente, se vuelven sordomudas.

Y el tercero, es la traición del Gobierno. Si la calle es el escenario que a la izquierda le acomoda para lograr cambios (“transformaciones”), el Ejecutivo de Boric la ha tenido bien fácil con las feministas. Con la creación de puestos de trabajo en el aparato estatal (ej.: oficinas de género en todas y cada una de las reparticiones públicas) hasta la realización de estudios sobre el enfoque de género en las luminarias, las caletas pesqueras y cuanta tontera frívola se les ocurre, no hay tiempo para marchar.

El silencio feminista tiene un precio, y el Gobierno (históricamente feminista) sabe pagarlo generosamente, a cambio de no molestar, porque ninguna de sus demandas históricas haya avanzado. Por supuesto, culpar al surgimiento de la extrema derecha es más fácil. Obviamente tienen que dar la impresión de estar muy enojadas y que Boric fue la elección del “mal menor” o que no tenían ninguna expectativa sobre su trabajo. 

Así, por diferentes razones, el feminismo es un “movimiento social” que va a la baja. Poca credibilidad le queda, y su erróneo diagnóstico se manifiesta en los números rojos de sus inútiles soluciones. Puede que en los próximos años el 8M siga convocando, pero, amiga, los chilenos no te creen.

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