La Encíclica “Veritatis Splendor” fue publicada en 1993 para contrarrestar el auge de ciertas teologías morales que cuestionaban la base objetiva de la moral, provocando así graves distorsiones en temas tan importantes como la libertad humana, la conciencia individual o la autonomía de la esfera secular. Este mensaje resulta oportuno para reflexionar sobre el reciente debate respecto al rol de los católicos en la vida política, a raíz de un controvertido libro escrito por un ex Senador de la República. Recordemos que, en ese texto, el autor argumenta por qué su apoyo a proyectos en temas como la despenalización del aborto o la legalización del divorcio no sería problemático desde la moral católica. Para ello se apoya en tres puntos:
– La “apertura al mundo” de la Iglesia luego del Concilio Vaticano II. Con el reconocimiento de la autonomía del plano temporal respecto al sobrenatural, la Iglesia habría tenido un cambio de actitud con respecto al mundo: ya no de condena (como habría sido el Concilio de Trento), sino de diálogo y apertura.
– El surgimiento de la libertad religiosa de la mano del documento “Dignitatis Humanae” del mismo Concilio. Así, la Iglesia habría dado un giro, cambiando el fundamento de la verdad: ya no serían dogmas abstractos, sino la dignidad de todos los seres humanos. Esto le daría una nueva centralidad a la libertad religiosa.
– La emergencia de la conciencia individual como viga maestra de la deliberación política. El discernimiento en conciencia y de cara a Dios sería sagrado, pudiendo excluir incluso a la autoridad eclesiástica.
Se trata, por lo demás, de argumentos que de una u otra forma, suelen escucharse en la calle, en el debate público e incluso en ambientes católicos. Lo interesante es que esta Encíclica hace referencia a los tres argumentos señalados de forma directa. Veamos qué dice Veritatis Splendor al respecto:
– “El Concilio, no obstante, llama la atención ante un falso concepto de autonomía de las realidades terrenas: el que considera que «las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador». De cara al hombre, semejante concepto de autonomía produce efectos particularmente perjudiciales, asumiendo en última instancia un carácter ateo: «Pues sin el Creador la criatura se diluye… Además, por el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida»” (Párr. 39). Dicho de otra forma, si bien “las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente” (Párr. 38) estas siempre son un reflejo de las normas y principios fijados por Dios, los cuales deben ser respetados.
Por lo demás, así como el Conclilio de Trento condenó el Humanismo Renacentista, el Papa Juan Pablo II no vacila en este documento en denunciar los abusos que muchas veces cometen las ciencias sociales. Estas, por un lado, cuestionan la libertad humana haciendo demasiado énfasis en los aspectos condicionantes de ésta. Por el otro, ciencias como la Antropología suelen negar la existencia de una Verdad al destacar la pluralidad de culturas y prácticas sociales que conviven en el mundo. Tampoco duda en denunciar a la filosofía cuando sostiene que la libertad es el fundamento último de la moralidad (Párr. 33).
– Respecto a la libertad religiosa, San Juan Pablo II concede que existe una mayor conciencia de su valor. Dice la Encíclica: “«Los hombres de nuestro tiempo tienen una conciencia cada vez mayor de la dignidad de la persona humana», como constataba ya la declaración conciliar Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa. De ahí la reivindicación de la posibilidad de que los hombres «actúen según su propio criterio y hagan uso de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber». En concreto, el derecho a la libertad religiosa y al respeto de la conciencia en su camino hacia la verdad es sentido cada vez más como fundamento de los derechos de la persona, considerados en su conjunto” (Párr. 31). No obstante, “en algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas” (Párr. 32). En otras palabras, la libertad religiosa también puede verse despojada de lo que le es más propio: la búsqueda sincera y apasionada por la verdad última de nuestra existencia, que no es otra que Dios. Sin ese componente, la libertad religiosa se convierte en una convivencia aséptica de creencias subjetivas, incapaces de incomodarse mutuamente, recibir las exigencias de la razón, buscar la unidad en la verdad y darle alma al mundo moderno.
– Sobre la conciencia, la Encíclica nos recuerda que “al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral” (Párr. 32). Por el contrario, no se puede “teorizar una completa autonomía de la razón en el ámbito de las normas morales relativas al recto ordenamiento de la vida en este mundo” (Párr 36).
En resumen, Veritatis Splendor nos advierte sobre las erradas interpretaciones que se pueden hacer del Concilio Vaticano II cuando olvidamos el papel central que juega la Verdad en la moral católica. Son interpretaciones que, como hemos visto, siguen teniendo importante arraigo entre católicos, muchas veces (como es el caso) con altas responsabilidades en el ámbito público.
Reconocer lo anterior no debiera abrumarnos. Más bien debiera generar un doble movimiento: primero de agradecimiento, pues la sola existencia de Veritatis Splendor nos recuerda que a lo largo de la historia de la Iglesia, no han faltado pastores valientes que no temen hacer denuncias proféticas, tan incómodas como necesarias. Y, segundo, de responsabilidad, pues si creemos en los argumentos aquí esgrimidos, respaldados con audacia por la autoridad papal, ¿no debiéramos nosotros hacer otro tanto? El mundo y la Iglesia lo necesitan.
La Encíclica «Veritatis Splendor» es una reafirmación de las verdades absolutas, es decir lo que es el «ORDEN NATURAL» frente al relativismo subversivo para el cual «vale todo» como en la democracia partidocrática. El relativismo ese sabio poeta porteño: Enrique Santos Discepolo lo definió tal cual es en la letra del tango «CAMBALACHE», uno de cuyos párrafo expresa:
«Todo es igual, nada es mejor,
lo mismo un burro, que un gran profesor.
No hay aplazados ni escalafón,
los inmorales nos han igualado.»
Creo que ese tango lo dice todo.