Una tesis “dedicada a los niños y niñas de deseo inquieto, para que puedan tocarse y ser tocados sin miedo ni culpa”; una tesis que legitima textualmente la pederastia previo consentimiento del menor; una tesis que propone la legitimidad de una “defensa pedófila”; una tesis, en fin, blandamente condenada por la Facultad que previamente la había aprobado, con la excusa de ser una investigación “de corte puramente teórico” (sin perjuicio de las condenas posteriores).
El progresismo es inevitablemente hipócrita, porque es inconsistente. Igual que con la pornografía antes del feminismo: hace menos de una década era socialmente aceptable la cosificación de la mujer en la publicidad, en la televisión y en la pornografía. Pero promover una idea hedonista de la sexualidad lleva a cosificar a las personas… Y los mismos argumentos que antes se usaban desde las filas conservadoras hoy son esgrimidos por las feministas.
Los progresistas van como veletas a merced de la moda woke del momento. Siempre del lado de la revolución sexual, hasta que se abre algún flanco que revela las contradicciones internas de su pensamiento. Lo que Pablo Ortúzar llamó woketubrismo fue lo que causó una escandalosa manifestación contra la “dictadura sexual” afuera de la UC en octubre de 2019, y varias más, como el cierre de campaña del Apruebo. Así también ha habido múltiples hechos de “pornoterrorismo”, como el del mural en el parque San Borja.
Todo se considera legitimado por ese curioso espécimen que es el miembro de la élite progresista universitaria… Ése que todo lo normaliza -y ¡ay de aquel oscurantista que se oponga!-, hasta que cada cierto tiempo surge algún escándalo en redes sociales porque el Chile profundo reacciona en defensa del sentido común.
Y es que no es la primera vez que se pueden apreciar problemas de políticas públicas sobre niñez y sexualidad que pasan ocultos a la ciudadanía. El Mineduc, la Defensoría de la Niñez y muchísimas ONG de infancia apoyaron varios proyectos de ley tendientes a erotizar a los niños. Cuando se discutió el proyecto de Educación Sexual Integral (ESI) se decía que estamos lejos de la pedofilia, que esas cosas no pasan en Chile, que nadie propone cosas como las que salieron a la luz en la polémica tesis (por ejemplo, que del mismo modo que se aprende con la práctica a saber matemáticas o a leer, así los niños tendrían que aprender sexualidad con la práctica).
En esta ocasión tocó el turno al problema del consentimiento como único límite legitimador del acto sexual. Ésa es la fuente de las contradicciones del progresismo sexualrevolucionario, que se sustenta sobre una libertad vacía: si el consentimiento es el único límite para las relaciones sexuales se llega a aberraciones como la legitimación de la pederastia (defendida por insignes ídolos del progresismo, como Foucault y Simone de Beauvoir).
No es de extrañar que los progresistas tiren la pelota al córner diciendo que son cosas distintas, que la pedofilia es harina de otro costal, pero nunca se da un fundamento consistente que resuelva el problema. Quizás por ese motivo se han vuelto tan de moda, entre quienes reflexionan en profundidad al respecto, las teorías “antimetafísicas”, “críticas” o “postmodernas”, cuya solución es tildar de “logocéntrico” al que ose exponer las contradicciones del progresismo.
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