“En 1914, los dioses fuertes del nacionalismo llevaron a Europa a una guerra terrible […], tras un breve paréntesis, estos dioses y otros se despertaron para una nueva ronda de violencia y derramamiento de sangre a escala mundial que terminó con Europa en ruinas”. Estas palabras de R.R. Reno, autor de El retorno de los dioses fuertes que viene a Chile invitado por la ONG Comunidad y Justicia, se refieren a un cambio radical de la política de nuestro tiempo. Desde 1945 las élites del mundo quisieron derribar los altares de los dioses fuertes: todo lo que oliera a rigidez, a verdad, a solidez, debía ser tildado de fascismo y borrado del mapa. Este proyecto alcanzó dominio total con la caída del muro, que marcaría lo que algunos pensaban que sería el “fin de la historia”.
Lo que en el resto del mundo se vio como un aumento creciente de pacifismo, moderación política y una veneración de la democracia, el “desencanto” o debilitamiento de los dioses fuertes, tuvo su correlato en Chile con el inicio de los 30 años. Hubo treinta años de paz que se caracterizaron por los consensos y la moderación. Pero a la vez, hubo un enfriamiento de la política, que lentamente fue desplazada por el economicismo que se comió vivo incluso a gobiernos socialistas que bailaron al compás del modelo de Chicago. Fueron años en los que podemos decir que políticamente no pasó nada ―décadas en que nos fuimos quedando en silencio, como dijera Mansuy―, pero se destruyó la familia, se terminaron de romper los vínculos sociales y se profundizó el materialismo. La era de la Concertación fue nuestra época de debilitamiento y desencanto, el fin de las utopías de uno y otro bando político, la renuncia definitiva a la lucha… no ya a la violencia armada, sino a cualquier forma de lucha por ideales que valgan la pena.
Pero el mito del progreso una vez más debía sucumbir: la caída del muro no era el fin de la historia (como tampoco lo fue para la historia de Chile la transición). El 18 de octubre de 2019 vimos colapsar los grandes consensos y alzarse una vez más banderas y cánticos desesperados por la falta de espíritu. Masas de gente harta de la liquidez del mercado y hambrienta de la solidez de la comunidad, de la vida de lo popular. Y es que la frivolidad, la comodidad, la farándula y los lujos son insuficientes para una vida humana plena, para una política sana y para un pueblo que quiera encontrarse consigo mismo. La economía es insuficiente, pero el problema no fue solamente la existencia de un malestar más allá del bienestar material, sino también la falta de sentido que trajo la modernización capitalista.
El 18 de octubre despertó lo telúrico, para bien y para mal. Como de una pesadilla, Chile despertó delirando y con fiebre, abruptamente, del sopor de un individualismo que pasa la cuenta. Y no somos un caso aislado: hoy vemos que los populismos aparecen en los más variados lugares del mundo, como manifestación de un sano anhelo de densidad metafísica de un pueblo que se resiste a renunciar a lo valioso. Es el retorno de los dioses fuertes.
>> Ver columna completa en El Líbero