Sólo es posible sopesar adecuadamente nuestras acciones a la luz de los fines hacia los que ellas tienden. Teniendo esto en mente, nuestro director ejecutivo, Álvaro Ferrer, escribe una reflexión sobre el verdadero sentido del éxito, a la luz de la fiesta de la Asunción.
En su poema “La balada del caballo blanco” (1911), Chesterton (otra vez) nos muestra -como decía El Principito- que lo esencial es invisible a los ojos; que nuestros éxitos (no tanto así los fracasos) apenas rozan la superficie de la realidad; que debemos librar las batallas (especialmente las que nadie más da) con perspectiva trascendente porque, como él repetía, “la única manera de no perder la lógica es conservando la mirada teológica”.
Allí, el derrotado rey Alfredo le pregunta a la Madre de Dios si la victoria será suya: “shall we come home at last?”1“¿Volveremos a casa al final?” La respuesta de María es chocante para nuestra cultura aburguesada, exitista y pusilánime:
But the men signed of the cross of Christ
Go gaily in the dark.2“Pero los hombres inscritos en la cruz de Cristo.
Van alegremente en la oscuridad.»
(…)
«But you and all the kind of Christ
Are ignorant and brave,
And you have wars you hardly win
And souls you hardly save. 3“Pero tú y todos quienes son de Cristo.
Son ignorantes y valientes, Tú tienes guerras que arduamente has de ganar.
Y almas que arduamente has de salvar.”
(…)
«Night shall be thrice night over you,
And heaven an iron cope.
Do you have joy without a cause,
Yea, faith without a hope?» 4«La noche será tres veces noche sobre ti.
Y el Paraíso, una copa de hierro.
¿Tienes alegría sin causa?
Sí ¿Fe sin esperanza?”
Las palabras de la Virgen son fiel reflejo del misterio del mal en el mundo, donde la oscuridad se impone y parece que el triunfo -a diario- es del desorden, la injusticia, la aberración y la tontera. Con ello -y no a pesar de ello- el futuro debe enfrentarse con valentía y alegría -¡contento, Señor, contento!- como corresponde a todo buen caballero, aunque no se vea por dónde y el cálculo políticamente correcto concluya que la huída -el rodeo que no hizo el buen samaritano- es el camino razonable para conservar la apariencia y una frívola despreocupación autocomplaciente.
Fue así como el rey emprendió la batalla, sin certezas humanas -salvo que la contienda era desigual- sin prometer victorias ni consuelos, ni bonos ni reconocimientos; con un currículum lleno de fracasos y derrotas; sólo de la mano de María:
«Out of the mouth of the Mother of God
Like a little word come I;
For I go gathering Christian men
From sunken paving and ford and fen,
To die in a battle, God knows when,
By God, but I know why.«
(…)
«I am that oft-defeated King
Whose failure fills the land,
Who fled before the Danes of old,«
(…)
«But out of the mouth of the Mother of God
I have seen the truth like fire,
This—that the sky grows darker yet
And the sea rises higher.»5“De la boca de la Madre de Dios
Como una palabrita vengo yo;
Porque voy juntando hombres cristianos,
De pavimento hundido y vado y pantano,
Para morir en una batalla, Dios sabe cuando
Por Dios, pero sé por qué.
«Yo soy ese Rey a menudo derrotado
Cuyo fracaso llena la tierra,
Que huyó ante los daneses de antaño,
Pero de la boca de la Madre de Dios
He visto la verdad como fuego,
Esto–que el cielo se oscurece aún más
Y el mar sube más alto”.
La batalla de Ethandune estaba perdida y en el instante previo a la derrota total, el rey volvió a ver a María y presenció como Ella logró lo imposible. La batalla fue ganada nada menos que con la conversión del rey enemigo. Así (no hay otra fórmula) se alcanzó la paz.
Nuestra vida es este campo de batalla. Chesterton pensaba que sólo así recuperaremos su belleza: plantándonos firmes de cara a la realidad, separando la paja del trigo, logrando que el mal y el bien se distingan y reconozcan como lo que son: irreductiblemente contrarios, uno accidental, el otro substancial. Y el realismo frente a la realidad, sin perjuicio del optimismo metafísico, muestra que marchamos a pie firme al despeñadero, con alegrías vanas y sin causa, confiados sin genuinas esperanzas, enfrentando bárbaros y barbaridades cuyo objetivo decidido no se oculta tras el arcoíris que se extiende al compás de un pseudo orgullo, de la mano del para nada inocentón “mari mari” que subvierte la tradición y el cristianismo en que ella se funda y sostiene.
Nada humano servirá de consuelo, por segura que resulte la posición y abundante la posesión. Todo es Gracia. Y sin embargo, se espera de nosotros nuestro mejor esfuerzo. Nuestros cinco panes y dos peces. Nuestras miserias, caídas y derrotas. Nuestra fidelidad en lo poco. Día a día dar el buen combate revestidos con la armadura de Dios que es dejarse abrazar por ella, María.
En la fiesta de la Asunción miremos a la Madre de Dios, recordemos que estamos de paso, que nuestro destino es trascendente y que vale la pena todo esfuerzo y fracaso humano -pasado, presente y futuro- porque la batalla final ya fue ganada: Cristo resucitó.