Superhombre

Les dejamos a continuación una reflexión de nuestro director ejecutivo, Álvaro Ferrer, sobre ciertos dichos del diputado Matías Walker, durante la discusión por matrimonio entre personas del mismo sexo.

Decía Chesterton que si pudiera realizar un solo sermón sería contra la soberbia, vicio que nos ataca no tanto en nuestras debilidades como en nuestras fortalezas (reales o aparentes) y que nos asemeja a los rebeldes demonios. La humildad, su natural antídoto, consiste –como enseña Santa Teresa– en andar en la verdad: la de uno mismo, con sus miserias y defectos, y los pies bien puestos en la tierra. No es fácil. La realidad es dura. Contemplarla y reconocer las cosas como son exige agachar el moño, aceptar, subordinarse, obedecer. Decía Nietzsche que para desembarazarse de la realidad era necesario renunciar a la gramática. El desorden mental y moral es condición para el avance de cualquier ideología. Por ello es que el ideólogo –sea por ignorancia o simplona fatuidad– se rebela frente a todo vestigio de orden. Como un soberbio demonio no quiere obedecer sino mandar, ajustando como sea la realidad al preconcebido y voluntarista molde de su agenda.

La semana pasada, a propósito del proyecto de ley del mal llamado “matrimonio igualitario” se expuso ante la Comisión de Constitución de la Cámara que en realidad dicho proyecto no extiende ni permite el matrimonio a las personas del mismo sexo –no lo iguala– pues deroga uno de sus requisitos de existencia, modificándolo esencialmente, creando así un nuevo contrato que sólo mantiene un nombre. El diputado Matías Walker con impostada solemnidad respondió que “los requisitos de existencia los determinamos nosotros”… Pocas frases condensan y reflejan mejor la renuncia a la gramática: el oficio del legislador ya nada tiene que ver con reconocer y mandar sino con determinar lo que las cosas son y luego imponer, en un empeño prometeico que no se oculta tras el abuso de lugares comunes conformados a la demanda vociferante de la nada pacífica ortodoxia dominante.

Lo mismo ocurre con los proyectos de ley de aborto libre, eutanasia, reforma al sistema de adopción, filiación lesbomaternal, etc.: so pretexto de reconocer ciertas realidades se renuncia y recrea la realidad, extremando la falacia naturalista: el ser no sólo determina el deber ser; éste, ante todo, consiste en desligarse de cualquier “atadura” natural. Así, desde y hasta cuándo hay persona, lo que es el matrimonio, la familia, la filiación, etc., “lo determinamos nosotros”, recreando ex nihilo aquello que se interponga al avance inexorable del progresismo que, habiéndose apropiado de la infalible herramienta de los “derechos humanos”, deja el sello indeleble de la emancipación ilustrada en todo su esplendor.

El febril afán refundacional que prima en la Convención, dispuesto a desembarazarse de toda tradición y regla constituida, es fiel reflejo de la misma renuncia de la cual ya ni se salva el Pueblo, cuyas esperanzas hace rato fueron abandonadas y relegadas por sus autodenominados y excluyentes representantes al mesiánico y revolucionario afán de purgar los males del mundo, de los malos, de los otros (aunque vivan con ellos y como ellos), dando igual que su receta sea un probado fracaso que patea, humilla y escupe a los más pobres y necesitados. ¡Fuera la República, fuera los 2/3, fuera los padres y sus derechos! ¡Fuera todo salvo el Yo y su deseo! (y el todes y la sororidad). El superhombre ha matado a Dios.

Se cosecha lo que se siembra. La ideología –esa realidad paralela y cercenada, cultivada y promovida en determinados púlpitos e instituciones que de universidad tienen bien poco– pasa la cuenta. Erigir la autonomía individual como regla y medida no ha sido estéril. El resabio del original y populista “seréis como dioses” está plenamente vigente. Pero la criatura –también si oficia de parlamentario o convencional– no es ni jamás será Dios. Esta es la porfiada realidad en que renace la esperanza.

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