Les compartimos una reflexión de nuestro director ejecutivo sobre los hitos más importantes de nuestra corporación y de Chile, para conmemorar nuestra década de vida.
Queridos amigos:
Los últimos diez años hemos visto fuertes cambios en nuestra patria y en toda Latinoamérica. La última década ha estado marcada por un claro cambio de ciclo político en Chile, aparejado a una fuerte polarización, junto al uso frecuente de violencia injusta por parte de muchos grupos y por una clara vulneración o desconocimiento del principio de autoridad. Pero también se ha caracterizado por una avalancha de ataques contra la vida, la familia y la libertad religiosa. De cara a este escenario nació nuestra Corporación en el año 2012. Un Chile en que aún no se había aprobado el Acuerdo de Unión Civil ni el aborto en tres causales, ni había permeado con tanta fuerza la ideología de género en los programas de gobierno, colegios, universidades y medios de comunicación. Quizás llegamos tarde, pero Dios quiso darnos el privilegio de poder estar en este momento histórico, en la primera línea de batallas que nadie más quería dar. Sabemos que los tiempos que nos ha tocado vivir son difíciles para los cristianos, pero son tiempos nuestros; como decía San Agustín: “sed vosotros mejores, y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo”. En ese sentido, decía Chesterton que “a cada época la salva un puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales”. Con ese empeño hemos buscado siempre mojar la camiseta por lo que sabemos que es bueno y justo.
Detrás de todas las ideologías imperantes está presente un paradigma liberal centrado en la autonomía absoluta del individuo, y por ende en una pérdida del sentido de lo que es socialmente más importante. No es casualidad que la expulsión de Dios del discurso público haya tenido lugar en el mismo momento en que se ha venido abajo la familia, siempre en aras de la consigna egoísta: “¿qué les importa?”. El bien común no parece tener lugar: la religión relegada a la esfera privada, la familia vista como un asunto puramente personal, la educación como capacitación laboral, la vida como una opción desechable… En ese contexto, luchamos durante la pandemia por la libertad religiosa, materializada en el carácter presencial del culto católico y en la realidad substancial de la Eucaristía, mediante una tesis felizmente recogida por nuestra Corte Suprema. Combatimos codo a codo con organizaciones de padres para defender su rol preferente en la educación de sus hijos. Muchísimas veces ―sin odio y con pleno respeto hacia las personas― defendimos la familia natural, sin temor a ser tildados de retrógrados. Hemos seguido los debates del aborto y la eutanasia desde sus inicios, y aun hoy fiscalizamos la aplicación de la ley de aborto en tres causales y buscamos mecanismos para derogarla.
Sin embargo, sabemos que nada de esto es mérito nuestro: somos instrumentos. La Providencia ha ayudado muchísimo durante estos años y le debemos mucho a cada uno de ustedes, que nos apoyan con su oración, su trabajo o sus donaciones. Sinceramente les damos las gracias a todas las personas y organizaciones que han luchado con nosotros por los mismos bienes fundamentales que nos motivan. La gran comunidad de seguidores y amigos de Comunidad y Justicia es algo vivo, y por eso puede ir contra la corriente, como decía Chesterton.
Contamos con ustedes para ser agentes de cambio en Chile durante los próximos años, donde esperamos poder seguir combatiendo para defender la vida de los más débiles, los derechos de la familia, las libertades de enseñanza, de religión y de las conciencias, la auténtica libertad del hombre contra cualquier forma de esclavitud moderna, y los derechos de Dios en el espacio público, seguros de que sin Él no existirá orden ni paz verdadera en nuestra querida Patria.