Vigencia del distributismo

Hace 152 años nacía Hilaire Belloc. Nacido en Francia y adoptado por Inglaterra. Fue amigo de Chesterton. Incursionó en muchas materias como apologista católico: historia, religión, moral, economía… De todos sus aportes quizás el más vigente de todos es su visión de la propiedad y la libertad económica, en peligro en su tiempo y prácticamente arrasada en nuestros días. 

Un liberal podría pensar que el gran peligro para la propiedad y la libertad económica está hoy en el socialismo de corte más o menos marxista… Pero eso sería un error. La gran intuición de Belloc fue precisamente que el peligro más grave se encontraba en el lugar menos pensado: el capitalismo. Y es que una economía capitalista no significa una economía realmente libre. 

En efecto, cuando decimos que el capitalismo puro es el sistema que resguarda “la libertad” (“las ideas de la libertad”), ¿de qué estamos hablando?, ¿la libertad de quién? Quienes hayan visto la película Nomadland (2020) se darán cuenta del problema. No se trata de sesgos ideológicos, sino de hechos reales: la libertad económica que tienen los accionistas mayoritarios de Amazon no es la misma que la que tienen los empleados de a pie. Nadie afirma que un empleado no tiene capacidad jurídica para comprar productos, pero sí que no es realmente libre, como se ve en el contraste que dicha película expone entre las inmensas bodegas de uno de los cinco gigantes tecnológicos y las frías casas rodantes de Fern y sus colegas. ¿De qué libertad estamos hablando entonces?

 

El viejo trueno (Old Thunder, como lo llamaban en su adolescencia) se dio cuenta de que “sólo los poseedores siguen disfrutando de la libertad económica” [1], mientras que “los desposeídos ―la gran mayoría― están privados de ella” [2]. Es cierto que el capitalismo ha garantizado “al menos seguridad de algunos ingresos para casi todos” [3], pero eso no quita que las masas hayan perdido un bien… que es además uno de los más fundamentales de la vida humana: “el único bien perdido por las masas […] es la libertad” [4]. Y es que no es lo mismo el poder de compra que la libertad económica:

«El objetivo de los que piensan como yo en este asunto no es restaurar el poder adquisitivo, sino restaurar la libertad económica. Es cierto que no puede haber libertad económica sin poder adquisitivo y es cierto que la libertad económica varía en algún grado directamente con el poder adquisitivo; pero no es cierto que el poder adquisitivo sea equivalente a la libertad económica” [5].

El capitalismo permite a casi todos consumir: tener acceso a Uber, Cornershop, PedidosYa… Pero no permite a casi nadie ser dueño de su propio destino. La libertad económica no es la ausencia de intervención estatal, porque también los particulares pueden restringir la libertad. La libertad económica podemos decir que se identifica con la posibilidad de autosustentarse, de no depender totalmente de otros, lo que se materializa en la propiedad de tierra y de ciertos elementos mínimos para la propia subsistencia, que son necesarios para una vida plenamente humana. No es una facultad abstracta para emprender, sino la opción real de personas concretas para satisfacer sus necesidades materiales por sí mismas.

Vemos una economía donde unas pocas megaempresas poco a poco devoran a su competencia. Y así, la ley de la oferta y demanda ―sin límites morales ni jurídicos, y sin instituciones sólidas que protejan la libertad de los más pequeños― termina siendo un eufemismo para hablar de una salvaje ley del más fuerte, en la que los gigantes que tienen espaldas financieras para aguantar crisis, para competir mediante guerras de precios, o para simplemente comprar a sus competidores. Por eso, paradójicamente, dejar que el “libre” juego del mercado haga de las suyas sin mayores regulaciones y, sobre todo, sin las instituciones adecuadas, fomenta la existencia de mercados oligopólicos en los que los grandes en la práctica comienzan a comportarse como fijadores de precios, y no como tomadores de precios, atentando contra la libertad de la inmensa mayoría. Algunos dirán que para eso está la regulación de la libre competencia, pero cabe preguntarse qué tan real es el estándar de libre competencia que se protege en una economía liberal como la nuestra. 

Se suele decir que el distributismo es una doctrina nostálgica irrealizable, que cree en una libertad utópica, imposible. Nada más falso: la economía funcionaba de otra manera antes de la irrupción del capitalismo en la historia (durante la revolución industrial), no porque haya existido un Estado asfixiante ―el monstruo de Hobbes―, sino porque la libertad económica estaba (con más o menos matices) más ampliamente distribuida. Hoy en día no podemos volver atrás, por supuesto, pero sí podemos pensar en instituciones que caminen en la dirección de restaurar los principios propios de una economía natural.

Es totalmente incuestionable que el ser humano ―cuerpo y espíritu― está condicionado en su existencia por el uso de cosas exteriores. Ahora bien, la plenitud de una persona humana exige mucho más que el uso de ciertas cosas para subsistir: vivir absolutamente es mucho más que sobrevivir. Vivir humanamente es elegir vivir una vida buena, para lo cual se debe contar con ciertos medios. Por eso, a diferencia de los animales, el ser humano no solamente usa cosas al alcance de sus sentidos, sino que también se apropia de ellas y, con su libertad (mediante la técnica), produce cosas nuevas, que le permiten vivir una vida buena, plena, humana. La vida en sociedad es humana porque en ella el hombre encuentra su plenitud. De esto se sigue que las cosas corporales están ordenadas al ser humano, y no al revés: el hombre trabaja para vivir ―y vivir bien―, y no es bueno que viva para trabajar. Existe un conjunto de relaciones entre personas humanas respecto de las cosas exteriores (escasas por definición) que, cuando es armónico y permite que cada uno tenga lo suyo de manera suficiente para buscar su propio bien, se ordenan a la satisfacción de las necesidades reales de todos y al bien común. Cuando se da de esta manera, existe un orden económico en la sociedad que es conforme con la naturaleza humana. Pues bien, este orden económico es lo que podemos llamar economía natural [6]. 

Belloc fue capaz de ver con una profundidad extraordinaria el carácter antinatural del capitalismo (sin ser socialista), en el que el hombre vive para trabajar, en el que la economía se ordena a la producción creciente de cosas superfluas sin mayor sentido que el crecimiento del sistema mismo. El problema económico es, mucho antes que un problema técnico, un problema ético, que pone en el centro la dignidad del ser humano como agente libre… Y por eso el distributismo sigue más vigente que nunca. ¡Tres acres y una vaca!

 

Vicente Hargous

Notas

[1] Belloc, Hilaire (2002): An Essay on the Restoration of Property, IHS Press, Norfolk, p. 34.

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Ibid., p. 20.

[6]  Cfr. Widow, Juan Antonio (2020): El cáncer de la economía: la usura, Marcial Pons, Madrid, pp. 15-20.

 

La verdadera libertad económica

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