Hoy en una columna de opinión del diario El Líbero, nuestro abogado del Área de investigación propone una lectura política de nuestra realidad nacional luego del resultado del plebiscito.

Chile cambió, nos decían, con la llegada de la revolución octubrista. Y es verdad. Nos decían que el proceso de cambio de Constitución era inevitable… Y aquí estamos: a tres años del comienzo de esta crisis, no hemos salido del estado general de incertidumbre.

Los resultados del plebiscito dieron nuevas luces que debemos tomar en consideración para dar una lectura política acertada de nuestra realidad nacional. Por un lado, en el plebiscito de entrada ganó el Apruebo con una derrota aplastante… Por otro lado, sin embargo, en el plebiscito de salida ganó el Rechazo con un triunfo igualmente rotundo. La izquierda caviar quiere pensar que el pueblo es ignorante y votó “desinformado” (se han dicho algunas expresiones de roteo y fachopobrismo de antología en el debate público, siendo que el Rechazo obtuvo un triunfo abrumador no solamente en las comunas populares, sino en prácticamente la totalidad del país.). ¿Cómo interpretar estos resultados?, ¿qué pensar del pueblo chileno de hoy?, ¿no es acaso el mismo que el que buscó la vía del Apruebo?

Para comprender el comportamiento de las masas electorales debemos partir por extirpar de raíz el prejuicio según el cual el ciudadano medio es una máquina que, teniendo en cuenta toda la información pensable respecto de las opciones que se le presentan, decide en función de un criterio de utilidad cuantificable y perfecto. Esto es falso y siempre lo será. Ya Aristóteles reconocía que en la ciencia política “hemos de contentarnos con mostrar la verdad de modo tosco y esquemático”, y que “tan absurdo sería aceptar que un matemático empleara la persuasión como exigir de un retórico demostraciones”. Nunca la política ha formado parte del mundo de lo cuantificable, de lo exacto: la política es un arte en el que la prudencia, los prejuicios y las emociones son esenciales. Votar con el olfato ―más aún si es con el estómago―, incluso sin haber leído la propuesta de la Convención, no solamente no es irracional, sino que parece ser lo más sensato.

La gente jamás ha tomado decisiones políticas con toda la información sobre la mesa, tampoco en democracia. Las personas toman decisiones a partir de prejuicios, de señales que captan en el ambiente social. La gente intuyó que una Constitución es extremadamente importante como para aceptar cualquier cosa, e intuyó también que la propuesta era mala porque fue redactada desde la rabia y el resentimiento de una izquierda academizada, o de un grupo de incompetentes con disfraces ridículos… Y esa fue una intuición correcta. Un voto “desinformado” (es decir, sin que haya sido precedido de una lectura atenta del texto propuesto) puede, por ende, fundarse razonablemente en hechos públicos y notorios. ¿Significa esto que la gente no quiere cambios? De ninguna manera… Conforme. Pero ¿significa entonces que es necesario cambiar de Constitución? ¡Tampoco!


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Vicente Hargous: ¿Necesitamos una nueva Constitución?

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