Author : Comunidad y Justicia

Roberto Astaburuaga: “Seréis como dioses”

Esta semana en la columna Constituyente del diario El Líbero, uno de nuestros abogados del Área Constitucional, analiza la “autonomía ilimitada” del contenido de los 499 artículos del nuevo borrador Constitucional. 

Luego de la última votación por el Pleno de la Convención el sábado pasado, la ciudadanía comenzará por fin a entender el trabajo hecho contenido en 499 artículos y tomar posición. Críticos y detractores han comenzado a enviar análisis, aunque no está todo dicho. En efecto, falta ordenar, armonizar y aprobar un preámbulo y las normas transitorias. El segundo borrador puede ser bastante diferente al primero en la última oportunidad que algunos creen que tiene la Convención para moderarse o simplemente tratarse de una confirmación de nuevas oraciones compuestas por un sustantivo y líneas interminables de adjetivos. 

Sin embargo, la cantidad de artículos, palabras o derechos no dice mucho de la calidad de una Constitución. La regulación y distribución del poder, la conformación territorial y administrativa del Estado y la regulación de los derechos sociales dicen mucho más. Pero lo gravitante y realmente decisivo es el endiosamiento del hombre. 

Es una Constitución que sustituye a Dios por el hombre. Se trata de esa autonomía omnipotente e ilimitada, amparada por el derecho y protegida por el Estado, pero que no es nueva. Consiste en la más pura manifestación del individualismo y liberalismo radical en el que estamos sumidos en nuestra época. Porque quiero, se me debe. No importa si es contradictorio con el derecho, la moral o el bien de la sociedad. Toda pretensión será elevada a rango de derecho fundamental. No hay límites, salvo atentar contra la naturaleza o la Pachamama.

Los artículos sobre derecho a la identidad, autonomía y libre desarrollo de la personalidad son el ejemplo paradigmático de este endiosamiento del hombre. La autonomía personal se convierte en la justificación -no razón- de toda elección o pretensión: aborto porque quiero (“derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre el propio cuerpo”); solicito la eutanasia porque quiero (derecho a “tomar decisiones libres e informadas sobre sus cuidados y tratamientos al final de su vida”); me identifico como mujer, como persona no binaria o como animal, porque quiero (“derecho a su autonomía personal, al libre desarrollo de la personalidad, identidad y de sus proyectos de vida”).

Lo paradójico es que también se reconoce la autonomía progresiva a los menores de edad (“participar e influir en todos los asuntos que les afecten en el grado que corresponda a su nivel de desarrollo en la vida familiar, comunitaria y social”), pero esa progresividad, entendida como la constante eliminación de límites, desaparece y queda sólo la autonomía ilimitada. Así, la Constitución de la Convención, durante el transcurso de la vida de las personas, comienza reconociendo este principio desde la infancia y alcanza su máximo esplendor cumplidos los 18 años. 

>> Ver columna completa en El Líbero

Daniela Constantino: “Agendas identitarias”

Hoy en el Diario El Líbero, nuestra abogada del Área Legislativa explica por qué el proyecto “José Matías”, que pretende prevenir y sancionar el acoso escolar a niños y adolescentes con disforia de género, no presenta soluciones al problema del acoso y culturalmente constituye una política transafirmativa que no hace ningún bien a los niños.

Señor director:

El martes 17 de mayo se aprobó en general, en la Comisión de Educación, el proyecto de ley mejor conocido como “José Matías”. Este proyecto surgió con el objetivo de prevenir y sancionar el acoso y el bullying escolar, pero enfocado particularmente a niños y adolescentes transgénero. 

Sobre esto, parece importante señalar que existen diversos estudios científicos y experiencia comparada que demuestra que las “terapias transafirmativas” no son recomendadas en niños y adolescentes por los efectos nocivos que estas generan en la salud. Por ejemplo, Suecia, que fue pionera en legislar sobre transexualidad, hoy, después de constatar los efectos nocivos que generan las “terapias transafirmativas” en niños y adolescentes que se autoperciben como transgénero, ha decidido prohibir el uso de bloqueadores hormonales en menores de edad. Otros países como Finlandia y Reino Unido se han sumado al ejemplo de Suecia y han decidido priorizar las terapias psicológicas por sobre las “terapias transafirmaitvas”. 

Por otra parte, hay estudios que afirman que, si se deja que los niños se expresen libremente y no se les encarrila hacia la transición médica, entre un 60% y un 90% desistirán de la idea de “transicionar”, al desaparecer por sí misma la sensación de disforia. Asimismo, 85% de los menores de edad con disforia en la pubertad, con buen acompañamiento psicológico, abandonan la disforia desde los 18 años; únicamente entre un 2% y 39% de los niños que muestran tendencias de disforia de género las mantiene en el tiempo.

Si bien el bullying y el acoso escolar son conductas reprochables que deben ser prevenidas y sancionadas -cuestión que ya contempla nuestra legislación- este proyecto de ley no viene a presentar una verdadera solución a ese problema, si no que, más bien, pretende implementar una política ‘transafirmativa’ más, dentro de las diversas agendas ideológico-identitarias que hoy día circulan en el Congreso Nacional. 

Daniela Constantino Llaven, Abogada ONG Comunidad y Justicia 

>> Texto en el Líbero

Rerum Novarum: cosas que siguen siendo nuevas

A 131 años de  la revolucionaria encíclica de León XIII, Rerum novarum ―”De las cosas nuevas”― Vicente Hargous, abogado del Área de investigación de Comunidad y Justicia, nos invita a reflexionar por qué su mensaje se mantiene vigente.

Hace 131 años fue publicada la revolucionaria encíclica de León XIII, Rerum novarum ―”De las cosas nuevas”―, con la que comenzó el empeño del Magisterio de la Iglesia por consolidar un cuerpo de doctrina que pueda responder de manera robusta a los cambios planteados por el surgimiento de las sociedades capitalistas. Contra lo que a primera vista podría pensarse, la voz de un Papa de hace más de un siglo mantiene plena vigencia. Y es que nuestra fe nos enseña que el Magisterio de la Iglesia está iluminado por el Espíritu Santo, y no en vano el Papa es llamado con veneración filial “el vicecristo en la tierra”: “Y dijo el que se sentaba en el trono: «he aquí que Yo hago nuevas todas las cosas»” (Apoc. 21, 5). 

Vivimos en un mundo frenético, cambiante, acelerado, dominado por la novedad. Y sin embargo, lo único realmente nuevo sigue siendo la Buena Nueva que nos trajo un carpintero de hace 2000 años: “el mensaje del Evangelio y de la imagen cristiana de Dios corrigen la Filosofía y nos hacen ver que el amor es superior al puro pensar. El pensar absoluto es un amor, no una idea insensible, sino creadora, porque es amor” (Ratzinger, Introducción al cristianismo). 

Por supuesto, ha corrido mucha agua debajo del puente desde 1891. El capitalismo industrial de esos años ―marcado por esa miseria a lo Dickens― ha sido reemplazado por un capitalismo financiero marcado en lo moral por el individualismo, en lo social por ser una sociedad líquida y en lo religioso por ser cada vez más relativista. Pero el aspecto central tratado en la encíclica Rerum novarum se ha mantenido intacto: la separación económica entre capital y trabajo, con todas sus consecuencias sociales y morales. Y la crítica a esa separación sigue plenamente vigente.

No faltan católicos que creen que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en la materia cambió; que las tesis de Pío XI en Quadragesimo anno (publicada con ocasión del 40° aniversario de Rerum Novarum) y de León XIII quedaron sepultadas con la publicación de Centesimus annus de san Juan Pablo II, que habría legitimado el capitalismo. Se quedan solamente con un párrafo de esta encíclica y omiten todo el resto del Magisterio social, que debería leerse como un todo orgánico. En efecto, San Juan Pablo II introdujo una precisión ―para evitar desviaciones marxistas que de hecho se produjeron al interior de la Iglesia―, reconociendo “el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía” (San Juan Pablo II, Centesimus annus, 42), pero sin caer por eso en una defensa ideológica de la esencia del capitalismo ―atacada justamente por León XIII en Rerum Novarum―, que es la separación tajante entre el trabajo y el capital, así como otros elementos que son igualmente nocivos: la búsqueda desenfrenada de riqueza (que no es sino codicia disfrazada), la sobreexplotación de recursos naturales, el desprecio (en el sentido económico y moral de la palabra) de la tarea del trabajador manual, la justificación sistemática de la usura, la sobreproducción y el consumismo de cosas superfluas… Sí, sigue plenamente vigente la DSI, plenamente novedosa: como un cuerpo orgánico y no como un cadáver, pero sigue siendo una y la misma que hace 131 años. 

Por supuesto, Centesimus annus forma igualmente parte del Magisterio social, y debe leerse, pero la comprensión de la DSI exige una visión de la totalidad desde la cual se debe leer cada encíclica, para así comprender mejor aún la totalidad del Magisterio social. Desde el todo a la parte y desde la parte al todo, en un círculo de comprensión que no puede prescindir de la tradición iniciada por León XIII.

Álvaro Ferrer: “El triunfo final”

Hoy celebramos con mucha alegría y devoción a nuestra patrona, la Virgen de Fátima, a quien encomendamos nuestra tarea de defender  y promover los Derechos Humanos, según la comprensión de la Doctrina Social de la Iglesia. 

Este 13 de mayo se cumplen 105 años de la primera aparición de la Virgen en Fátima. En su visita allí el año 2000, San Juan Pablo II afirmó: “Me estoy dirigiendo yo también hacia ese lugar bendito para escuchar una vez más, en nombre de la Iglesia entera, la orden que nos dio nuestra Madre, preocupada por sus hijos. Hoy, estas órdenes son más importantes que nunca (…) (el mensaje) es más actual que entonces y más urgente incluso (…), el llamamiento hecho por María, nuestra madre, en Fátima, hace que toda la Iglesia se sienta obligada a responder las peticiones de Nuestra Señora (…), el mensaje impone un compromiso con Ella”. Estas expresiones no son casuales ni fruto de una devoción particular. Volver a Fátima, meditar su Mensaje, es importante. Fátima sigue presente y vigente.

La lectura de los diálogos entre la Virgen y los pastorcitos y de parte de sus visiones, lleva espontáneamente a detenerme y reflexionar en algunas de sus palabras:

En la primera aparición, el domingo 13 de mayo de 1917: 

– Dijo María: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”
– Sí queremos.
(…)
– Después de pasados unos momentos Nuestra Señora agregó: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.

En la segunda aparición, el miércoles 13 de junio de 1917:

– Dijo Lucía: Quisiera pedirle que nos llevase al cielo.
“Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú te quedarás algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios como flores puestas por mí para adornar su Trono”.
– ¿Me quedo aquí solita? preguntó con dolor Lucía.
“No hija. ¿Y tú sufres mucho por eso? ¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.

En la tercera aparición, el viernes 13 de julio de 1917:

“¡Sacrificaos por los pecadores! y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”.
– “(…) Vendré a pedir (…) la Comunión reparadora de los Primeros Sábados”.

También, en la tercera aparición (parte de la visión de Sor Lucía conocida como el tercer secreto de Fátima):

Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! 

En la cuarta aparición, el domingo 19 de agosto de 1917 [1]:

–  La Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. Y la Virgen empezó a subir hacia Oriente, como de costumbre.

Acerca de  la tercera aparición, el viernes 13 de julio de 1917, quisiera destacar:

Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ.

A partir de estos textos quisiera reflexionar sobre cuatro cuestiones que, a mi entender, confirman la vigencia, importancia y urgencia del mensaje de Fátima, aunque haya transcurrido ya más de un siglo: la oración, la penitencia, la Eucaristía y la devoción al Inmaculado Corazón de María. Por cierto, sobre cada una de ellas ya se ha escrito y dicho muchísimo por personas santas y sabias. No es mi caso y, por eso, a algunas de ellas recurro. Nada de lo que sigue es ni pretende ser original.

1. La oración: 

La Virgen María repite insistentemente en sus apariciones que es necesario rezar. Nos propone y pide que recemos el Rosario [2], todos los días. Y nos muestra su eficacia, capaz de alcanzar el fin de una guerra, la paz del mundo, la salvación de las almas. Viene al caso transcribir parte de la entrevista del 26 de diciembre de 1957 sostenida entre el Padre Agostino Fuentes, postulador de la causa de beatificación de Francisco y Jacinta, y sor Lucía, diálogo publicado en 1958 —con la aprobación de las autoridades eclesiásticas— en Estados Unidos, en Fatima Findings, y el 22 de junio de 1959 en el diario portugués A Voz [3]:

Los dos instrumentos que nos han sido dados para salvar al Mundo son la oración y el sacrificio. Verá, Padre, la Santísima Virgen, en este final de los tiempos en el que vivimos, ha querido dar una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario. Ella ha reforzado esa eficacia hasta tal punto que no existe ningún problema, por difícil que sea, de naturaleza temporal o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, o de nuestras familias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o incluso de la vida de los pueblos y de las naciones, que no pueda ser resuelto mediante la plegaria del Santo Rosario. No hay problema, le digo, ni asunto por difícil que sea, que nosotros no podamos resolver con el rezo del Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos Santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas.

No existe fuerza más poderosa que la oración. Todos los males, de este tiempo y cualquier otro, personales y sociales, pueden ser sanados con la oración. Pero no se trata sólo de remediar el mal, sino de crecer en el bien. La oración es la elevación del alma hacia Dios [4], necesaria para el encuentro íntimo y personal con Él. María nos ha invitado rezar no sólo para evitar catástrofes, sino para recuperar y cultivar la vida interior, para priorizarla y protegerla, para darle lugar y espacio diario en nuestra vida, de modo que, poco a poco, podamos reencontrarnos con Dios, real y más íntimamente presente en nosotros que nosotros mismos [5]

2. La penitencia:

Todos sufrimos. El sufrimiento es co-existencial en un mundo imperfecto, herido por el pecado. Hemos sufrido y sufriremos. Cuando el mal se hace presente, hay que sufrir, poniendo a prueba la fortaleza, mediante su acto propio: resistir. Pero resistir el sufrimiento inevitable y sobreviniente, incluso con valiente y paciente resignación, no equivale a resistir el sufrimiento libre y voluntariamente elegido. 

Aquí es donde resulta verdaderamente impresionante la inocente, generosa y simple respuesta de los pastorcitos en la primera aparición de la Virgen: “Sí queremos”. Sí queremos sufrir, como reparación y por la conversión de los pecadores. Aceptan la invitación de la Virgen María a sacrificarse voluntariamente por amor. Sufrir por amor: amor a Cristo, continuamente ofendido por el pecado; amor al prójimo, a pesar de su pecado, para evitarle el sufrimiento eterno y obtenerle la conversión y salvación. Hoy, ¿quién está dispuesto a ello? ¿Quién elegiría aquello?

Nadie –o casi nadie– quiere sufrir. Los pastorcitos comprendieron, sin embargo, el valor salvífico y co-redentor del sufrimiento voluntario [6]. Fue por medio de la Cruz, libremente asumida y aceptada, que Cristo realizó la Redención. Es todo el pecado del hombre el que Cristo asume voluntariamente en su sacrificio –cargó con nuestras iniquidades, como dice Isaías–. Cristo sufrió por nosotros y en vez de nosotros. Ese es su ejemplo: voluntariamente sufrir –y hasta la muerte– por culpas ajenas, para evitar el castigo a los culpables y obtenerles, a cambio, la salvación.

Y esto hicieron los pastorcitos de Fátima al decir “Sí queremos”.  Nos corresponde hacerlo también a nosotros: todos estamos llamados a participar del sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención, (…) todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo [7]. Es lo que nos pide San Pablo: Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, Santa y grata a Dios (Romanos 12, 12). 

Podemos hacerlo cada vez que nos toque sufrir. Y podemos también vivirlo, de modo más excelente, eligiendo sufrir; eligiendo amar sufriendo, eligiendo sufrir por amor. 

3. La Eucaristía:

Dice San Leonardo de Puerto Mauricio, en su preciosa obra El Tesoro Escondido: 

“¿Sabéis lo que es la Santa Misa? (…). La principal excelencia del Santo Sacrificio de la Misa consiste en ser el mismo que fue ofrecido sobre la cruz en la cumbre del Calvario (…). La Misa no es una simple representación o solamente la memoria de la Pasión y Muerte del Redentor, sino la reproducción real y verdadera de la inmolación efectuada sobre el Calvario (…). El mismo cuerpo, la misma sangre, el mismo Jesús que se ofreció sobre el Calvario, es idénticamente el mismo que ahora se ofrece en la Misa (…) Pero dinos: cuando te diriges a Misa, ¿reflexionas atentamente que vas al Calvario para asistir a la muerte del Redentor? [8]

No existe mayor bien que el Santo Sacrificio. Siendo sumo bien es causa de los demás, porque lo máximo en un género es causa de los inferiores [9]. Todo el bien del universo tiene por fundamento a la Eucaristía. Nuestro mundo se sostiene gracias a la Misa (y no al “activismo de primera línea”, sin por ello desconocer su necesidad e importancia). La presencia real de Cristo en la Hostia Consagrada, su presencia eminente en el Sagrario y la luz encendida que así lo manifiesta son el testigo incontrarrestable de la infinita superioridad del bien, de su triunfo definitivo frente a todo mal, y del Amor sublime que toma forma de pan para estar íntimamente unido a nosotros. 

La Virgen nos ha pedido en Fátima participar en la Eucaristía los cinco primeros sábados de mes, para de ese modo impedir graves males al mundo, a la Iglesia y al Papa.  También, la Virgen nos ha pedido participar en la Eucaristía para reparar las heridas causadas a su Corazón [10]. Me parece que es de estricta justicia hacerlo, como lo mínimo que cualquier hijo haría por su Madre: aliviarle el dolor pudiendo hacerlo. Sin perjuicio de ello, la invitación que nos ha hecho María es a la superabundancia: cinco sábados. Más de una Misa. Si cada una es de valor infinito, María quiere multiplicar el infinito, para nuestro bien y la Gloria de Dios. 

Sabiendo esto, no participar en la Misa –pudiendo hacerlo– es verdadera locura. Y el mundo está bastante loco. El Mensaje de Fátima, a este respecto, viene a corregir nuestras prioridades. Todo está ordenado y subordinado a la Eucaristía, a Cristo, Rey del Universo. No debemos olvidarlo; antes bien, corresponde escuchar a la Virgen de Fátima y participar, cuanto más podamos, de la Santa Misa: “¡A Misa, pues! ¡A oír la Santa Misa! Y sobre todo que no se oiga salir de tu boca esa proposición escandalosa: una Misa de más o de menos, poco importa” [11].

4. La devoción al Inmaculado Corazón de María:

Así habló la Virgen en su segunda aparición a los pastorcitos: “Jesús (…) quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. No es una simple solicitud sino la voluntad expresa de Dios. Y su voluntad es nuestra salvación: “A quien le abrazare prometo la salvación (…). Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”. 

El corazón expresa y es símbolo del centro de la persona. No es el “hacia” donde confluyen sus actos y movimientos, sino el “desde” (Lucas 6, 45). Es su principio, génesis, origen y causa. No se distingue, realmente, como mera parte del cuerpo; es, más bien, su acto primero y constitutivo. Así, decimos que María es y opera como Inmaculada: en Ella no hay defecto ni mancha, ni en su origen, ni en sus actos; y desde su perfección originaria se comprenden sus perfecciones segundas: su total y libre disposición a Dios, el “hágase incondicionado” respecto de la Voluntad Divina. 

Hablar de su Corazón Inmaculado es hablar de Ella; la devoción a su Inmaculado Corazón es a Ella misma, pero a lo más íntimo de su ser y no a otra parte o manifestación u operación de su existencia, por maravillosa que fuere. De ahí entonces que abrazar la devoción a su Inmaculado Corazón es, en realidad, abrazarla a Ella; es radicar nuestro amor en Ella misma. Todo lo que se pueda decir de su Corazón se dice siempre de Ella misma, de modo intrínseco, originario, constitutivo, indisociable e inseparable. Dios envió a su Madre con un mensaje urgente: hemos de abrazar a María como refugio y camino hacia Dios.

¡Vaya camino! A nosotros, pecadores, se nos ha señalado el camino estrecho (Mateo 7, 13-14), el de la puerta angosta (Lucas 13, 23-24). Pero es tal la magnitud del pecado que, de modo particular y para estos tiempos, se manifiesta nuevamente la paradoja de la divina misericordia: la puerta es María. Por tanto, la vía es la dulzura, ternura, compasión y delicadeza infinitas, ¡un verdadero anticipo del Cielo!

Cuesta, ciertamente, comprender tanto amor. El Pastor no sólo ha dejado a las noventa y nueve ovejas para salir a buscar a una perdida, sino que ¡ha enviado a su Madre a buscarnos! Fátima es recuerdo vivo y visible de que hoy, y como remedio a los gravísimos males actuales –individuales, situacionales y estructurales–, el Padre y la Madre nos buscan –perdónenme la expresión– con auténtica y santa desesperación: Hijo, (…) mira, tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia (Lucas 2, 48). 

Nos buscan porque solos estamos perdidos. La autosuficiencia es un engaño, así como la soberbia es ciega [12]. Separados nada podemos hacer (Juan 15, 5). Necesitamos la Gracia, y es a través del Corazón Inmaculado de María que Dios ha dispuesto que recibamos todas las gracias: “Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María” [13]. Por esto la llamamos Mediadora Universal [14], siempre subordinada a Cristo. Quien puede lo más, puede lo menos: María nos ha dado al Salvador; por Él y en Él nos da y dará todas las gracias necesarias para nuestra salvación. Pero lo hace a su modo: como Madre, y Madre Inmaculada. Ternura sin defecto. Las consecuencias “vivenciales” son determinantes.

En la experiencia del amor materno de María es que se “siente” y comprende, más y mejor, el Amor Paternal de Dios y sus manifestaciones más “maternales”: su ternura, acogida, su preocupación vigilante, interesada e incesante, su providencia infalible, su asistencia certera; se comprende, de una vez, que decir ¡Abba! es, antes bien, decir ¡Papito! De allí que el amor a María, a su Inmaculado Corazón, es camino directísimo, privilegiado y necesario para vivir nuestra filiación divina, descubriendo y experimentando las maravillas de la Paternidad divina. 

A su vez, el amor a María, a su Inmaculado Corazón, y de María, de su Inmaculado Corazón, es estrictamente personal. Así como la persona es singularísima e incomunicable [15] en razón de su acto de ser, la comunicación personal e íntima, de corazón a corazón, nace de esa singularidad irrepetible, dirigiéndose a otra semejante en recíproca acogida. Nos dice San Juan Pablo II: “es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la Madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. (…) En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo»” [16].

Se comprende así que la devoción al Corazón Inmaculado de María, sin dejar de ser un regalo para toda la humanidad, es, también, un regalo personal: “La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” [17]

He aquí, entonces, el camino y refugio que Dios nos reitera en Fátima, con carácter urgente y estrictamente necesario para alcanzar nuestra salvación: la personal comunión con nuestra Madre, relación filial que “no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia Él” [18].

– o –

El Mensaje de Fátima concluye con un hecho cierto: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. Pase lo que pase, venga lo que venga, “Cristo vencerá por medio de Ella, porque Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo del futuro estén unidas a Ella” [19]

Nadie conoce el día ni la hora (Mateo 13, 32; 24, 36), pero es prudente atender a los signos de los tiempos. Y los tiempos actuales son extremadamente complejos, por no decir desastrosos. Sea hoy, mañana o dentro de siglos, debemos estar preparados (Mateo 24, 42-51). El mensaje de Fátima no es un mero recuerdo sino la re-actualización del clamor de la Santísima Virgen por medio del cual nos llama a estar en vela, y a disponer los medios adecuados que Ella nos reveló en la Cova de Iría: oración, penitencia, Eucaristía y devoción a su Inmaculado Corazón. Desatender semejante regalo sería, a mi juicio, irracional temeridad o resabio pelagiano. Conviene tenerlo presente y hacerlo carne, entonces, con mayor razón ahora, en que Chile está (y esto no es una metáfora) acechado por demonios que lo quieren devorar. El combate es, ante todo, espiritual, y el campo de batalla radica en nuestra alma (luego, secundariamente, en el Palacio Pereira, el Congreso Nacional o los Tribunales de Justicia). Por tanto, “nosotros también, (…)corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 11, 1-2), con la inconmovible certeza de la esperanza en que Ella aplastará la cabeza de la serpiente (Génesis 3, 15) y así por fin, su Inmaculado Corazón triunfará


Notas

[1] La Virgen le había dicho a los pastorcitos que vinieran el día 13 de cada mes. Sin embargo, el mes de agosto la aparición no se realizó el día 13, porque el Administrador del Consejo de Cova de Iría apresó a los pastorcitos con la intención de obligarles a revelar el secreto. Los tuvo presos en la Administración y en el calabozo municipal.

[2] El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Nº 1.

[3] Contra esta entrevista se desencadenó una polémica. El 2 de julio de 1959, la Curia de Coímbra —por más que la entrevista hubiera aparecido con aprobación eclesiástica— publicó una nota contra el padre Fuentes, que, siendo el postulador de la causa de los dos pastorcillos y habiendo hablado con sor Lucía, “se ha tomado la libertad de realizar declaraciones sensacionalistas, de carácter apocalíptico, escatológico y profético que afirma haber oído de los propios labios de sor Lucía”. Debido a esto el padre Fuentes fue apartado de su cargo y se hizo pública una declaración de sor Lucía en la que se desmentía todo. Posteriormente, el Padre Joaquim Alonso, el archivero oficial de Fátima, estudiando una inmensa cantidad de documentos y, sobre todo, habiendo podido hablar por extenso con sor Lucía, maduró en él una opinión muy diferente. Y en 1976, rehabilitó en lo sustancial al padre Fuentes, declarando que ese texto suyo “corresponde ciertamente en lo esencial a lo que él había escuchado de boca de sor Lucía (…). Este texto no contiene nada que sor Lucía no haya dicho ya en sus numerosos escritos públicamente conocidos”.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 2590.

[5] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 8, art. 1.

[6] Vid. San Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici Doloris.

[7] Ibid, Nº 19.

[8] San Leonardo de Puerto Mauricio, El Tesoro Escondido, o breve instrucción sobre la Santa Misa, Imprenta de R. Varela, Santiago, 1878, p. 7-15.

[9] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q2, a3.

[10]  Cuando Lucía era aún postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España, tuvo una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación:  “Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María: Blasfemias contra su Inmaculada Concepción; contra su virginidad; contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres; contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada; contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes”.

[11] San Leonardo de Puerto Mauricio, Op. Cit., p. 38.

[12] “La soberbia… ocluye los ojos de la mente”. Santo Tomás de Aquino, Super Sent., lib. II, d. 21, q2, a1 ad 1.

[13] San Luis María Grignon de Monfort, Op. Cit. Nº 16.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q26, a1, 2.

[15]  Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II, q29, a1.

[16] Carta Encíclica Redemptoris Mater, Nº 45.

[17] Ibid

[18] Ibid, Nº 46.

[19] San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Vitorio Messori (ed.), traducción de P. A. Urbina, Plaza & Janés Ed., Barcelona, 1994, p. 215.

Rosario Corvalán: “Peras y manzanas”

Hoy en el Diario La Segunda, nuestra abogada del Área Constitucional explica por qué la propuesta de “libertad de enseñanza” aprobada ayer en la Convención vulnera el derecho preferente y deber de los padres a educar a sus hijos y, por tanto, a elegir el modelo de educación que estimen conveniente.

Señor Director: 

La propuesta de libertad de enseñanza aprobada ayer en la Convención tiene poco de libre, puesto que deberá regirse por los «fines y principios de la educación que señala la propuesta de Constitución, y que están lejos de ser inocuos. Esto podría compararse con decir «puede elegir las frutas que quiera, siempre que elija manzana, pera y durazno» Rosario Corvalán Azpiazu Abogada Comunidad y Justicia

Rosario Corvalán Azpiazu 

Comunidad y Justicia

>> Ver carta en La Segunda

Rosario Corvalán: “Nuevo debate sobre aborto en Estados Unidos”

Hoy en el Diario La Tercera, nuestra abogada del Área Constitucional reflexiona sobre un caso con el que posiblemente se reviertan los efectos de la sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos “Roe vs Wade” (1973), que establecía el aborto como un «derecho», así como acerca de la posibilidad que tienen los países de enmendar errores judiciales, legislativos o constitucionales.

Señor Director:

Mucho se ha hablado los últimos días sobre el histórico fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos “Roe vs Wade”, de 1973. En dicho fallo, el tribunal estadounidense señaló que abortar era un derecho constitucional amparado por la enmienda que reconoce el derecho a la privacidad. Esto fue ratificado años después por otro fallo igualmente nefasto en el caso “Casey”, de la misma corte.

¿Por qué el mundo entero habla nuevamente de todo esto? Porque hace unos días se filtró el borrador de un fallo del Tribunal Supremo estadounidense, que dejaría sin efecto esas sentencias. Esto implicaría que cada estado podría decidir si prohibir o no el aborto, no pudiendo declararse inconstitucionales dichas leyes.

Esperamos que la sentencia de la Corte confirme lo que señala el borrador, para demostrar que los países pueden enmendar errores judiciales, legislativos o constitucionales que se hayan cometido en temas tan fundamentales como el aborto, y dar así un ejemplo a nuestro país, que “avanza” en el sentido contrario.

Rosario Corvalán Azpiazu 

Comunidad y Justicia

>> Ver carta en La Tercera

Roberto Astaburuaga: “Las reglas del juego”

Esta semana en la columna Constituyente del diario El Líbero, uno de nuestros abogados del Área Constitucional, recuerda las trampas e irregularidades en el proceso Constitucional.

Estas semanas las palabras “normas” y “reglas del juego” han estado en boca de muchos para referirse al trabajo de la Convención, pero también porque se denuncian trampas o irregularidades en el proceso.

La máxima autoridad de la Convención señaló el lunes que no le parecía adecuada la discusión de los últimos meses sobre la posibilidad de permitir una tercera vía si es que la opción Apruebo era derrotada en el plebiscito de salida. Manifestó que se trataría de cambiar “las reglas del juego”. Curiosa afirmación tratándose de una las firmantes de un oficio presentado antes del inicio de las votaciones en el Pleno que buscaba reducir su quórum de aprobación de 2/3, y votó a favor. Los 2/3, norma clave del proceso, y única garantía que ha permitido, si se le puede llamar así, evitar que peores atrocidades que las actuales ingresen al borrador de Constitución.

Esto no quiere decir que sea correcto alterar las reglas del juego si es que la aprobación de una “tercera vía” significa incumplir la Constitución. Pero pone en la mesa el valor que tienen las reglas y que el respeto a las mismas es garantía de orden y legalidad, cuestión que la Convención ha demostrado con abundantes ejemplos que no cumple. Las normas aplican para todos, gobernantes y gobernados, ciudadanos y convencionales, sea que beneficien o perjudiquen a un determinado sector. Pero la Convención actúa según sus reglas y como ella entiende las reglas del juego.

De hecho, las reglas internas de la Convención tampoco son respetadas por los mismos convencionales. Últimamente se ha denunciado que ciertas propuestas de artículos que no han alcanzado los 2/3, entendiéndose rechazadas y excluidas del debate constitucional, han sido revividas mediante la presentación de indicaciones en las comisiones cuando conocen de otras materias. Así, la posibilidad de que el Congreso de Diputados pueda insistir ante la Cámara de las Regiones cuando se rechaza un proyecto de ley fue rechazado por el Pleno, pero se aprobó una indicación en la Comisión de Sistemas de Justicia que mantenía la esencia de lo aprobado. Lo mismo ocurrió con Educación Sexual Integral: el Pleno rechazó el inciso segundo del artículo, pero luego se aprobó una indicación en la Comisión de Pueblos Originarios con variaciones mínimas y que no tenía relación con las materias de la Comisión. La trampa se repitió con el derecho a la propiedad intelectual, el derecho a la propiedad industrial o las normas sobre migración.

Ante estas acusaciones, el convencional del Frente Amplio, Christian Viera, dio una insólita explicación: la norma es un enunciado normativo y para interpretarla “existe un pluralismo metodológico, y en mi caso bebo de una perspectiva de sociedad abierta de la interpretación”. Lo anterior quiere decir que una norma adquiere su valor de norma en la medida en que sea interpretada, y como el Pleno interpretó que no hubo infracción al Reglamento, entonces no existe mayor problema. De hecho, reforzó su argumento señalando que el Pleno se ha pronunciado en otras ocasiones rechazando o aprobando ideas que se reviven.

>> Ver columna completa en El Líbero

Daniela Constantino: “Un proyecto de ley que invisibiliza a la mujer”

Hoy en el Diario El Líbero nuestra abogada del Área Legislativa explica por qué el proyecto de “personas menstruantes”, aprobado ayer por la Cámara de Diputados, menosprecia y deshumaniza a las mujeres.

Señor Director,

El lunes 9 de mayo la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley que promueve, resguarda y garantiza los derechos de las “personas menstruantes”. Este proyecto surge con el propósito de reconocer expresamente los derechos de las mujeres que derivan del proceso biológico de la menstruación.

Podríamos pensar que nadie estaría en contra de un proyecto de ley con tan “noble” objetivo, sin embargo, este proyecto no ha estado exento de polémica. ¿Por qué? Porque si bien tiene como principales y únicas destinatarias a las mujeres -pues son las únicas que pueden atravesar por el proceso biológico de la menstruación- en NINGUNA parte se les menciona. Por el contrario, este proyecto de ley invisibiliza a la mujer.

En lugar de referirse a la mujer como tal, se le borra y se sustituye la palabra mujer por el término “personas menstruantes”, como si ser mujer se redujera al hecho biológico de menstruar. Este cambio en el lenguaje no es menor, pues obedece a una agenda ideológica determinada que tiene como objetivo avanzar en lo que se conoce como “neolenguaje queer”.

Según la alianza feminista “Contra el Borrado de las Mujeres”, el neolenguaje queer construye un sistema de términos para crear un nuevo relato en el que no exista el sexo como categoría biológica, sustituyendo esa realidad tangible por el concepto subjetivo de “identidad de género”. Como consecuencia, se redefine la palabra ‘mujer’ y todo lo que tiene que ver con las mujeres para incluir meras subjetividades que sostengan tener cualquier relación con los estereotipos de género femenino. Así, mujer es todo y es nada. Por eso, la aceptación y utilización de esta neolengua está llevando al borrado de las mujeres en todos los ámbitos (por ejemplo, el gigante Procter & Gamble, para responder a los ataques recibidos por el transactivismo, ha decidido eliminar toda referencia a las mujeres de sus envases de toallas femeninas marca Always). Cabe destacar que esto no sucede con la palabra hombre en lo que respecta al neolenguaje queer. 

Esta tendencia por borrar o redefinir el término “mujer” lo único que hace es menospreciar y deshumanizar a las mujeres.

Daniela Constantino Llaven, abogado, Comunidad y Justicia

>> Texto en el Líbero

Carta del Papa Juan Pablo II a las mujeres

En este Día de la Madre, los invitamos a leer la extraordinaria carta de san Juan Pablo II a todas las mujeres del mundo. Una reflexión sobre el insustituible papel de la mujer y la grandeza de su identidad.

A vosotras, mujeres del mundo entero, os doy mi más cordial saludo:

1. A cada una de vosotras dirijo esta carta con objeto de compartir y manifestar gratitud, en la proximidad de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tendrá lugar en Pekín el próximo mes de septiembre.

Ante todo deseo expresar mi vivo reconocimiento a la Organización de las Naciones Unidas, que ha promovido tan importante iniciativa. La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres. Recientemente, con ocasión de la visita que la Señora Gertrudis Mongella, Secretaria General de la Conferencia, me ha hecho precisamente con vistas a este importante encuentro, le he entregado un Mensaje en el que se recogen algunos puntos fundamentales de la enseñanza de la Iglesia al respecto. Es un mensaje que, más allá de la circunstancia específica que lo ha inspirado, se abre a la perspectiva más general de la realidad y de los problemas de las mujeres en su conjunto, poniéndose al servicio de su causa en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Por lo cual he dispuesto que se enviara a todas las Conferencias Episcopales, para asegurar su máxima difusión.

Refiriéndome a lo expuesto en dicho documento, quiero ahora dirigirme directamente a cada mujer, para reflexionar con ella sobre sus problemas y las perspectivas de la condición femenina en nuestro tiempo, deteniéndome en particular sobre el tema esencial de la dignidad y de los derechos de las mujeres, considerados a la luz de la Palabra de Dios.

El punto de partida de este diálogo ideal no es otro que dar gracias. « La Iglesia —escribía en la Carta apostólica Mulieris dignitatem— desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el «misterio de la mujer» y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las «maravillas de Dio», que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella » (n. 31).

2. Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.

3. Pero dar gracias no basta, lo sé. Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente. Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de Cristo. El, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura. De este modo honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre, en el proyecto y en el amor de Dios. Mirando hacia El, al final de este segundo milenio, resulta espontáneo preguntarse: ?qué parte de su mensaje ha sido comprendido y llevado a término?

Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa « tradición » femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable. ¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser!

4. Y qué decir también de los obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica? Baste pensar en cómo a menudo es penalizado, más que gratificado, el don de la maternidad, al que la humanidad debe también su misma supervivencia. Ciertamente, aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático.

Se trata de un acto de justicia, pero también de una necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política del futuro, verán a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad de la vida, migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia, ecología, etc. Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y obligará a replantear los sistemas en favor de los procesos de humanización que configuran la « civilización del amor ».

5. Mirando también uno de los aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, cómo no recordar la larga y humillante historia —a menudo « subterránea »— de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los ambientes de la corrupción y hacer un uso mercenario de su cuerpo.

Ante estas perversiones, cuánto reconocimiento merecen en cambio las mujeres que, con amor heroico por su criatura, llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza; y esto no sólo en el conjunto de las atrocidades que por desgracia tienen lugar en contextos de guerra todavía tan frecuentes en el mundo, sino también en situaciones de bienestar y de paz, viciadas a menudo por una cultura de permisivismo hedonístico, en que prosperan también más fácilmente tendencias de machismo agresivo. En semejantes condiciones, la opción del aborto, que es siempre un pecado grave, antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea.

6. Mi « gratitud » a las mujeres se convierte pues en una llamada apremiante, a fin de que por parte de todos, y en particular por parte de los Estados y de las instituciones internacionales, se haga lo necesario para devolver a las mujeres el pleno respeto de su dignidad y de su papel. A este propósito expreso mi admiración hacia las mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos, y han tomado esta valiente iniciativa en tiempos en que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión, un signo de falta de femineidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez un pecado.

Como expuse en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, mirando este gran proceso de liberación de la mujer, se puede decir que « ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes del mundo, se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad » (n. 4).

¡Es necesario continuar en este camino! Sin embargo estoy convencido de que el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones y de las injusticias, sino también y sobre todo en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción, que contemple todos los ámbitos de la vida femenina, a partir de una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer. A su reconocimiento, no obstante los múltiples condicionamientos históricos, nos lleva la razón misma, que siente la Ley de Dios inscrita en el corazón de cada hombre. Pero es sobre todo la Palabra de Dios la que nos permite descubrir con claridad el radical fundamento antropológico de la dignidad de la mujer, indicándonoslo en el designio de Dios sobre la humanidad.

7. Permitidme pues, queridas hermanas, que medite de nuevo con vosotras sobre la maravillosa página bíblica que presenta la creación del ser humano, y que dice tanto sobre vuestra dignidad y misión en el mundo.

El Libro del Génesis habla de la creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbólico, pero profundamente verdadero: « Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó: varón y mujer los creó » (Gn 1, 27). La acción creadora de Dios se desarrolla según un proyecto preciso. Ante todo, se dice que el ser humano es creado « a imagen y semejanza de Dios » (cf. Gn 1, 26), expresión que aclara en seguida el carácter peculiar del ser humano en el conjunto de la obra de la creación.

Se dice además que el ser humano, desde el principio, es creado como « varón y mujer » (Gn 1, 27). La Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad: « No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada » (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo « humano » tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.

Cuando el Génesis habla de « ayuda », no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo « masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente.

8. Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: « Llenad la tierra y sometedla » (Gn 1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad. El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la « unidad de los dos », o sea una « unidualidad » relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.

A esta « unidad de los dos » confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia. Si durante el Año internacional de la Familia, celebrado en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la Conferencia de Pekín es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia de la múltiple aportación que la mujer ofrece a la vida de todas las sociedades y naciones. Es una aportación, ante todo, de naturaleza espiritual y cultural, pero también socio-política y económica. ¡Es mucho verdaderamente lo que deben a la aportación de la mujer los diversos sectores de la sociedad, los Estados, las culturas nacionales y, en definitiva, el progreso de todo el genero humano!

9. Normalmente el progreso se valora según categorías científicas y técnicas, y también desde este punto de vista no falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión ética y social, que afecta a las relaciones humanas y a los valores del espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las relaciones cotidianas entre las personas, especialmente dentro de la familia, la sociedad es en gran parte deudora precisamente al « genio de la mujer ».

A este respecto, quiero manifestar una particular gratitud a las mujeres comprometidas en los más diversos sectores de la actividad educativa, fuera de la familia: asilos, escuelas, universidades, instituciones asistenciales, parroquias, asociaciones y movimientos. Donde se da la exigencia de un trabajo formativo se puede constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a dedicarse a las relaciones humanas, especialmente en favor de los más débiles e indefensos. En este cometido manifiestan una forma de maternidad afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad. ¿Cómo no recordar aquí el testimonio de tantas mujeres católicas y de tantas Congregaciones religiosas femeninas que, en los diversos continentes, han hecho de la educación, especialmente de los niños y de las niñas, su principal servicio? Cómo no mirar con gratitud a todas las mujeres que han trabajado y siguen trabajando en el campo de la salud, no sólo en el ámbito de las instituciones sanitarias mejor organizadas, sino a menudo en circunstancias muy precarias, en los Países más pobres del mundo, dando un testimonio de disponibilidad que a veces roza el martirio?

10. Deseo pues, queridas hermanas, que se reflexione con mucha atención sobre el tema del « genio de la mujer », no sólo para reconocer los caracteres que en el mismo hay de un preciso proyecto de Dios que ha de ser acogido y respetado, sino también para darle un mayor espacio en el conjunto de la vida social así como en la eclesial. Precisamente sobre este tema, ya tratado con ocasión del Año Mariano, tuve oportunidad de ocuparme ampliamente en la citada Carta apostólica Mulieris dignitatem, publicada en 1988. Este año, además, con ocasión del Jueves Santo, a la tradicional Carta que envío a los sacerdotes he querido agregar idealmente la Mulieris dignitatem, invitándoles a reflexionar sobre el significativo papel que la mujer tiene en sus vidas como madre, como hermana y como colaboradora en las obras apostólicas. Es ésta otra dimensión, —diversa de la conyugal, pero asimismo importante— de aquella « ayuda » que la mujer, según el Génesis, está llamada a ofrecer al hombre.

La Iglesia ve en María la máxima expresión del « genio femenino » y encuentra en Ella una fuente de continua inspiración. María se ha autodefinido « esclava del Señor » (Lc 1, 38). Por su obediencia a la Palabra de Dios Ella ha acogido su vocación privilegiada, nada fácil, de esposa y de madre en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor. Precisamente este servicio le ha permitido realizar en su vida la experiencia de un misterioso, pero auténtico « reinar ». No es por casualidad que se la invoca como « Reina del cielo y de la tierra ». Con este título la invoca toda la comunidad de los creyentes, la invocan como « Reina » muchos pueblos y naciones. ¡Su « reinar » es servir! ¡Su servir es « reinar »!

De este modo debería entenderse la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la Iglesia. El « reinar » es la revelación de la vocación fundamental del ser humano, creado a « imagen » de Aquel que es el Señor del cielo y de la tierra, llamado a ser en Cristo su hijo adoptivo. El hombre es la única criatura sobre la tierra que « Dios ha amado por sí misma », como enseña el Concilio Vaticano II, el cual añade significativamente que el hombre « no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo » (Gaudium et spes, 24).

En esto consiste el « reinar » materno de María. Siendo, con todo su ser, un don para el Hijo, es un don también para los hijos e hijas de todo el género humano, suscitando profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los difíciles caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A esta meta final llega cada uno a través de las etapas de la propia vocación, una meta que orienta el compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la mujer.

11. En este horizonte de « servicio » —que, si se realiza con libertad, reciprocidad y amor, expresa la verdadera « realeza » del ser humano— es posible acoger también, sin desventajas para la mujer, una cierta diversidad de papeles, en la medida en que tal diversidad no es fruto de imposición arbitraria, sino que mana del carácter peculiar del ser masculino y femenino. Es un tema que tiene su aplicación específica incluso dentro de la Iglesia. Si Cristo —con una elección libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición eclesial— ha confiado solamente a los varones la tarea de ser «icono » de su rostro de « pastor » y de « esposo » de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado, siendo por lo demás todos igualmente dotados de la dignidad propia del « sacerdocio común », fundamentado en el Bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de « signos » elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres.

Por otra parte, precisamente en la línea de esta economía de signos, incluso fuera del ámbito sacramental, hay que tener en cuenta la « femineidad » vivida según el modelo sublime de María. En efecto, en la « femineidad » de la mujer creyente, y particularmente en el de la « consagrada », se da una especie de « profecía » inmanente (cf. Mulieris dignitatem, 29), un simbolismo muy evocador, podría decirse un fecundo « carácter de icono », que se realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como comunidad consagrada totalmente con corazón « virgen », para ser « esposa » de Cristo y « madre » de los creyentes. En esta perspectiva de complementariedad « icónica » de los papeles masculino y femenino se ponen mejor de relieve las dos dimensiones imprescindibles de la Iglesia: el principio « mariano » y el « apostólico-petrino » (cf. ibid., 27).

Por otra parte —lo recordaba a los sacerdotes en la citada Carta del Jueves Santo de este año— el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo « no es expresión de dominio, sino de servicio » (n. 7). Es deber urgente de la Iglesia, en su renovación diaria a la luz de la Palabra de Dios, evidenciar esto cada vez más, tanto en el desarrollo del espíritu de comunión y en la atenta promoción de todos los medios típicamente eclesiales de participación, como a través del respeto y valoración de los innumerables carismas personales y comunitarios que el Espíritu de Dios suscita para la edificación de la comunidad cristiana y el servicio a los hombres.

En este amplio ámbito de servicio, la historia de la Iglesia en estos dos milenios, a pesar de tantos condicionamientos, ha conocido verdaderamente el « genio de la mujer », habiendo visto surgir en su seno mujeres de gran talla que han dejado amplia y beneficiosa huella de sí mismas en el tiempo. Pienso en la larga serie de mártires, de santas, de místicas insignes. Pienso de modo especial en santa Catalina de Siena y en santa Teresa de Jesús, a las que el Papa Pablo VI concedió el título de Doctoras de la Iglesia. Y ¿cómo no recordar además a tantas mujeres que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres? En el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del « genio femenino ».

12. Vosotras veis, pues, queridas hermanas, cuántos motivos tiene la Iglesia para desear que, en la próxima Conferencia, promovida por las Naciones Unidas en Pekín, se clarifique la plena verdad sobre la mujer. Que se dé verdaderamente su debido relieve al « genio de la mujer », teniendo en cuenta no sólo a las mujeres importantes y famosas del pasado o las contemporáneas, sino también a las sencillas, que expresan su talento femenino en el servicio de los demás en lo ordinario de cada día. En efecto, es dándose a los otros en la vida diaria como la mujer descubre la vocación profunda de su vida; ella que quizá más aún que el hombre ve al hombre, porque lo ve con el corazón. Lo ve independientemente de los diversos sistemas ideológicos y políticos. Lo ve en su grandeza y en sus límites, y trata de acercarse a él y serle de ayuda. De este modo, se realiza en la historia de la humanidad el plan fundamental del Creador e incesantemente viene a la luz, en la variedad de vocaciones, la belleza —no solamente física, sino sobre todo espiritual— con que Dios ha dotado desde el principio a la criatura humana y especialmente a la mujer.

Mientras confío al Señor en la oración el buen resultado de la importante reunión de Pekín, invito a las comunidades eclesiales a hacer del presente año una ocasión para una sentida acción de gracias al Creador y al Redentor del mundo precisamente por el don de un bien tan grande como es el de la femineidad: ésta, en sus múltiples expresiones, pertenece al patrimonio constitutivo de la humanidad y de la misma Iglesia.

Que María, Reina del amor, vele sobre las mujeres y sobre su misión al servicio de la humanidad, de la paz y de la extensión del Reino de Dios.

Con mi Bendición.

Vaticano, 29 de junio, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, del año 1995.

JUAN PABLO II


Fuente: Vaticano

Roberto Astaburuaga: “Una Constitución sin libertad de enseñanza”

Esta semana en la columna Constituyente del diario El Líbero, uno de nuestros abogados del Área Constitucional explica los peligros de aprobar un artículo en la nueva Carta Fundamental que termine con la libertad de enseñanza e instaure un modelo único de educación.

La Comisión de Derechos Fundamentales dio el golpe de gracia a la educación en Chile. Se aprobaron nuevas versiones de los artículos sobre el derecho a la educación y una lectura de ellos, lo que, junto con ciertos artículos ya incluidos en el borrador de Constitución permite concluir, con poco espacio para las dudas, que la Convención propone acabar con la libertad de enseñanza e instaurar un modelo único de educación, semejante a los de los Estados totalitarios. Parece una conclusión exagerada y precipitadaPero no es así. Vamos a los hechos.

El nuevo artículo 16 establece los fines y principios de la educación. Dentro de los primeros encontramos la conciencia ecológica, la convivencia democrática entre los pueblos y la prevención de la violencia y la discriminación, entre otros. En los segundos, se encuentra la inclusión, la participación, la interculturalidad, el enfoque de género, que sea no sexista, y los principios de la Constitución. Esta remisión a los principios es normal y típica, pero exige revisar cuáles son los principios constitucionales ya aprobados y cómo se aplican en la educación. Por último, afirma que una educación de calidad es aquella que cumple estos principios y fines.

Sobre la calificación de la educación como una no sexista, según lo discutido en la Convención, se propone lo mismo que el derecho a la educación sexual integral ya consagrado, la cual promueve “el disfrute pleno y libre de la sexualidad, la responsabilidad sexo-afectiva; la autonomía, el autocuidado y el consentimiento; el reconocimiento de las diversas identidades y expresiones del género y la sexualidad; que erradique los estereotipos de género y prevenga la violencia de género y sexual.”

Por otro lado, el nuevo artículo 19 garantiza la libertad de enseñanza y que es deber del Estado respetarla. Continúa señalando el artículo, que también comprende la libertad para crear y gestionar establecimientos educativos, en el marco de los fines y principios de la educación, en conformidad a la ley. Por supuesto, dicha ley no podrá contradecir esta libertad ni los principios constitucionales.

Un nuevo artículo que se agregó se refiere al financiamiento de los establecimientos educacionales no estatales y el Estado podrá -no deberá- hacerlo siempre que “sean gratuitos, cuenten con instancias de participación y se rijan por los fines y principios de la educación”, lo que a su vez nos remite a los principios constitucionales. 

Revisando los principios constitucionales ya establecidos, nos encontramos con que Chile es un Estado plurinacional, intercultural y ecológico, que se asegura la igualdad sustantiva de género “obligándose a garantizar el mismo trato y condiciones para las mujeres, niñas y diversidades y disidencias sexogenéricas ante todos los órganos estatales y espacios de organización de la sociedad civil”. También se reconoce como principio la diversidad de familias “diversas formas, expresiones y modos de vida, no restringiéndose a vínculos exclusivamente filiativos y consanguíneos.” Otros principios ya aprobados son los que califican al Estado como uno intercultural y laico.

La trampa que la Comisión ofrece al Pleno significa el fin de la libertad de enseñanza y el ingreso a una educación estatal única. Los establecimientos educacionales no estatales podrán existir si y sólo si adecuan su ideario y proyecto educativo a los principios de la educación y de la Constitución, impidiendo que exista una educación distinta. Si el Estado es laico, ¿Qué ocurre con los proyectos confesionales? ¿Serán reconocidos y financiados? Si la educación no sexista es una visión hedonista y progresista, que sin tapujos podemos llamar “ideología de género” ¿Qué ocurre con el ideario de los establecimientos, por ejemplo, los pertenecientes a una confesión religiosa, que promueven una visión distinta y no comparten esos fines?

>> Ver columna completa en El Líbero

Scroll hacia arriba